Como algunos me piden que cuente cuentos, pues mira así cambiamos un poco de tercio.
Esto es de cuando yo escribía monólogos que, incluso, se representaban en ambientes selectos, donde se podía beber y fumar. Bueno, no se podía: se debía, que las chicas tenían que cobrar su caché...
Viernes. El viernes es un día especialmente duro. Viernes tras viernes, desde ni se sabe el tiempo, llego a la oficina de un humor guay, llena de esperanzas ante el futuro, pensando que todo va a ser estupendo, que lo primero que voy a hacer va a ser irme a un balneario. Llego, y Luis, el de Administración, me mira y me dice: "Ah, Cristina, hemos acertado uno; bueno, y el complementario". Yo creo que disfruta. Que le encanta hundirme la vida. Luego, como cada viernes, la imbécil de mi jefa desaparece. "Cristina, me voy a tomar un cafelito; ahora mismo vuelvo". Y se va a pintarla. O, por ejemplo, a la peluquería. Como hoy. Y, encima, mañana, que es sábado, me toca trabajar, porque ella tiene que firmar un informe para el Ministerio. Lo único que me consuela y me hace creer que hay un Dios es que ella también tiene que venir.
Consigo salir un rato antes para que me de tiempo de ir a buscar a Rubén al colegio. Llego a la puerta y me lanzo a por él, que está ahí, con sus coleguitas. "¡Sorpresa!, mira quién ha venido". Y él se pone colorado, me mira con cara de asco y, cuando vamos para casa, me dice: "¡Joder (toma niño, no digas tacos) Mami, ¿por qué te empeñas en venir a buscarme los viernes?" "¿No te gusta que Mami venga a buscarte?" "Pues no. Mis colegas se ríen de mí". Piensa. "Si, por lo menos, tuvieras coche... molaría". Y llegamos a casa, Rubén se enchufa a la pleisteision y yo me pongo a hacer la comida.
Antes me encantaba cocinar y hacía todas las recetas del Arguiñano, pero desde que estoy a régimen esto es un lío, porque yo intento hacer unos menús equilibrados y bajos en grasas e hidratos de carbono y el niño no hace más que quejarse y dice que tiene hambre, y su padre, en vez de apoyarme, se dedica a hablar con ojos soñadores de las lentejas que hace su madre, todas llenas de chorizo y grasaza, y yo intento explicarles que ésta es una sociedad enferma, de gente sobrealimentada y obesa y que sólo quiero que ellos estén sanos, pero ellos no me lo agradecen nada y, sin ir más lejos, el viernes pasado, Alberto terminó de comer y se fue muy serio a la cocina. Yo flipaba, porque me creí que iba a lavar los platos por primera vez en su vida y, cuando voy a ayudarle, porque estos hombres son unos torpes y lo mismo se cargaba el lavaplatos, pues, ¿qué? Pues me lo encuentro que ha cogido una lata de fabada litoral (que debía tener escondida no sé dónde), así, sin calentar ni nada, y se la estaba comiendo a cucharadas.
El viernes pasado; porque hoy ha llamado, que tenía una comida de trabajo y que no venía. Así que a luchar con el niño, que me monta el número de todos los días porque, no sé por qué narices, se empeña en decir que no le gusta el apio y yo: "venga, cariño, que el apio es sanísimo, que es muy bueno para el hígado y limpia mucho" y él, que está asqueroso y venga arcadas, y es que, claro, con todas esas películas americanas que ve todo el rato, que no comen más que hamburguesas... y yo le explico que la carne de las hamburguesas es todo química, que es de unos seres mutantes que tienen metidos en un cajón, que los manipulan genéticamente para que no tengan pelos ni plumas, ni huesos, ni nada y que los tienen llenos de tubos para alimentarlos con unas sustancias y piensa que deben sufrir muchísimo, y que luego van directamente a la picadora, los pobres trozos de carne vivientes, y el niño se pone a llorar y sale corriendo y se encierra en su habitación y yo voy a decirle que cariño pero ahora qué te pasa, y el niño gritando como un histérico que me vaya, y se empeña en que no me quiere abrir la puerta y dice que como intente entrar que llama a la Policía por el móvil y yo, la verdad, es que no sé ya qué hacer. Al final va a tener razón Vanessa y voy a tener que llevarlo al Psicólogo porque es que esto no es normal, lo de este niño.
