29/10/09

El búnker de Conil (III)





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El sargento Cano subió el acantilado echando pestes. Volvía a dolerle la pierna derecha por la puta humedad (Tenía en ella dos heridas: una esquirla de metralla de Brunete, que aún seguía por ahí dando vueltas, y un bayonetazo ruso, de Possad) Arriba, un pelotón de rojos bastante harapientos –más aún que sus soldados- se dedicaban a encofrar unas trincheras bajo la vigilancia de un soldado con la bayoneta calada. Los dirigía uno con gafas que –suponía Cano- habría sido albañil antes de la guerra, o ingeniero, cualquiera sabe, por las gafas. En todo caso, parecía bastante apañado.

Al pasar Cano, el soldado se cuadró llevándose la mano al pecho y los rojos se pusieron firmes. Cano se llevó distraído la mano al gorro.

-- Venga, venga, a trabajar.

El rojo de las gafas se le cuadró:

-- A sus órdenes, mi sargento.

Cano le miró con sorpresa. Qué raro que un preso se dirigiera a él.

-- Dime.

-- Mi sargento, ¿es verdad que vienen los americanos?

Cano estudió la cara del rojo buscando un rastro de esperanza, o de cachondeo. No lo encontró. Lo tenía visto de los últimos días. Era competente dirigiendo el trabajo y Cano apreciaba a la gente competente. Tenía más o menos su edad, pero en vez de estar pelándose de frío en Rusia, el último año debía haberlo pasado en uno de esos campos de concentración o vaya usted a saber dónde.

-- ¿Y a ti qué te importa?

-- Hombre, mi sargento. Se habla…

-- Ni puta idea. Tú a lo tuyo, que en boca cerrada no entran moscas.

Se giró bruscamente y siguió su camino.



27/10/09

El búnker de Conil (II)


2



TACATAC TACATACATAC TACATAC


Ráfagas cortas. Tres o cuatro tiros, no más. El cabo Expósito, mirando por los gemelos con retícula del sargento –de la Wehrmacht, Zeiss: cojonudos- dirigía el tiro de una de las ametralladoras. Le gustaban las ametralladoras. Como decía el sargento, tenían su técnica.

-- ¡Quince a la izquierda, Feli! –vociferó, porque dentro del búnker ya les pitaban los oídos del ruido-

El soldado Felisardo giró el tambor graduado de la máquina y apretó el manillar: TACATACATAC.

-- Un pelín más a la izquierda.

TACATACATAC TACATATACATAC

Las botellas saltaron hechas añicos. El cabo Expósito palmeó la espalda a los servidores de la ametralladora, o sea, de la máquina. No se lo ponía fácil el sargento, joder: darles a unas botellas a más de cien metros.

-- Muy bien chavales –el sargento Cano esbozó lo más parecido a una sonrisa que era capaz de esbozar- ¿veis como es fácil?

Más nos vale no tener que disparar de verdad”, pensó el sargento Cano. La verdad es que no le gustaba nada, pero lo que se dice nada, esta posición. Vale que el búnker era de puta madre, muy bien hecho. Ahí, los de Ingenieros se habían salido: todo de hormigón, con muros de un metro de espesor y forrado de piedras por fuera para camuflarlo con el acantilado. Tenía dos pisos: arriba, el emplazamiento de las piezas contracarro y abajo las ametralladoras, con tres troneras, una a cada lado, que cubrían la playa de enfilada, y otra en medio, hacia el mar. Como piezas contracarro no había, la parte de arriba la usaban de observatorio y de camareta.

Desde luego, si los ingleses o los yankis desembarcaban, les iban a hacer un destrozo del copón: les iban a matar un montón de gente; pero el sargento Cano tenía claro que de ahí no salían. La única puerta del búnker daba a una rampa lateral y luego había que coger el camino que subía el acantilado. Y a ver quién subía por ahí con los ingleses en la playa.

