29/10/09
El búnker de Conil (III)
27/10/09
El búnker de Conil (II)
TACATAC TACATACATAC TACATAC
El búnker de Conil (I)
El verano del cuarenta y dos se iba acabando mientras el cabo Expósito miraba el mar. En la playa, su pelotón chapoteaba en pelotas partiéndose de risa. Bueno –se dijo- por lo menos en este destino de mierda te puedes bañar si te gusta. Lo malo es que al cabo Expósito no le gustaba bañarse. Era más bien de la Meseta y el mar le daba mucho respeto: no sabía nadar.
19/10/09
Lo que es el barrio (IV) Peleas.
Bueno, pues sí: la otra noche hubo una pelea en la B.F.I. y Pcbcarp no estaba allí. Estuve el jueves, estuve el viernes… y estuve el domingo. Sí, pero no el sábado… ¡Ah! el sábado estaba haciendo otras cosas. Y va y tiene que ser el sábado. ¡Cagüenlapús…! Conste que yo sé que el 99 por ciento de las peleas en los bares son producto de una autoestima baja: si no me pego con ése, mi chica va a pensar que soy un bragazas; si no invado Polonia, los Franceses van a pensar que soy un bragazas… en fin todo eso. A mí es que me gusta observar.
Al tipo le pareció guay. P*** me decía:
7/10/09
La Ciencia española no necesita tijeras
Me ha sorprendido la iniciativa ésta a la que ya se habían sumado previamente varios cibercolegas más avisados que yo. No soy muy dado a los grupitos, ni a las chorradas comunales de internet. Pero, creo que ésta merece la pena. Por lo menos, ya que los habitantes de la aldea irreductible han decidido poner a prueba la capacidad de la red para airear un llamamiento tan chocante en este país de charanga und pandereta, qué menos que añadir mi humilde blog, aunque sea con las obviedades que se me ocurran sobre la marcha.
No soy científico, ni siquiera humanista; soy un humilde (bueno, no tanto) cliente habitual sin fronteras. Pero soy más bien partidario de la Ciencia y de la razón frente a la superstición y el oscurantismo. En España hay tal carestía de profesores de Matemáticas que hay que reclutarlos en los sitios más insospechados. La Ciencia goza de un prestigio abstracto que ha sido usado (sin demasiado éxito, todo hay que decirlo) como reclamo votacional; pero, en la realidad, nada cambia: la Ciencia con mayúsculas, esa que debería surgir esplendorosa de nuestras Universidades sigue arrastrando su endémica falta de presupuesto y burocratización paralizante.
A pie de calle, ese prestigio es inexistente. Se sigue dando más crédito a cualquier especulación sin el menor fundamento que a la tarea de los científicos. El pensamiento mágico más primario sigue triunfando sobre el pensamiento complejo, que requiere cierto sosiego y preparación previa. En realidad, lo científico no goza de ningún prestigio entre las mayorías. Lógico, la adopción por más ciudadanos de los adecuados de ciertos hábitos de pensamiento, produciría un incremento de la conciencia de las cosas (de todas) y ello no es nada deseable.
Hace tiempo cometieron el error de enseñar a los esclavos a leer y escribir. Llevan tiempo subsanando ese error.
http://aldea-irreductible.blogspot.com/2009/10/la-ciencia-en-espana-no-necesita.html
5/10/09
Malditos bastardos!
¡Bueeeno…! Pues ya he visto “Malditos bastardos”. Me lo he pasado muy bien y me he reído mucho (aunque en eso tal vez tuvo algo que ver la compañía, claro). No obstante, he de decir que:
Claro, es Tarantino, y uno ya sabe lo que va a ver. No importa que nos hayamos pasado la película previendo en voz baja lo que iba a pasar al momento siguiente y acertando (lo sé, es un comportamiento incívico; pero inevitable en estos casos). Ya se sabe: Tarantino homenajea todo el tiempo y uno ha visto algunas películas a lo largo de su vida. Como de costumbre, todo el cine ( y yo el primero), descojonado de risa ante escenas que, de aparecer en una película lacrimógena de, digamos, Spielberg, producirían al respetable sensaciones entre el llanto y la indignación moral frente a El Mal. Es Tarantino, es un comic, ergo, los destripamientos son divertidísimos.
Reservoir Dogs la vi en el noventa y pocos, cuando la estrenaron, y fue en el Alphaville, o en el Renoir, no me acuerdo; es decir, que fue considerada cine minoritario a efectos de distribución. Lógico: era una obra maestra. Luego vino ese gran musical que es Pulp Fiction. Inevitablemente, Tarantino ascendió por méritos propios al Olimpo y desde entonces no ha descendido de él, pese a todas las evidencias en su contra. Su público es incondicional y T. hace con su público lo que le da la gana. Lo ha sometido a un condicionamiento pavloviano que le permite entregarse impunemente a comportamientos impropios.
Lo peor de todo es que ni siquiera Tarantino es capaz de imponerse a los prejuicios del público norteamericano, o de las productoras, o del lobby de turno, y terminar la película de un modo sensato y razonable, es decir, con una escena años después en la que el standartenführer Landa y Brad Pitt rememoran sus andanzas en la ya lejana Segunda Guerra Mundial, riéndose un huevo de todas esas mutilaciones ante sendos vasos de whisky. O a lo mejor la ha terminado así porque, sencillamente, es así de gilipollas y resulta que no nos habíamos dado cuenta.
La única persona decente y normal que aparece en toda la peli, el sargento alemán de la emboscada del principio, es el contraste que sitúa todo en sus justos términos: una persona normal, consciente de haber caído en una realidad no standard regida por la mente de un colgado inimputable y que lo único que puede hacer es conservar su dignidad lo más intacta posible.
Tarantino está encantado de haberse conocido y de que se le perdone todo, porque su público va al cine a ver una de Tarantino y ya se sabe. Bien. Puestos en esos términos, el personaje que justifica el estreno de Malditos bastardos y que uno vaya a verla es, sin duda, el SS Standartenführer Hans Landa. Ese tío es un puto genio y su progresivo enloquecimiento a medida que se desarrolla el ¿guión? lo sustenta todo. Cada vez que aparece, así, de repente, como si la cosa no fuera con él, sabes que va a pasar algo sustancioso. Trasciende la caricatura de pérfido nazi cazajudíos para encarnar el arquetipo de malo malísimo. Y está a punto de trascender la idea de dos bandos en la guerra, cosa apuntada por los incívicos procedimientos de Pitt y sus chicos. Insisto: lástima que T. se crea obligado a la estupidez final. Pasa como con Hannibal Lecter, que al final es el que mejor te cae.
Por lo demás, es un compendio (obviamente, buscado) de todos los tópicos sobre el nazismo, buscando la caricatura absoluta. Un batiburrillo homenajístico a todas las películas denazis, espías y resistentes habidas y por haber, a la que se le perdonan todos los excesos porque en ningún momento se pretende el más leve atisbo de verosimilitud, como apreciarán quienes vayan a verla.
Eso sí, podría haber sido una muy buena película, hasta con mensaje altamente formativo para las jóvenes generaciones. Lástima, porque no todo el mundo dispone de la pasta y el talento necesarios para ello; T. los tiene, pero su afán histriónico es como que le puede.
En resumidas cuentas: vayan a verla, se reirán mucho.