Y me tomo un par de cápsulas de valeriana, que me ha recetado el naturópata, porque es que me ha puesto de los nervios y me pongo a ver la tele. Echan un programa superinteresante sobre chicas que han superado la anorexia y cuentan sus experiencias, y la presentadora, que se pasea abrazada a una carpeta porque seguro que no sabe qué hacer con las manos, lo que denota inseguridad, que lo aprendí en el curso de técnicas de comunicación del año pasado, presenta a una que descubrió su verdadera identidad sexual gracias a la anorexia y que dice que la anorexia no es una enfermedad, sino una opción legítima para realizarse como mujer, y acaba discutiendo a gritos con otra invitada que acaba de publicar un libro que se titula "¡Tú eres la bomba!" que le pregunta que, si es una opción legítima, que entonces por qué está hecha una vaca y, la otra, que no está gorda para nada y que –además- que ha madurado en sus planteamientos y que su compañera le ha ayudado mucho gracias al yoga egipcio, porque su compañera (creo que va a ser lesbiana) es profesora de yoga egipcio y tibetano en un centro de mayores de la Comunidad y que le recomienda el yoga egipcio a todas las mujeres que se ven gordas; que realmente no están gordas y que la culpa de todo la tienen los hombres, que para algo todos los diseñadores de moda son hombres y la otra le dice que, bueno, hombres...
Y en eso viene Rubén con el móvil en la mano, mirándome con desconfianza, y me dice que le acaba de mensajear Borja y que si le dejo irse con él, que su madre los lleva al parque de atracciones y que si puede quedarse a dormir en casa de Borja y yo, claro, pues le digo que no, que porque se quede en casa con su madre de vez en cuando, no pasa nada, que a estos niños, como que la vida familiar no les importa. Claro, con todas esas películas americanas que ven y esos juegos de la pleisteision, y además hay que disciplinarlos un poco, porque, si se acostumbran desde pequeños a hacer lo que les dé la gana, luego de mayores ya no tienen remedio, y así están las cosas, que los padres no se preocupan de sus hijos y luego, pues claro, les salen anoréxicos.
Y entonces suena mi móvil y es la madre de Borja que, venga, que viene a buscar a Rubén y se los lleva al parque de atracciones, y Rubén se queda a dormir en su casa. Y me dice muy pícara que así Alberto y yo estamos solos esta noche, je je. Y, bueno, al fin y al cabo, no está mal que Alberto y yo tengamos una noche para nosotros solos de vez en cuando... Y cuando la madre de Borja se lleva a Rubén, ("Y, por favor, que no coma porquerías de esas, se ponga como se ponga". "Que no, mujer, no te preocupes". "Sobre todo, hamburguesas". "Que no, mujer, ¡huy! Hamburguesas, qué horror". "Ni algodón de ese de palo", "Que, no, venga, hale, adiós, hasta mañana".)
Pues, nada más irse el niño, me llama Alberto para decirme que la comida de trabajo se ha alargado, que ya sé lo que pasa, que tienen una reunión para preparar no sé qué cosas de una estrategia y que me llama cuando acabe. Y yo cuelgo muy despacio y me quedo triste... Me digo que ya, que la comida se ha alargado. Como siempre. Lo que más me duele es que se cree que me engaña. Hace tiempo que sé de qué van estas comidas de trabajo: el muy canalla seguro que se ha comido unas lentejas con chorizo o un cochinillo grasiento o algo así y está hecho polvo.
En la tele, la gorda que no está gorda del yoga egipcio está tirando de los pelos a la de "Tú eres la bomba" mientras el público aplaude. Cambio de canal y hay un programa sobre mujeres que han descubierto que sus hijos son gays, pero como éste ya lo echaron ayer en otra cadena, zapeo. En otro canal hay un programa sobre mujeres maltratadas y las secuelas psíquicas que tienen y una de las invitadas que habla muy bien, porque la semana pasada salió en otro programa sobre mujeres que han montado su propia empresa, explica como pudo salir del infierno en que vivía gracias al tarot de los ángeles, que le dio claridad para ver que, en realidad, no estamos aquí solas, y que descubrió que su ángel se llama Manuel y, cuando su marido la pegaba, le avisaba un segundo antes: "Puñetazo, Dalia" y ella lo esquivaba y "gancho corto de izquierda" y, ¡zas! quiebro y así: "atención: patada en el bebe (¡huy!)", "directo", "uno dos" y el marido dejó de pegarla y, por lo visto, decidió pegarle un tiro, porque además, el muy canalla era cazador, y que intervino el ángel (Manuel) y se le disparó la escopeta en un pie, y la herida se le gangrenó y le tuvieron que cortar la pierna y se quedó en la operación ("Le estuvo bien empleado por maltratador", dice otra invitada "Huy, pues encima me insultaba, me llamaba puta loca") y, desde entonces, Manuel (el ángel) se le aparece por las noches. "¿Y cómo es, Dalia?" (yo juraría que la semana pasada se llamaba Marta, creo) –pregunta la presentadora, muy seria- "¿Qué aspecto tiene el ángel?". "Es incorpóreo". "¿Incorpóreo?". "Incorpóreo. Es un espíritu puro, porque viene de otro plano, ten en cuenta". "Ah". "Y viene por la noche a mi cama y me da paz". "¿Te da paz?". "Me da amor". "Ya".