O sea, que el sargento Cano tenía claro que, si la cosa les pillaba en el búnker, ellos iban a cumplir como buenos cargándose a todos los que pudieran y luego la iban a cagar bien cagada; porque cuando se asalta un búnker con lanzallamas –que es lo propio, él lo había hecho- lo que pasa es que te achicharran vivo y, una vez achicharrado, no se te puede ni hacer prisionero. Así que, por más valor acreditado –destacado, ojo- que tuviera y por más Cruz de Hierro y Rusia y cabeza de puente del Wolchow, esperaba que el desembarco (si llegaba) no les pillase en su rotación.

Estaba en esas cuando sonó el teléfono.

-- Mi sargento: el teniente.

-- A sus órdenes, mi teniente. Sin novedad.

-- Cano, vente para la compañía, que el capitán quiere hablar con los mandos.

-- A sus órdenes, mi teniente. El sargento Cano le devolvió el auricular al telefonista y sonrió satisfecho. “Los mandos”: el teniente lo respetaba. El chaval se sentía un poco fuera de lugar, pero hacía esfuerzos. Estaba recién salido de la Academia y se veía encajonado entre el capitán y él, dos perros viejos con mucha, pero que mucha mili. el capitán le tenía mucha confianza a Cano, porque los dos habían estado juntos en Rusia y los dos habían estado a punto de palmar en Possad hacía poco, tirando contra los rusos con todo lo que tenían a mano.

El búnker de Conil (I)

Igual que Canarias o el Pirineo, la costa de Cádiz está llena de búnkers, que ahora está catalogando la Junta de Andalucía. La gente suele relacionarlos con la guerra civil, pero son de la segunda guerra mundial. En Cádiz, igual que en Canarias, se construyeron en previsión de una más que hipotética invasión aliada.


Dicha invasión pendió de un hilo en 1942 porque los aliados necesitaban la inactividad española para lanzar la operación Torch, el desembarco en el norte de África, que sustraería Marruecos y Argelia al control de la Francia de Vichy, cogiendo a los ejércitos alemán e italiano entre dos fuegos, ya que la flota de invasión de Argelia debía concentrarse en aguas de Gibraltar, al alcance de las baterías de costa españolas.


En noviembre de 1942, Franco, en la práctica, cambió de bando, que tonto no era; pero la gente no lo sabía y el régimen continuó con su parafernalia habitual.


Ya había tenido la idea en el año 2001, en la batería de costa de Bolonia, pero dormía el sueño de los justos hasta que hace año y pico, paseando por las playas de Conil, encontré un búnker que me gustó y decidí inventarme su historia. Primero, de acuerdo con mi natural neurótico, comencé a documentarme compulsivamente sobre las defensas costeras de Cádiz durante la SGM, enredándome de mala manera en el asunto, hasta que un amigo que estaba al tanto me dijo una noche en la B.F.I.: “Joder, Pcbcarp, que es un cuento, ¿no?”


Mágico: Pasé de documentarme y me puse a escribir una historia que, aunque falsa y llena de licencias literarias, fuera verosímil. 


Es ésta:








El Búnker de Conil



1


El verano del cuarenta y dos se iba acabando mientras el cabo Expósito miraba el mar. En la playa, su pelotón chapoteaba en pelotas partiéndose de risa. Bueno –se dijo- por lo menos en este destino de mierda te puedes bañar si te gusta. Lo malo es que al cabo Expósito no le gustaba bañarse. Era más bien de la Meseta y el mar le daba mucho respeto: no sabía nadar.

A cambio, sabía leer y escribir; por eso lo habían hecho cabo. Ser cabo está bien. Tiene sus responsabilidades, ojo, pero te libras de las imaginarias y de las guardias de garita. Además, seguro que dentro de poco lo proponían para cabo primero y, en otro año (o menos), sargento regimental. En los tiempos que corrían en España, ser sargento significaba no tener que preocuparse de la manduca. Además –otra ventaja de no tener padres conocidos- no tendría que mandar dinero a casa.

