31/1/12

Guerra civil en Siria 2012. Suministro de armas a la “oposición.”

 

Si observamos las fotos que nos llegan de la guerra civil en Siria, podemos observar que, a diferencia de lo que ocurrió en Libia, donde en seguida aparecieron en manos de las milicias del CNT armas que no procedían del arsenal gadafista, en Siria siguen predominando las diferentes versiones del Kalashnikov, nacionales y otras. Pero últimamente, ya van apareciendo esas armas que alguien les hace llegar a los sublevados. A primera vista, parece una torpeza: En la guerra civil ruandesa del 94, a Francia no se le ocurrió suministrar su fusil de asalto FAMAS al ejército genocida, sino que organizó una intrincada trama a través de Egipto. Al final, el Gobierno francés fue descubierto, pero la cosa no llegó al gran público.

En la primera foto, aparte del entrañable detalle de la ropa tendida, ya observamos que el miliciano con pasamontañas de la esquina superior izquierda enarbola un M-16 A1 norteamericano, pero es una excepción. Salvo que lo que lleva el de primera fila con pinta de arma de Star Wars sea un SOPMOD AK, que es una versión del AK-74 soviético, para fuerzas especiales, debida a una empresa norteamericana.

M16

 

En la segunda foto, cualquier observador mínimamente avezado en la identificación de materiales, reconocerá que los fusiles de asalto de varios milicianos no pertenecen al Ejército sirio; son modelos usados hace tiempo por los ejércitos occidentales: en primer término, el señor de barbas lleva un FAL (un producto belga tan universal como el Manneken Pis), justo detrás de él, lo que parecen ser dos, o tres, G-3 (alemanes) (si no CETME, españoles –todavía usados en Irán y Pakistán) y, al fondo, el del pañuelo rojo, lleva lo que también parece ser un SIG (suizo). La pregunta es ¿de dónde los han sacado? (Y, ya que estamos, la procedencia de los correajes y las cartucheras también merecería un postio, pero eso ya es rizar demasiado el rizo)

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Otro dato es que todos esos fusiles de asalto utilizan munición OTAN, del 5’56 o del 7’62, incompatible con el armamento del ejército sirio. Ello implica que quienes usan tales armas dependen de que quienes se las facilitan les suministren también la munición. Si dejan de suministrarla, esas armas  dejarían de servir para matar gente.  Tal vez este detalle logístico, esa dependencia que se crea del suministrador, sea  –igual que en Libia- más importante que la discreción; porque nada habría sido más fácil que encontrar Kalashnikov de cualquier tipo en el mercado negro o en los siempre complacientes arsenales de Ucrania, pongo por caso.

Reconozco que me he fiado de las fuentes. Si resulta –a veces pasa- que las fotos no corresponden a Siria en la actualidad, declino toda responsabilidad, pero, tranquilos, seguro que si no son éstas, habrá otras. Os animo a mirar con atención las fotos que veáis en los medios y las imágenes de TV. Siempre se aprenden cosas sobre el grado de espontaneidad de las revueltas.

P.D. Sobre calibres: A fin de aclarar algunas discrepancias mostradas en comentarios, sólo decir que el “calibre”, es decir, 7’62 mm. es el diámetro del proyectil; que, efectivamente, es el mismo para los distintos modelos de Kalashnikov que usan el 7’62x39 y el G-3, CETME, FAL, etc. (7’62x51) Pero la munición no es sólo el calibre del proyectil. La forma, longitud y peso del mismo, el tamaño y forma de la vaina, la carga de proyección, etc. son distintos entre los modelos soviéticos y los occidentales. Adjunto un par de fotos:

 

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7’62x39 Kalashnikov                               7’62x51 OTAN



26/1/12

La absolución de Camps, el caso Gürtel, los juicios a Garzón y la madre que los pario a todos.

 

Después del veredicto del jurado popular en el caso Camps, aunque uno no es tonto y su confianza en la justicia es más bien floja, la sensación que me invade es de vergüenza. Hasta tuvieron la agudeza de hacerlo público justo antes de empezar el partido de vuelta Madrid-Barça, para garantizar que esta mañana en los bares se hablaría más de fútbol que de juicios.