Y se van a publicidad. ¡Caray! Debe ser la pera que un ángel te dé amor, ¿que no? Y me acuerdo de que no he tomado el prozac y me lo tomo, y mientras sigue el programa, cojo un libro superinteresante que me estoy leyendo, de una científica americana, sobre el orgasmo en la mujer. Por lo visto, resulta que sólo hay orgasmo cuando se contrae rítmicamente el músculo pubocoxígeo y que muchas mujeres lo tenemos atrofiado por falta de uso, y hay un aparato, que se llama el pubocoxímetro, que tiene una pieza... pues así... como alargada, que se hincha, y hay que metérsela en el chichi y tiene una pera y como un reloj, ¿no?, como un chisme de tomar la tensión y, entonces, lo hinchas a tope con la pera y te pones a apretar el músculo pubocoxígeo rítmicamente mientras dices "¡Aahh!, ¡Aahh!" y en el reloj te marca la fuerza que haces y, así, ejercitas el músculo por si alguna vez tienes un orgasmo. Y vienen unos dibujos muy detallados de cómo hay que usarlo y, la verdad, es la mar de excitante. Y la verdad es que no sé dónde está ese músculo.
Así que me pongo a buscarlo con el dedo, mientras miro el dibujo y aprieto como dice el libro y, entonces, ¡mecachis! me suena el móvil y es Vanessa, que si nos vamos al cine y yo le digo que, claro, que no, que estoy en casa esperando a Alberto y ella me dice que por eso; que como Alberto y Adolfo están en la reunión esa de la estrategia y seguro que acaban tarde, que nosotras nos vamos al cine y yo, que pues no sé, pero ella me convence; que seguro que estamos de vuelta antes de que lleguen ellos, que ya sé qué pasa con las reuniones de los viernes. ¿Y qué vamos a ver?, pues que ella había pensado que esa que acaban de estrenar de Brad Pitt, que se llama no sé qué, en inglés, que vio el trailer el otro día y parece superinteresante y bueno, pues vamos. Y yo llamo a Alberto al móvil, pero está apagado o fuera de cobertura y, claro, si está en la reunión, lo habrá apagado. Lógico. Y le dejo un mensaje de que me voy al cine con Vanessa y que se lo diga a Adolfo también.
Y estoy en la cola del cine, esperando a Vanessa, y me encuentro a un chico que conocimos en la última fiesta de la empresa de Alberto, que dice Vanessa que se parece a Yors Cluni, que trabaja en cine o publicidad, o algo de eso, y me dice que ¡Hombre!, ¿qué tal?, y me da dos besos y que si voy sola al cine y le digo que no, que estoy esperando a Vanessa (y –oye-, si que es clavadito a Yors Cluni) y, justo entonces, me suena el móvil y es Vanessa, que hija, que lo siente muchísimo pero que le acaba de llamar su madre cuando venía para acá, que el niño se ha puesto malo y que se tiene que ir a casa de su madre y que no puede venir. Y Julio, que resulta que se llama así, me sonríe y dice que podemos ver juntos la peli, y yo digo que bueno, que vale. Y la verdad que tiene razón Vanessa que es guapísimo.
Y mientras esperamos para entrar, me explica que en realidad viene a ver la peli por tema de trabajo, para estudiar el montaje y yo le digo que "ah". Y durante la película, me roza por casualidad la mano en el brazo del asiento un par de veces y, otra vez, cruzo las piernas y él también, y como las cruza al revés que yo (eso es genético, hacia qué lado cruza una las piernas, lo leí en el Muy Interesante), nos tocamos los pies y, otra vez, me coge la mano para que me fije y me dice al oído que fíjate cómo monta la secuencia, y otra vez, me pone la mano en la rodilla, para que me fije también, cómo se ha notado que eso es un efecto digital, y yo no me había dado cuenta, pero la verdad es que es superinteresante. Y termina la peli y salimos y me dice que si nos tomamos algo, y yo, que no, que tengo que volverme a casa. Y le iba a decir que va a volver Alberto, pero, no sé por qué, no le digo nada y, bueno, que me va a llevar a un sitio que conoce aquí al lado. Y yo pienso que me ha molado cuando nos tocábamos los pies en el cine. Y me tomo un par de cápsulas de hipérico, que no sé para que vale, pero las llevo siempre en el bolso.