Entregado a tan filosóficos pensamientos, no oyó llegar al sargento hasta que lo tuvo al lado. No importó, porque como el cabo Expósito tenía los gemelos en la mano y la mirada perdida en el horizonte, el sargento pensó: “Hay que ver este chico, lo en serio que se toma las cosas. Los pistolos bañándose y el aquí vigilando. El año que viene lo propongo para cabo primero.”

No era mal tío el sargento Cano: cuando te podía dar cuartelillo, te daba cuartelillo. Eso sí, tenía sus cosas y, si te pillaba cagándola, en seguida te soltaba un par de hostias regimentales; pero lo normal era que no pasara de ahí y todo el mundo prefiere un par de hostias a un mes de calabozo, dónde va a parar. Además, se preocupaba por su gente. Una vez que pilló a Expósito cagándola con el capitán cerca, le echó una mirada de las que parten las piedras y disimuló con el capitán. Eso sí, luego lo corrió a hostias por toda la compañía. Expósito le estaba la mar de agradecido, porque le libró de tres meses de calabozo y de no ascender a cabo.

Lo único, que el sargento Cano se tomaba la mili muy en serio. La verdad es que debía llevar en la mili toda la vida. De vez en cuando, que estaban solos, le contaba alguna historia de la guerra nuestra: de la batalla del Ebro, de Brunete, de un montón de sitios que el cabo Expósito sólo conocía de oídas, por la cosa de las batallas sobre todo. Además, el sargento Cano había estado en Rusia, y estaba la mar de orgulloso de su Cruz de Hierro. Una vez que estaba un poco chispa, le invitó a coñac y le contó una batalla en un sitio que se llamaba Posad o algo así, con los rusos, que fue donde le dieron la Cruz de Hierro, el general Muñoz Grandes y otro general alemán que por lo visto era muy famoso y salía en el Signal. Y siempre acababa diciéndole que diera gracias de estar en Cádiz, en la playa, que no veas lo bien que se vive con este sol y no como en Rusia, que por lo visto se te congela el coñac en la cantimplora.

-- Sus órdenes, mi sargento. Sin novedad.

-- Descanso, chaval. Qué, ¿no has visto nada?

-- Nada, mi sargento. Un par de pesqueros.

-- Ojo con los pesqueros, que pueden ser de reconocimiento camuflados. Oye, me he agenciado un par de cajas de munición para las máquinas, así que llámate a un par de bañistas, que se vengan conmigo a por ellas y luego tiramos un rato, que hay que estar preparados.

Esa era otra de las cosas del sargento Cano. Siempre había que estar preparados. Les decía que el soldado que suda no sangra, lo que quería decir que había que entrenarse para no cagarla cuando vinieran los tiros de verdad. Por eso siempre que conseguía munición los tenía practicando con las máquinas, que era como llamaban los entendidos a las ametralladoras.

Así que el cabo Expósito cogió el máuser, salió del búnker y bajó a la playa. Se llevó dos dedos a la boca y pegó un silbido que debió de oírse al otro lado del Estrecho. Los bañistas se quedaron quietos y le miraron.

-- A ver, tú y tí, Galindo y Felisardo. Vestiros que os vais con el sargento.

-- No jodas, cabo.

-- Venga –señaló con el pulgar hacia su espalda, dando a entender que el sargento miraba- ¡arreando!

19/10/09

Lo que es el barrio (IV) Peleas.






Bueno, pues sí: la otra noche hubo una pelea en la B.F.I. y Pcbcarp no estaba allí. Estuve el jueves, estuve el viernes… y estuve el domingo. Sí, pero no el sábado… ¡Ah! el sábado estaba haciendo otras cosas. Y va y tiene que ser el sábado. ¡Cagüenlapús…! Conste que yo sé que el 99 por ciento de las peleas en los bares son producto de una autoestima baja: si no me pego con ése, mi chica va a pensar que soy un bragazas; si no invado Polonia, los Franceses van a pensar que soy un bragazas… en fin todo eso. A mí es que me gusta observar.

Me han dado tanto el coñazo para que publique el resultado de mi encuesta, que lo hago y punto. No pretendo ser gracioso, conste; sólo relatar los hechos de forma fidedigna.