Ahora, los que ayer daban por descontada la condena de Camps y lo ponían a parir (Vbgr.: El Mundo) ya pontifican contra ¿los “socialistas”? y los juicios paralelos. Evidentemente, el escenario ha cambiado merced a alguna intervención providencial sobre el jurado popular. (Popular, ¿lo pillan? ¡A quién se le ocurre!). Así que, lo siguiente es que Garzón sea condenado por las escuchas a los Abogados de Gürtel. Yo, la verdad, creo que deberían condenarlo por hacer esas cosas que él ha hecho siempre en sus instrucciones, pasándose por el forro el derecho de defensa y produciendo incontables absoluciones de grandes camellos y gente así. Es famoso por ser un instructor tan malo como buen propagandista de sí mismo.

Lo malo es que, una vez condenado Garzón, como merece, no sólo no va a acumularse todo el caso Gürtel (o sea, financiación ilegal del PP) en el Supremo, como debería ser; sino que, debido a las escuchas ilegales de nuestro Juez Estrella, van a llover las solicitudes de nulidad de actuaciones en todo lo relacionado con la trama del Sr. Correa y sus colegas; nulidades que es probable que prosperen, aunque sea en Estrasburgo.

Resultado: el que ya conocemos. Una serie de tipos que todo el mundo sabe que son culpables, serán exculpados y, dentro de unos años, nadie se acordará de esto. ¿o se acuerda Vd., amable lector del Caso Naseiro, pongo por caso?



10/1/12

Entrenando para el desastre II.

 

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La del pirata es la vida mejor

 

Cuando yo iba al colegio, sabía perfectamente que ciertos comportamientos estaban prohibidos y que infringir la prohibición implicaba castigos terribles. Eso era así. Como es lógico, todo lo que estaba prohibido molaba: si no, no lo habrían prohibido.

Ante tal situación, la mayoría nos buscábamos la vida para burlar la prohibición, mientras que otros la acataban por miedo al castigo. Esforzarse en burlar la prohibición suponía desarrollar esas capacidades de sigilo, vigilancia, planificación y búsqueda de información sobre el enemigo y el campo de batalla que tradicionalmente se consideran necesarias para la supervivencia de la especie. En realidad, muchas veces, lo prohibido no molaba tanto; lo que verdaderamente molaba era –eso- que estaba prohibido: molaba el riesgo, notar ese cosquilleo en las tripas, sentir que te atrevías.

Pero había otros que acataban la prohibición, ya digo. Éstos se escudaban en criterios morales: si la autoridad había decidido prohibir algo, es que ese algo era malo. Como reconocer que, por ejemplo, no entraban en la capilla a deshoras a ver si de verdad había un fantasma por miedo a que los castigaran, debía de ser muy duro para su autoestima (palabra que, por cierto, aún no existía), pretendían hacer creer que ellos no lo hacían, no porque fueran unos gallinas, sino porque eran buenos, no como nosotros. Como solían compensar su cobardía estudiando mucho, cuando el profesor elogiaba en público su asqueroso comportamiento, ellos en lugar de avergonzarse, se esponjaban cual gato persa mientras los demás vomitábamos mentalmente. Con el tiempo, a fuerza de comportarse así, llegaban a creerse que poseían un elevado sentido moral del que nosotros carecíamos y que les evitaba remordimientos por su nulo compañerismo, incluso cuando se despeñaban por la más baja sima de lo abyecto, que era -claro está- chivarse.

Un chivato era lo peor. Para no sentirse un mierda, se había identificado con el poder hasta creer que el profesor era su amigo, y que sus enemigos éramos nosotros. Así que se hundían en la mierda sin posibilidad de redención: no cabía el perdón para el chivato, sólo el vacío y la venganza.