Y llegamos a un bar que se llama el Lifter, que tiene poca luz y está lleno de fotos de actores dedicadas, y carteles de cine, y un montón de cosas más de cine. "¿Qué quieres?" "Pues..." No sé qué pedir, porque yo no bebo nunca, y debo parecer una tonta, así que pido un Pampero con coca-cola lait, que es lo que pide siempre Vanessa cuando salimos; "Pampero no me queda, ¿Cacique?". "Cacique, vale". "Y yo un Balantains con Yinyereil". Espero no ponerme piripi, porque yo no bebo nunca, pero me encuentro superagusto, y el sitio éste es superbonito. Y brindamos, y Julio me mira a los ojos y dice: "Por ti", y yo me pongo colorada, y él me levanta –así- la barbilla con la mano y me dice que hay que mirarse a los ojos, que dicen los alemanes que, si no, te pasas tres años sin hacer el amor. ¡Hacer el amor!, caray, los alemanes. Seguro que nota lo colorada que me he puesto. Y hablamos de la película y del cine y de las productoras, y resulta que Julio conoce a mogollón de gente superfamosa, y le digo que qué trabajo tan interesante, no como el mío, y me habla muy cerca y me dice que es muy fácil dedicarse al cine, que sólo hay que tener dotes... Y los contactos, y me pone la mano en el hombro, y yo no estoy muy segura de lo que tengo que hacer, pero ya me he terminado el cubata y la camarera nos ha puesto otros dos, sin decirla nada; qué cosas, tú.
Y Julio me ha echado el brazo por encima del hombro, y me cuenta que está preparando una peli nueva y que hay un papel que parece que está pensado ex profeso para mí, y jugando, ha metido el dedo por la cintura de mi pantalón y, con el dedo, me acaricia la cadera, y se me ponen los pelos de punta. Y le aparto un poco y le doy otro trago al cubata y no sé cómo, tengo la blusa salida del pantalón por ese lado, y él sigue hablándome al oído de la película y siento su mano bajo la blusa, y me acaricia y cada vez está más cerca, y su mano sube, y me roza la teta y yo no sé qué hacer, porque noto como unas cosquillas y debo tener una sonrisa de imbécil, y me cae una gota de sudor por la espalda y él acerca lentamente su boca a la mía, y yo de repente me digo "¡Cristina! ¿qué coño estás haciendo?" Y me aparto de golpe y le pego una hostia con todas mis ganas: "¡So cerdo! Pero ¿tú qué te has creído?". Y agarro el bolso y salgo corriendo del bar y lo dejo ahí plantado. Y juraría que oigo a la camarera que se ríe de algo.
Y me tomo dos cápsulas de valeriana para tranquilizarme. Y cuando llego a casa no hay nadie. Y me siento como el culo todo el rato. Miro el contestador: "Cariño, soy yo. Oye, que la reunión se está alargando. En seguida voy". Me siento superculpable. Me acuerdo de que esta noche no tenemos niño y decido darle una sorpresa a Alberto: Una cena romántica: Preparo una ensalada de brotes de soja con apio y tofu. Unas velitas. Y saco las medias negras y el liguero que me regaló mi jefa, que es un poco cochina, que estaban ahí sin estrenar, y el sujetador negro... Y me tomo dos píldoras de guaraná y espero. Y, cuando me quiero dar cuenta, resulta que me he quedado dormida en el sillón. Me despierto y me voy a la cama, con mi liguero y mi tortícolis, que es tardísimo y mañana tengo que ir a la oficina, aunque sea sábado.
Y estoy durmiendo y sueño que viene un ángel a visitarme y que me hace cosas. Y es muy excitante, y me encuentro superbien. Y, de pronto, me despierto, porque tengo algo metido en el culo y es Alberto, que está ahí, estrujándome las tetas y moviendo la polla a toda hostia y, cuando le voy a decir que le quiero, pega un resoplido, dice "¡Hostia!" y se corre y se queda un momento así, como tieso, y, sin más, se da la vuelta y se pone a roncar panza arriba, y le huele el aliento a cerveza y tabacazo.
Y yo me pongo a llorar como una tonta y pienso que soy gilipollas, así que me pongo a hacerme una paja pensando en el tal Julio, que me come el coño, y me lo hace muy despacito y me dice cosas bonitas y... pues yo también digo ¡Hostia! y me corro como una bestia. Y el tipo ese que está a mi lado ni se entera. El sigue a lo suyo, a roncar.