Acabo de releer "Gengis Kan", de Mijail Pradwin, libro altamente recomendable, no obstante su punto literario, más que nada porque da cierta perspectiva. En España, hoy en día, se echan en falta más libros de este tipo. Es decir, no me refiero a libros sobre Gengis Kan, sino a libros de Historia, dirigidos al público semiculto que leemos estas cosas, que sean amenos sin perder el rigor. Es decir, libros que lea alguien más que los historiadores profesionales o los estudiantes. Hoy por hoy, los autores españoles más o menos serios, prácticamente no publican más que obras académicas y artículos en revistas del ramo para mantener el ranking; obras, en general, centradas en aspectos concretos de una investigación y de difusión limitada.
El campo de la divulgación, por decirlo así, le ha sido cedido sin apenas lucha a la factoría César Vidal/Pío Moa y acólitos. Ni que decir tiene, que considero la situación sumamente peligrosa; tanto más cuanto que obedece a una estrategia premeditada de inculcar una Historia tergiversada políticamente, desde la Antigüedad clásica y la Edad Media, hasta la así llamada Historia inmediata. A cambio, los del bando contrario, se dedican a escribir novelas y hacer películas, con lo que la cosa se mantiene por el momento en equilibrio inestable. Lo digo porque no he visto una sola peli en la que un miliciano fusile a un señor de derechas.
Ahora mismo estamos asistiendo a una reedición del error cometido durante la Sagrada Transición, cuando, para diluir el hecho de que Cataluña y Euskadi (y, probablemente, Galicia) iban a tener cierta autonomía, se decidió dividir (¡huy! casi escribo "repartirse") España en comunidades autónomas, (dando lugar a cosas tales como Cantabria o La Rioja, aunque no llegó a haber Segovia o El Bierzo, que estuvo a punto) dando lugar a lo que hoy tenemos. Por ello, la clase política catalana y vasca, que considera que ellos tienen que ser más distintos, reclama estatutos nuevos con más competencias y los políticos del resto de las comunidades, de cualquier color, como ya han aprendido a vivir del tema, hacen lo mismo y discuten por la competencia sobre los ríos o sobre el flamenco. En fin, será la cosa maragalliana de la España en red, que queda como muy moderno aunque nadie sabe muy bien qué es. Lo único que yo tengo claro es que si no fuera por el sistema de las autonomías, echen ustedes cuenta de la de políticos que habría en paro, y a ver de qué iban a vivir, pobrecitos míos.
Lo inquietante es que este proceso que (si realmente interesara a los así llamados ciudadanos y fuera a servir para cosa distinta de dar más poder a los reyecillos de taifas) hasta podría tener algún sentido, aunque a mí se me escape, se está desarrollando -y retroalimentando- en un clima de enfrentamiento político entre las dos españas que estuvieron adormecidas durante algunos años y hasta nos habíamos casi olvidado de ellas.
No voy a usar el socorrido recurso de "no voy a entrar en quién tuvo la culpa, pues todo el mundo sabe que...". Mi opinión personal, difícilmente conmovible es que quien las despertó tiene nombre y apellidos, y éstos son: José María Aznar López. Y fecha: 1994. El nivel de crispación que ese señor introdujo en la vida política (y, por ende, en las discusiones de los bares) para conseguir el poder, era desconocido desde principios de los 80. Cuando llegó ¡por fin! a su poder, se la tuvo que envainar temporalmente porque necesitaba a sus máximos enemigos mortales (después de Felipe González), es decir, a PNV y CiU. Cuando tuvo mayoría absoluta, pues ya lo hemos visto.
Pero es que resulta que Aznar nos deja y llega el beatífico ZP. Afortunadamente, la historia se repite y no tiene mayoría absoluta; porque, cuando la tenga, si la tiene, nos vamos a enterar también, que lo del tabaco es sólo un anticipo. Este señor -como Aznar, pleno de buenas intenciones- también cree estar en posesión de la verdad (aunque sea otra), y se está dedicando a legislar sobre determinadas materias, a fin de hacer España según la Idea que él se supone que tiene. Podremos coincidir en algunos aspectos, pero no porque nadie nos haya preguntado ni vaya a hacerlo.
La ofensiva ideológica de volver a la Historia franquista tradicional, la inició Aznar durante su reinado (recordemos aquella magna superproducción hispánica "Memoria de España") y ahora nos encontramos que las idílicas ideas ateneístas acerca de la otra historia de España han llegado a su vez al Gobierno. Nos encontramos con dos historias contrapuestas que apenas coinciden más que en la cronología y, a veces, ni eso.
Según una, España vivía feliz bajo el próspero reinado de Su Majestad Católica Don Alfonso XIII, cuando un montón de resentidos y marxistas a sueldo de Moscú (el PSOE) le dio un golpe de Estado y lo echó para implantar un régimen de caos y terror que llevaría a España a convertirse en República Soviética, echando a los jesuitas y puteando a los militares y la gente de bien. Como la derecha había ganado unas elecciones, en el año 1934 el PSOE empezó una guerra civil matando a los curas y a las monjas y a la gente de derechas, que obligó a Franco y otros militares de bien a acabar con el caos y la deriva sovietizante, dándonos, tras fulgurante cruzada, 40 años de paz.
Según la otra, la República llegó legítima y pacíficamente para colmar los anhelos del pueblo de paz y progreso, dando a España el régimen más modélico de su historia, en el que todo estaba lleno de maestros y maestras que enseñaban a los niños a ser buenos ciudadanos y las artes y las ciencias alcanzaban su máximo esplendor mientras Federico iba por los pueblos haciendo teatro, se hizo una reforma agraria y todo el mundo era libre y feliz y las mujeres votaban, y, por eso, la caverna reaccionaria, capitaneada por el capital, la Iglesia y el Ejército, dio un golpe de Estado para acabar con los mundos de Yupi, dándonos, tras horrenda guerra civil, en la que mataron a todos los maestros, y espantosa represión, la larga noche del franquismo.
Bueno, que me estoy yendo por los cerros de Úbeda. Lo que quería decir es que la Historia ha vuelto a convertirse en arma de guerra entre las tribus patrias y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. No estaría de más que la guerra civil pasara, definitivamente, a ser historia, que parece que la hicimos nosotros, y que alguien se conformara con tratar este período de nuestra historia con cierto desapasionamiento no exento de seriedad y dejaran de mantener los mitos sobre los que se construyen pacientemente los enfrentamientos civiles y luego dices "¡Huy", ha sido ese".
Y ya me dirán ustedes qué tiene todo esto que ver con Gengis Kan. En fin, lo dejaré para otro día.