Ha pasado una eternidad, miro a mi alrededor y ¿qué veo? Un mundo donde los chivatos imponen su ley. Han aprendido, por ejemplo, que no hay que quitar la vista de encima a sus hijos ni un momento, no vayan a hacer lo que hacen los niños sanos, o sea, desobedecer. Por eso, se pasan la vida en el colegio, para vergüenza de sus retoños, cabildeando con los profesores o, si los profesores son personas normales, haciéndoles la vida imposible. Por eso, no dejan a sus hijos salir solos a la calle ¡ni para ir al colegio! Como ellos eran unos cobardes, necesitan que sus hijos lo sean también (igual que antes: para no sentirse unos mierdas) y se pasan la vida asustándolos con lo peligrosos que son los coches y que el mundo es un lugar tenebroso lleno de pederastas que raptan a los niños. Por eso, hacen los deberes con ellos, y supervisan sus juegos, no les vaya a dar por pegarse o por leer algo interesante en vez de los pestiños que les mandan en el cole; les obligan a hacer cosas absurdas cuando acaban las clases – inglés, ballet, lo que sea antes que dejarlos jugar en paz- no porque los niños quieran (que lo que querrían es perder de vista a sus padres por lo menos un rato) sino porque lo quieren ellos (poder decir que su niña es más superdotada que las demás), y, aunque no lo quieran, lo harán de todas formas para no ser escarnecidos por los demás papis y mamis: “Fulanita es una mala madre: su niño no va a ballet.” De ir al colegio solos, ni hablamos, claro. Un niño de 11 años que cogiera el autobús para ir a clase sería algo tan grave como en mis tiempos no estar bautizado. Imagino que el AMPA denunciaría a sus padres para que les quitaran la custodia. Eso sí, para que los niños no protesten por tenerlos presos, los papis y mamis los sobornan, o tratan de sobornarlos, llevándoles las mochilas, comprándoles ropa cara y artilugios cibernéticos de unos precios impropios de su edad. Ya se sabe, es el viejo truco: el objetivo de la cárcel es reinsertar al delincuente, aunque, en este caso, ni siquiera: se trata de insertarlo y luego, claro, salen niños que escriben cartas a El País.

En resumen, que aquellos chivatos que tanto asco nos daban de niños, han tomado el poder y están a punto de dominar el mundo. Ante tal estado de cosas, sólo queda un valladar que salve el futuro de la humanidad: los tíos. Por suerte, casi siempre hay un tío, una oveja negra de la familia, alguien a quien los propios papis y mamis hacen propaganda al revestirlo del atractivo de lo prohibido. Tenemos una responsabilidad: cada encuentro con el tío –escasos: si se pasara la vida con la familia, no sería una oveja negra- ha de ser un refuerzo positivo del comportamiento normal.

A partir de los cinco años, ya podemos hacer grandes cosas. Para empezar, seremos los únicos que hablaremos con el niño como si fuera una persona normal y no un gilipollas; por eso, nos referiremos siempre a mami como es debido, o sea: tu vieja. A esa edad, ya podemos empezar a enseñarles palabras reales, términos que hagan perder los nervios a papi: cosas sencillas como “puta”, “cabrón”, “gilipollas” o “súbete aquí y da pedales.”

A los seis años, (es tarde, pero no siempre estamos ahí) le enseñaremos a nuestro sobrino o sobrina que, realmente, puede cruzar la calle solo, sin sufrir la humillación de ir de la mano de su vieja. Lo único que tienes que hacer, colega, es mirar a izquierda y derecha  y asegurarte bien de que no vienen  coches. El enano lo hará y comprobará que, no lo atropella un coche fantasma surgido de la nada.

A los siete (lo más tardar) le enseñaremos que, si le pega otro niño, lo que tiene que hacer es pegarle también. Da igual que ganes o no; lo que importa es que los demás se enteren de que pegarse contigo no es rentable. De hecho, habrá que enseñarles algunos trucos: cómo se cierra el puño, sitios en los que, si aprietas, duele un huevo, etc.. Pero, sobre todo, nada de chivarse, ni a tu vieja ni al profesor que, no sólo no van a arreglar tu problema, sino que, encima de que has cobrado, aprovecharán para hundirte en la mierda convenciéndote de que eres una pobre víctima acosada y te llevarán al psicólogo para que te lave el cerebro.