La verdad es que la última pelea digna de recordarse había sido muy graciosa. Los clientes nazis, por lo general inofensivos, aquella noche venían bastante motivados y cometieron el error de llevar a otros colegas suyos desconocedores de las reglas del bar, que le dijeron al camarero que pusiera un CD (algo aún habitual por entonces) de un grupo denominado Krasnij Bor [sic] (en esa batalla, en que la resistencia de la división 250 de la Wehrmacht evitó una ruptura del frente de Leningrado, estuvo mi tío Nano, que me contaba de pequeño cómo el coñac se te helaba en la cantimplora allí en Rusia). Por alguna misteriosa razón, los nuevos empezaron como posesos a levantar el brazo en actitud inequívoca mientras proferían gritos tan pintorescos como “¡Honor, honor a la División Azul!” y también algo que sonaba como “¡Sijail!”.

Yo estaba tomándola apaciblemente con un recién adquirido colega de bar, P***, que era cocinero y ruso de Ucrania, nieto de asturianos, quien, cerveza en mano, me miraba ante tal atrevimiento con una expresión calmosa que quería decir: “¿les metemos?” No hubo que hacer nada. Cuando el curioso tema eskinjed terminó, le dije al camarero (que, como era brasileño, le importaba una mierda todo esto):


-- Oye, Eric, pon la Internacional, a ser posible, en Ruso.


Y Eric, complaciente, se metió en Youtube y la puso. En Español, pero dio igual. La cantamos  P*** y yo, él en Ruso y yo en cristiano, acompañados de algunos espontáneos nostálgicos del padrecito Stalin; mientras los eskinjeds del barrio explicaban a los foráneos que se tranquilizaran, que esto era el barrio, o sea.

Luego, sin que ninguno de nosotros tuviera nada que ver, empezaron a volar botellas, porque los jóvenes ya se sabe cómo son de vehementes. Nosotros nos habíamos conformado con quedar por encima y que se aguantaran con otras canciones; pero, mientras, alguien había tenido tiempo de decidir que  la presencia de calvos en el local era inaceptable. Y menos mal que eran compañeros de colegio cuyos caminos se habían bifurcado.

Bueno, la cosa no iba con nosotros, de no ser porque uno de los implicados (facción roja) tenía una vaga relación familiar con alguien que a mí me interesaba y que, por si la situación no fuera bastante tensa, uno de mis vecinos generacionales, por lo general más bien socialdemócrata, se nos enardeció el hombre y decidió tomar cartas en el asunto, pidiendo efusión de sangre.

Ahí, ya tuve que intervenir. Pcbcarp siempre con el problema de tener que mantener el orden en la galaxia, lo que es gran putada. Me tocó ir al lidercillo nazi extrabarrial a decirle algo parecido a:

--“Bueno, vale, si os empeñáis, nos damos de hostias, pero oye: nada de navajas ni puños americanos, ¿vale?, ferplei, como en la taberna del irlandés, y cuando nos hayamos quedado a gusto, nos tomamos unas birras, ¿vale? [no sé por qué, con esta gente hay que decir “¿vale?” todo el tiempo para que te entiendan]. 

Al tipo le pareció guay. P*** me decía:

-Si hay que meterles, les metemos, pero yo no voy a razonar con un puto nazi, y menos si es maricón.

Lógico.

Bueno, ahí acabó la cosa. Los nazis del barrio pusieron paces, una chica que era compañera del colegio de todos ellos, nazis y rojos, se arrancó a llorar como una Magdalena y se marchó sollozándoles que si no les daba vergüenza, entre compañeros de colegio, lo que al parecer les tocó la fibra. No hubo necesidad de más, ni de mutilar a nazi alguno.

De hecho, acabamos todos, calvos incluidos, yendo a tomarla a otro bar. Todo habría acabado perfectamente, y P*** y yo hablábamos a las cuatro de la mañana de una minoría húngara de Ucrania que decía tales y cuales cosas con conflictos étnicos y tal, cuando los acontecimientos terminaron por eclosionar. Pero bueno, esa ya es otra historia y fue en otro bar. Sólo decir que no hubo daños personales de consideración, salvo algunos orgullos jodidos y unas gafas rotas.

