Mientras Piolet y Piños me echan un ojo a un panfleto sobre la cosa de Georgia que espero colgar mañana, estoy con Cajal. Es reconfortante. Ha sido reconfortante en Conil y es reconfortante ahora. Además, bajo esta estatua medioyacente jugaba yo en los columpios del Retiro cuando era un enano.
"... Aquella singular manera de discurrir de pitagóricos y platonianos (método seguido en modernos tiempos por Descartes, Fichte, Krause, Hegel y recientemente -aunque sólo en parte- por Bergson), que consiste en explotar nuestro propio espíritu para descubrir en él las leyes del Universo y la solución de los grandes arcanos de la vida, ya sólo inspira sentimientos de conmiseración y de disgusto. Conmiseración, por el talento consumido persiguiendo quimeras, disgusto, por el tiempo y el trabajo lastimosamente perdidos.
La historia de la civilización demuestra hasta la saciedad la esterilidad de la metafísica en sus reiterados esfuerzos por adivinar las leyes de la Naturaleza. con razón se ha dicho que el humano intelecto, de espaldas a la realidad y concentrado en sí mismo, es impotente para dilucidar los más sencillos rodajes de la máquina del mundo y de la vida.
Ante los fenómenos que desfilan por los órganos sensoriales, la actividad del intelecto sólo puede ser verdaderamente útil y fecunda reduciéndose modestamente a observarlos, describirlos, compararlos y clasificarlos, según sus analogías y diferencias, para llegar después, por inducción, al conocimiento de sus condiciones determinantes y leyes empíricas.
Otra verdad, vulgarísima ya de puro repetida, es que la ciencia humana debe descartar, como inabordable empresa, el esclarecimiento de las causas primeras y el conocimiento del fondo sustancial oculto bajo las apariencias fenomenales del Universo. como ha declarado Claudio Bernard, el investigador no puede pasar del determinismo de los fenómenos; su misión queda reducida a mostrar el cómo, nunca el porqué de las mutaciones observadas. Ideal modesto en el terreno filosófico, pero todavía grandioso en el orden práctico; porque conocer las condiciones bajo las cuales nace un fenómeno, nos capacita para reproducirlo o suspenderlo a nuestro antojo, y nos hace dueños de él, explotándolo en beneficio de la vida humana. Previsión y acción: he aquí los frutos que el hombre obtiene del determinismo fenomenal."
(Me encanta saber que, cuando yo tenía 14 años y pensaba más o menos así, contra casi todos mis profesores, tenía de mi parte a un premio Nobel, aunque yo no lo supiera - ni ellos tampoco)
Santiago Ramón y Cajal. "Los tónicos de la voluntad, reglas y consejos sobre la investigación científica". Espasa-Calpe, col. Austral, 9ª ed. 1971.
Resulta, sobre todo, especialmente reconfortante pensar que había un señor en España, en 1897, que publicase un libro cuya función era aleccionar a los jóvenes investigadores científicos para que no desfallecieran, los pobres. Y que lo que dijo hace más de 100 años siga siendo válido hoy día.