A los ocho, ya va siendo hora de que nos camelemos a los padres (asistir a algún evento familiar sin dar la nota puede bastar) y consigamos que nos dejen llevarnos a nuestro sobrino a la montaña. Si hace falta, nos juntaremos un par de tíos y nos usamos mutuamente de coartada: “no te preocupes, Fulanita se trae a su sobrina también.” Los niños fliparán al ver que esos horizontes que salen en las películas cursis que les llevan a ver sus viejos al cine del centro comercial, existen y que ellos pueden ir allí. Aunque es cansado y hace frío, pero mola, ¿a que sí? Comeremos con las manos, haremos concursos de regüeldos y nos tiraremos pedos, lejos de los padres y los profesores. A esa edad, ya se les puede enseñar a rapelar, que es muy disfrutón y los hará sentirse superiores por un tiempo.

Eso sí, a los nueve como muy tarde, (lo suyo sería antes, pero tenemos que luchar contra un sistema educativo que intenta que aprendan poco y despacio) les regalaremos por su cumpleaños La Isla del Tesoro. Cuando conozcan a John Silver El Largo, lo tendrán más fácil.



2/1/12

Urdangarin y los recortes

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 El Cid, de Nazareno y oro

La opinión cada vez más extendida contra las corridas de toros, viene de que la gente se identifica con el toro. Por lo menos, buena parte de la gente. Es lógico: también nosotros nos dejamos manejar por el engaño -así llaman los taurinos a la muleta-, yendo por donde el torero quiere que vayamos, embistiendo contra el pobre caballo que, con su ojo vendado, está tan ciego como nosotros mientras, desde lo alto, el picador nos hunde una y otra vez la puya inmisericorde en todo el morrillo. Por más que nos duelan los puyazos, no se nos ocurre mirar hacia arriba y seguimos erre que erre, dando topetazos al caballo.

Cuando ya se han cansado de picar y nosotros de embestir el peto, suena el clarín, cambia el tercio y aparecen unos tipos dando saltitos para llamar nuestra atención hacia otra parte. Nosotros nos creemos que podemos cogerlos, pero, justo cuando los tenemos al alcance de la mano –de los cuernos- nos hacen un quiebro y nos plantan en todo lo alto un par de banderillas. Nosotros, en vez de ir a por el tío de los saltitos, nos peleamos con las banderillas olvidando la mano que nos las ha clavado. El resultado final es conocido: después de traernos y llevarnos por el ruedo persiguiendo un trapo rojo, si somos bravos, moriremos de una estocada a la luz del día, entre aplausos del respetable. Si somos cobardes o andamos flojos de remos, seguiremos a una parada de cabestros hasta un sitio donde nadie vea cómo nos liquidan. Bravos o cobardes, nuestro destino es el mismo: la cazuela.

Así terminamos un año y empezamos otro: persiguiendo un trapo rojo cual camiseta de la Selección. Lo perseguimos encantados por su condición de yerno real; de modo y manera que las charlas de los bares tratan de la monarquía y la república –cosas que a nadie importan- y no de la corrupción de los gobiernos de Valencia y Baleares, que son los que malversaban nuestra pasta. Por lo visto, se la regalaban -la pasta- al real yerno por guapo, o por ser quien era; pero nadie habla de qué pasaba luego con ese dinero público que pasaba a manos privadas. Como sabemos, las bandas tipo Noos, Gürtel o Filesa no son más que herramientas para sacar de las arcas del Estado el dinero que pagamos de nuestros impuestos y, después de marearlo más o menos según la habilidad de cada cual, repartirlo con alguien, por lo general relacionado con quien lo ha pagado.

La pregunta debería ser ¿con quién? Pero -¡ay!- las investigaciones judiciales suelen terminar allá donde empieza a peligrar la carrera de los jueces. Y nosotros, mientras sigamos persiguiendo trapos rojos y empeñándonos en embestir al caballo en vez de al picador, no nos vamos a enterar, me temo.