Eso sí, el nazi gordo responsable de aquello vino a la tarde siguiente ante el que se había llevado su última hostia a pedirle disculpas formalmente, como yo le había conminado la noche anterior. Públicamente y ante testigos: fue el primer éxito de mi campaña “Habla con tu facha”.

Lo de la otra noche fue muy distinto. Mucho más primario. Claro, que no estaba yo para darle colorido literario, que se me da muy bien adornar las situaciones tensas. Después de entrevistar a tres clientes habituales que fueron testigos presenciales, y a la camarera paraguaya, he reconstruido los hechos así:

Aparece en el bar una pareja que ya tiene prohibida su entrada en el Dalí, bajo el cargo de soliviantar a la clientela. Ella es una tía buenísima formato putón desorejado, él el correspondiente adicto a las feromonas. Ya este verano (la misma noche que fueron vetados en el Dalí) aparecieron por la B.F.I. Yo estaba con el afrikaner hablando de nuestras cosas, cuando él me dice sin cambiar el gesto:

-- Atención, a tus seis en punto.

Efectivamente: espectáculo curvilíneo, con vestido cuyo descote llegaba hasta la raja del culo, invitando a echar un euro a ver qué pasaba y, por delante, muy práctico para enseñar las tetas al menor movimiento. a la primera ocasión, la elementa se roza con el afrikaner y nos empieza a dar la brasa con no sé qué de que una vez ganó un Grammy. Nosotros le decimos que nos deje en paz, que si no ve que estamos hablando. La tía como que se ofende mucho y se dedica a provocar a todos los varones acodados en la barra, sin mucho éxito, porque se la veía venir. Por eso cambiaron de bar, supongo. Bueno, eso fue en julio o cosa así.

Así que el sábado que yo no estaba llegan, ella y el feromonófilo. Nadie los identifica. Se sientan a una mesa. Consumida la primera copa, el tipo se pone a hablar con la turba de divorciadas venenosas de la mesa del fondo, mientras la del grammy tontea con un grupo de hombres que hay en la mesa de la puerta. Como no la hacen mucho caso (iba vestida de forma más discreta, según todos los testimonios), se arranca a grandes voces llamando al macho alegando (infundadamente) que esos tíos se están pasando con ella. El macho (por llamarlo de alguna manera: un tipo que sale dos veces con esa tía es un enfermo), se revuelve como si le hubieran metido una aceituna picante del Ávila por todo el ojete y se encara con los de la mesa, especialmente –según coinciden mis fuentes- con uno grande que había. Vale, sí, el manual dice que siempre hay que empezar por el que parece más potente. Pero, ¡coño! si eres capaz de hacerte con él, o algo.

El tipo grande –coinciden los testimonios- trata de apaciguar al enfermo feromonófilo. Éste no se apacigua; antes bien, se enardece y se le abalanza, con el resultado (previsible) de que el hombre grande y tranquilo le pega un puñetazo en todos los morros que lo envía encima de la mesa en que estaba sentada su tronca, todo ello con gran estrépito: la mesa se rompe, la vajilla también, la tronca chilla que se ha cortado en una mano, mira, sangre, iniciando una melopea de alaridos incitando a la ultraviolencia. Lo estoy oyendo “¡mátalos, Pepe, que me han llamado puta!”.

(La mesa, desde luego, se rompió, que yo lo he visto - no es muy difícil, pura marmolina, la primera la rompió nuestro A*** hace año y pico en su curioso episodio de erección anal)

Momento de suspensión de acontecimientos mientras el enfermo –tal vez- intenta recapacitar, pero no, el zorrón insiste en sus gritos de guerra y el enfermo coge un tercio de Mahou (que, para más INRI, ni siquiera estaba vacío, lo que es gran sacrilegio, por la cosa del desperdicio) y se lanza nuevamente a defender el honor mancillado de su churri, cosa que debe ponerla mucho.

