Aquello eran tiempos, Franco al servicio de la república: sin mariconadas
Mi percepción de la “huelga general” de ayer es que ha fracasado. La tradicional pugna de incidencia de los paros entre sindicatos convocantes y los demás poderes, no aporta ningún dato de interés.
A bote pronto, podemos observar que la mayor respuesta ha tenido lugar en las grandes empresas industriales, puertos y transportes. Esto me sugiere dos cosas:
a) Que han ido a la huelga, voluntaria o involuntariamente, los sectores que se sienten, no ya representados, sino –digamos- relacionados con los sindicatos; es decir: grandes empresas con muchos trabajadores fijos y bien pagados que, aunque ellos no lo sepan, son la actual burguesía conservadora. En esas empresas los sindicatos sirven para algo, con todas sus carencias, y los convenios colectivos suelen cumplirse. Por cierto, ese es el trabajador tipo que toman como referencia las estadísticas del Banco Mundial para decidir que el mercado laboral español es extraordinariamente rígido, de donde viene –precisamente- la reforma laboral contra la que supuestamente se protestaba.
b) Que esos sectores, salvo los transportes, no son visibles. Están en polígonos industriales en el extrarradio de las ciudades y su paralización durante unas horas no afecta a la mayoría de los ciudadanos que, salvo los directamente implicados y los bares de la zona, ni siquiera se enteran de que han parado.
Ello muestra que el modelo sindical está obsoleto. En la sociedad española actual, para la mayor parte de los trabajadores los sindicatos no existen. Me refiero a todos los trabajadores de pequeñas empresas en las que los convenios ni se aplican, ni se pueden aplicar aunque hubiera buena voluntad por los empresarios. Me refiero a todos los trabajadores, “jóvenes” y mujeres en su mayoría, que trabajan con contratos basura concertados en fraude de ley. Me refiero a todos los autónomos y microempresarios de los que no se ocupa nadie. Me refiero a los parados (a los de verdad, no a los que dicen las “estadísticas” que hay)
Por una parte, ¿qué se puede esperar de unos sindicatos “de clase” que dependen de la financiación del Estado, comunidades y ayuntamientos que, además, son también patronos?; ¿qué se puede esperar de unos sindicatos que dependen de la financiación de las propias empresas a las que deben enfrentarse?
Por otra parte, resulta que una parte sustancial de los trabajadores carecen de eso que antiguamente se llamaba “conciencia de clase”. Esa falta de conciencia es consecuencia, al menos en parte, de dos factores:
- Uno, que se nos ha vendido la moto de que España es un país rico y que no somos “obreros”. Aunque tengas un contrato de mierda con un sueldo de mierda y te puedan echar a la calle si haces huelga, como eres propietario de un piso y estás enganchado de por vida al banco que te dio la hipoteca, tú no eres un currito. Tus derechos laborales, la huelga, los sindicatos y todas esas cosas, no van contigo.
- Dos, el más puro y duro síndrome de Estocolmo. Como en el fondo sé que estoy emputecido con mi trabajo, en lugar de aceptar que las cosas son así y tratar de ponerles remedio o, por lo menos, rebelarme de alguna forma, me engaño a mi mismo y me comporto como si no me importara.
La propaganda antisindical de la derecha ha calado muy hondo entre los trabajadores precisamente porque les facilita el escenario adecuado para la rendición: han asumido que no hay nada que hacer, que los sindicalistas son todos unos corruptos que se aprovechan de su cargo para sus chanchullos. Si no hay nada que hacer, ¿qué voy a hacer yo? Al parecer, todo el mundo espera que alguien, desde arriba, se ocupe de solucionarle sus problemas.
A pocos se les ocurre ocuparse de sí mismos. Por lo general, si se les ocurre, se hacen muy incómodos para sus compañeros, que temen las represalias que les puedan salpicar. Quien trata de hacer valer sus derechos suele ser catalogado como egoísta y mal compañero.
Además, si me considero un currito y asumo que mis jefes me putean, ¿cómo voy a educar a mis hijos?, ¿cómo los voy a mantener en los mundos de Yupi, sin darles una buena hostia cuando la necesitan?, ¿cómo voy a seguir destruyéndolos físicamente y moralmente porque una buena madre no deja salir a los niños a jugar a la calle?, ¿cómo voy a “educarlos” en la idea de que todo es igualmente guay? Al parecer, si asumo que no controlo mi vida, transmitiría desconcierto a los niños. La realidad desconcierta a quien se niega a asumirla.
De los jóvenes, obviamente, ni hablamos: sencillamente no existen. Por otro lado, el término joven creo que se extiende ya a los 35 años, lo que cuando yo era niño se llamaba “mediana edad” (y en términos de porno, “maduras”)
Dos notas finales, para no extenderme:
Hay países civilizados donde los sindicatos se financian mediante una cuota detraída de la nómina de todos los trabajadores, estén o no afiliados. Puede ser mejor o peor, pero los independiza de la patronal.
A la gente se la mantiene asustada con el paro. Por eso se hinchan las estadísticas; por eso, incluso al Gobierno de ZP le viene bien que se hinchen. Las ingentes cifras de paro (cinco millones, según clamaba Soraya ayer) son falsas. Si uno se queda en el paro, o decide que quiere trabajar, se apunta al INEM, que contabiliza uno por uno a todos los que se apuntan. Y, aún así, se contabiliza a todos los prejubilados que, formalmente, están parados; también se contabiliza a todos los trabajadores en paro que realizan cursos de formación retribuidos, lo que no ocurre en la mayoría de países de nuestro entorno. Igualmente, todas las amas de casa simpatizantes del PP que se apuntan y apuntan a sus hijos menores que están estudiando para inflar las estadísticas (esto lo sé de primera mano familiar, no me digan que son delirios conspiratorios)
La encuesta de población activa, que por alguna misteriosa razón se ha convenido en considerar más fiable que las estadísticas del INEM, se basa en unos criterios de definición de lo que es un parado que, de subjetivos, mueven a risa. Aparte de que no se entiende muy bien para qué hay que hacer una encuesta cuando se cuenta con los datos exactos. Por ejemplo, en la práctica, considera parados a todos los mayores de 16 años que no trabajan. No diré más.
Esto es lo que hace falta, hombre, ya está bien.