7/6/10

Banderas victoriosas 8.

 

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8.

Bocanegra se había explayado. Al principio, les había hecho gracia cuando empezó a contar cómo habían llegado al convento y habían llamado a la puerta con mucha educación. Por lo visto, la hermana portera, viendo que ya no podían hacer como que no había nadie, salió a la puerta a decirles que allí no podían entrar. –Aquí los coyotes se meaban de la risa- Ya se sabe, cosas de las monjas; aunque estuvieran aterrorizadas, seguían comportándose como monjas. Pero no estaban preparadas para los coyotes. Una cosa es fantasear con el martirio y otra que te martiricen de verdad.

-- ¿Te acuerdas cómo chillaban porque les quitaba las tocas? –carcajadas- Joder, lo mejor era cuando le preguntabas a la vieja si era virgen de verdad, que había que comprobarlo para el expediente gubernativo. -Aquí lloraban de la risa contando cómo habían violado a la superiora que, por lo visto, acabó gritando muera Dios y viva Rusia. Una vez que dejaron a la jerarquía por ahí despatarrada en pelota viva lloriqueando sobre sus hábitos hechos un burruño, lo demás fue coser y cantar.

Méndez y sus hombres se miraban intranquilos mientras los de Bocanegra seguían relatando sus hazañas.

-- Y la chavala esa, que estaba buena, ¿eh?, que las monjas nos la tenían guardadita… ¿qué tenía, doce o trece? –más carcajadas- ¡Cómo chillaba la muy puta!

Méndez había cogido su fusil y había hecho una seña a su gente. Mientras, los coyotes seguían contando cómo habían violado una detrás de otra a todas las monjas, salvo a las más viejas, que se las cargaron directamente.

Ahora, Méndez no podía quitarse de la cabeza una imagen que tenía olvidada desde el treinta y seis, cuando se iban y el Bocanegra contaba cómo a la novicia de doce años no le entraba su polla y tuvo que agrandarle el agujero del culo con el machete.

Recordaba vagamente que había sacado la pistola para cargárselo de un tiro, pero que los compañeros lo habían agarrado y se lo habían llevado de allí.

No había vuelto a ver a ese hijo de puta en toda la guerra. Casi lo había olvidado. Hasta hacía unos meses. Estaban parados en una vía muerta. Un vagón de ganado lleno de presos, todos de pie, prensados como sardinas en lata muriéndose de calor. Algunos estaban muertos de verdad, pero no podían caer al suelo porque no había sitio. La peste era tan bestial que ya ni la sentían, todos cagados y meados porque hacía tres días que no los dejaban salir. El mismo tiempo que llevaban sin comer ni beber.

De pronto, con un ruido chirriante, se abrió la puerta del vagón. En su delirio creyó que ahí los bajaban –ya- para fusilarlos, y sintió alivio. Pero no. Era que iban a meter a más gente. Se encontró apretujado contra uno de los nuevos, un tío feísimo, con barba crecida y costrones de sangre seca en la cara. En su estado semiinconsciente, le pareció que lo conocía y le sonrió como un bobo.

Era Bocanegra.

5 comentarios:

  1. Me limito a recopilar las batallitas de los abuelos. O sea, los testimonios.

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  2. Pues más a mi favor: qué horror...

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  3. Es mi pequeña contribución a remover la mierda. Eso que está tan de moda ahora. El horror es precisamente lo que intento transmitir. Es muy fácil elucubrar en abstracto.

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