Resultado “como a cámara lenta”, me han dicho: mientras el enfermo ataca botella en ristre, el tipo grande y tranquilo se levanta, se quita las gafas con parsimonia y, cuando el otro llega, le calza una hostia (luminoso arrancado), otra hostia (esparrama otra mesa) y otra hostia (cae sobre la reunión de las divorciadas venenosas, que prorrumpen unánimes en gritos de espanto). La pécora del grammy grita y grita. Y grita.

Ahí, los CHSF presentes en la barra, que asisten a la performance temiéndose que al final les quieran cobrar suplemento de actuación, le dicen al dueño:

-- Oye, que te están rompiendo el bar.

Ante la estupefacción del chino (recordemos, no es nuestro chino original, que ya estaba medio adiestrado: hubo un traspaso), que mira todo con cara de haba, le dicen:

-- No sé, lo normal es que los eches; pero, si no los echas, llama a la Policía o algo, ¿no? es lo que se acostumbra. Y ponnos otra mientras, que nos tienes desasistidos.

-- El chico saca el móvil y les pregunta:

-- ¿Qué número Policía?

Se lo tienen que marcar. Él añade:

-- Mejor habla tú, que a mí no me entienden.

Lógicamente, un CHSF no está para llamar a los municipales por tan poca cosa, pero sí para indicar a los contendientes que la poli está a punto de llegar y, no sé, yo creo que mejor que os piréis, ¿no? Cosa que hicieron todos, por separado, claro está.

Ya sé, tampoco es para tanto, pero es un bar tan pacífico que me jode perderme estos momentos.

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Colofón: Uno lo lee en los periódicos y no termina de creérselo: el típico caso del ladrón capturado porque se le había caído el DNI en el lugar de los hechos. Pues ocurre. Al día siguiente, el enfermo regresó contrito y orejibajo a ver si se le había caído el abono transportes. Se le había caído y se lo tenían guardado. País.

7/10/09

La Ciencia española no necesita tijeras







Me ha sorprendido la iniciativa ésta a la que ya se habían sumado previamente varios cibercolegas más avisados que yo. No soy muy dado a los grupitos, ni a las chorradas comunales de internet. Pero, creo que ésta merece la pena. Por lo menos, ya que los habitantes de la aldea irreductible han decidido poner a prueba la capacidad de la red para airear un llamamiento tan chocante en este país de charanga und pandereta, qué menos que añadir mi humilde blog, aunque sea con las obviedades que se me ocurran sobre la marcha.

No soy científico, ni siquiera humanista; soy un humilde (bueno, no tanto) cliente habitual sin fronteras. Pero soy más bien partidario de la Ciencia y de la razón frente a la superstición y el oscurantismo. En España hay tal carestía de profesores de Matemáticas que hay que reclutarlos en los sitios más insospechados. La Ciencia goza de un prestigio abstracto que ha sido usado (sin demasiado éxito, todo hay que decirlo) como reclamo votacional; pero, en la realidad, nada cambia: la Ciencia con mayúsculas, esa que debería surgir esplendorosa de nuestras Universidades sigue arrastrando su endémica falta de presupuesto y burocratización paralizante.

A pie de calle, ese prestigio es inexistente. Se sigue dando más crédito a cualquier especulación sin el menor fundamento que a la tarea de los científicos. El pensamiento mágico más primario sigue triunfando sobre el pensamiento complejo, que requiere cierto sosiego y preparación previa. En realidad, lo científico no goza de ningún prestigio entre las mayorías. Lógico, la adopción por más ciudadanos de los adecuados de ciertos hábitos de pensamiento, produciría un incremento de la conciencia de las cosas (de todas) y ello no es nada deseable.

Hace tiempo cometieron el error de enseñar a los esclavos a leer y escribir. Llevan tiempo subsanando ese error.

http://aldea-irreductible.blogspot.com/2009/10/la-ciencia-en-espana-no-necesita.html

5/10/09

Malditos bastardos!



¡Bueeeno…! Pues ya he visto “Malditos bastardos”. Me lo he pasado muy bien y me he reído mucho (aunque en eso tal vez tuvo algo que ver la compañía, claro). No obstante, he de decir que:

Claro, es Tarantino, y uno ya sabe lo que va a ver. No importa que nos hayamos pasado la película previendo en voz baja lo que iba a pasar al momento siguiente y acertando (lo sé, es un comportamiento incívico; pero inevitable en estos casos). Ya se sabe: Tarantino homenajea todo el tiempo y uno ha visto algunas películas a lo largo de su vida. Como de costumbre, todo el cine ( y yo el primero), descojonado de risa ante escenas que, de aparecer en una película lacrimógena de, digamos, Spielberg, producirían al respetable sensaciones entre el llanto y la indignación moral frente a El Mal. Es Tarantino, es un comic, ergo, los destripamientos son divertidísimos.

Reservoir Dogs la vi en el noventa y pocos, cuando la estrenaron, y fue en el Alphaville, o en el Renoir, no me acuerdo; es decir, que fue considerada cine minoritario a efectos de distribución. Lógico: era una obra maestra. Luego vino ese gran musical que es Pulp Fiction. Inevitablemente, Tarantino ascendió por méritos propios al Olimpo y desde entonces no ha descendido de él, pese a todas las evidencias en su contra. Su público es incondicional y T. hace con su público lo que le da la gana. Lo ha sometido a un condicionamiento pavloviano que le permite entregarse impunemente a comportamientos impropios.

Lo peor de todo es que ni siquiera Tarantino es capaz de imponerse a los prejuicios del público norteamericano, o de las productoras, o del lobby de turno, y terminar la película de un modo sensato y razonable, es decir, con una escena años después en la que el standartenführer Landa y Brad Pitt rememoran sus andanzas en la ya lejana Segunda Guerra Mundial, riéndose un huevo de todas esas mutilaciones ante sendos vasos de whisky. O a lo mejor la ha terminado así porque, sencillamente, es así de gilipollas y resulta que no nos habíamos dado cuenta.

La única persona decente y normal que aparece en toda la peli, el sargento alemán de la emboscada del principio, es el contraste que sitúa todo en sus justos términos: una persona normal, consciente de haber caído en una realidad no standard regida por la mente de un colgado inimputable y que lo único que puede hacer es conservar su dignidad lo más intacta posible.

Tarantino está encantado de haberse conocido y de que se le perdone todo, porque su público va al cine a ver una de Tarantino y ya se sabe. Bien. Puestos en esos términos, el personaje que justifica el estreno de Malditos bastardos y que uno vaya a verla es, sin duda, el SS Standartenführer Hans Landa. Ese tío es un puto genio y su progresivo enloquecimiento a medida que se desarrolla el ¿guión? lo sustenta todo. Cada vez que aparece, así, de repente, como si la cosa no fuera con él, sabes que va a pasar algo sustancioso. Trasciende la caricatura de pérfido nazi cazajudíos para encarnar el arquetipo de malo malísimo. Y está a punto de trascender la idea de dos bandos en la guerra, cosa apuntada por los incívicos procedimientos de Pitt y sus chicos. Insisto: lástima que T. se crea obligado a la estupidez final. Pasa como con Hannibal Lecter, que al final es el que mejor te cae.

Por lo demás, es un compendio (obviamente, buscado) de todos los tópicos sobre el nazismo, buscando la caricatura absoluta. Un batiburrillo homenajístico a todas las películas denazis, espías y resistentes habidas y por haber, a la que se le perdonan todos los excesos porque en ningún momento se pretende el más leve atisbo de verosimilitud, como apreciarán quienes vayan a verla.

Eso sí, podría haber sido una muy buena película, hasta con mensaje altamente formativo para las jóvenes generaciones. Lástima, porque no todo el mundo dispone de la pasta y el talento necesarios para ello; T. los tiene, pero su afán histriónico es como que le puede.

En resumidas cuentas: vayan a verla, se reirán mucho.