29/3/11

Inside job.

El viernes fui al Renoir de Plaza de España a ver esta película. Y eso no es decir poco, porque a pesar de todos los premios que ha recogido, sólo la han estrenado en cinco cines de toda España. Al salir, decidí que estaba completamente de acuerdo con Carlos Boyero en que debería ser obligatoria su proyección en todos los colegios. No sólo Boyero, también estoy de acuerdo con Rodríguez Marchante en ABC. : dan ganas de recuperar el calcetín para guardar los ahorros, si los tienes. Sólo puedo decir una cosa: los que podáis, id a verla antes de que la quiten.

 

 

Tengo que advertir que, como los afectados por el documental no han podido prohibirlo, tiene toda la pinta de que han presionado a la empresa de los subtítulos para que, por lo menos, se vean como el culo y dificultar así que los no angloparlantes se enteren de lo que les están contando. Pero bueno, sí que se entiende, y bastante bien.

Es el tipo de documental que habría hecho Michael Moore. Pero, afortunadamente, no lo ha hecho él. El estilo es notablemente más sobrio, aunque a veces arranca carcajadas al público. Decididamente, los depredadores financieros van a tener que gastar una pasta en comprar plumas y micrófonos para desacreditar por completo a Charles Ferguson.

A lo mejor esta peli consigue que los espectadores dirijan por un tiempo su atención hacia los responsables directos (y beneficiarios) de la situación de mierda que hemos vivido los últimos años, y no se centren tanto en esos hombrecillos que nos ponen delante para que nos desfoguemos con ellos, los insultemos y los votemos (o no).

En resumen: Los afortunados que viváis en o cerca de Barcelona, Madrid, Pamplona, San Sebastián o Zaragoza, ID A VERLA.

P.D. Por si a alguien se le había olvidado, a nosotros ya nos habían explicado todo esto muy bien, pero… a ver qué cineasta subvencionado tiene gónadas en España para hacer un documental sobre la crisis.

22/3/11

Magreb-Machrek 2011. Intervención en Libia: fabricando problemas.

 

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goban

Por enlazar con el postio anterior, me haré el culto, en plan Pedro J, y recordaré que en Japonés hay un término –sente- que podemos traducir como “iniciativa”. Cuando uno tiene que combatir, ya sea con espada, con un ejército o con piedras de Go, tiene que conservar el sente si quiere vencer.

Tener el sente te permite actuar según tus propios planes y no según los del enemigo, que se ve forzado a responder a tus acciones donde tú quieres que lo haga. Una vez perdido, sólo puede recuperarse –si es que se puede- asumiendo un sacrificio para actuar en otra parte donde el adversario se vea obligado a responder.

Pues bien, yo he perdido el sente de este blog. Cuando hace mes y pico empezaron a desencadenarse los acontecimientos del mundo árabe, estaba redactando un postio sobre el éxito de la secesión del Sudán del Sur y la creación de un país ad hoc que reúne dentro de sus fronteras la práctica totalidad de las reservas petrolíferas sudanesas. Como se ve, dicho postio aún duerme el sueño de los justos. Tampoco hablo sobre los bancos españoles, pongo por caso, ni sobre la aplicación de la ley Integral contra la Violencia de Género, ni sobre tantas otras cosas de interés inmediato de las que debería hablar, y me veo colgando postios sobre las cosas de las que hablan los periódicos.

Claro que no soy el único: los gobiernos occidentales y sus jefes también han perdido el sente. Aunque su enemigo son ellos mismos. La intervención en Libia se ha producido porque los políticos (y sus dueños, y los medios de comunicación de éstos) tienen la irreprimible tendencia a creerse su propia propaganda y se han visto arrastrados por la ola propagandística que ellos mismos han desencadenado. Así que han sido incapaces de mantenerse en el sensato marco de las operaciones clandestinas como yo sugería en un postio anterior y poco después contaba el maestro Robert Fisk.

Y es que la opinión pública, como la energía, ni se crea ni se destruye: se transforma. Los medios de comunicación no pueden tratar más de un tema a la vez, pero siempre ocurre algo novedoso que les permite cumplir la función para la que existen: distraer nuestra atención de lo esencial.

Lo malo es que, al distraer la atención de todo lo demás, concentran en ese único tema a la opinión pública. Y entonces los políticos, adoctrinados por sus agencias de marketing, se creen obligados a actuar, –¡Horror!- temerosos del resultado de la próxima encuesta (algo que nunca comprenderé, teniendo en cuenta cómo se hacen las encuestas). Curiosamente, la indignación mediática nunca llega al punto de ebullición cuando se trata de genocidios de los de verdad, como por ejemplo el del Congo, que siempre está ahí, a ver si a alguien le diera por intervenir.

En mi opinión, nuestros gobernantes dieron por hecho que Gadafi iba a caer después de unas cuantas manifestaciones, como Ben Ali o Mubarak, y esta vez se dieron demasiada prisa en volver a considerarlo un tirano criminal, sátrapa y esas cosas. Para su sorpresa, no sólo aguantó el tipo, sino que estaba a punto de sofocar la rebelión y, para entonces, Occidente había roto todos los puentes con él: ya era imposible volver a entenderse y todos los negocios con Libia peligraban. Sólo quedaba echarlo por las malas.

Por su parte la Liga Árabe, cuyo concurso se buscó afanosamente para edulcorar la imagen de Occidente invadiendo otro país musulmán, usa su táctica habitual de tirar la piedra y esconder la mano. Como los petromonarcas del Golfo empiezan a sentirse inseguros en sus tronos, cedieron a la presión haciendo de comparsas para poner en marcha la maquinaria bélica; pero, en cuanto empiezan los tiros, dan un paso atrás temiendo la reacción de sus pueblos en cuanto aparezcan en la tele las primeras imágenes de civiles libios muertos por las bombas occidentales. Por cierto, que otro actor, Al Jazeera, que se ha puesto desde el principio contra Gadafi y a favor de la intervención, puede estar jugándose su crédito en esta operación.

El eslogan es “Gadafi contra el pueblo libio”. ¿Toda esa gente que sale con banderas verdes a favor de Gadafi son mercenarios extranjeros? ¿Y los que no luchan ni a favor ni en contra? Cuando ganen los rebeldes a los que la comunidad internacional ha decidido apoyar, ¿qué va a pasar con los no rebeldes? ¿Se va a acabar con el Estado libio, como en Irak? ¿Se trata de una rebelión de la Cirenaica contra la Tripolitania? ¿Alguien tiene la menor idea de qué se pretende hacer? En fin, aquí estamos, librando otra guerra vaya usted a saber por qué. Y la experiencia me enseña que estas guerras justas acaban siempre mal. Sobre todo cuando los que las empiezan no tienen ni idea de qué pretenden conseguir con ellas.

Todos ellos parecen haber olvidado –¡una vez más!- que ningún régimen que haya llegado al poder (o lo haya conservado) gracias a ejércitos extranjeros, tendrá jamás legitimidad. Los ejemplos son infinitos, desde Pepe Botella o los Cien Mil Hijos de San Luis hasta los casos recientes de Afganistán o Irak. Por increíble que parezca, no aprenden.

16/3/11

La cigarra, la hormiga y la central de Fukushima

 

  tsunami-japon-11

 

Cuando yo era pequeño los cuentos eran terroríficos, llenos de asechanzas, crueldades, muerte y desolación, con madrastras perversísimas, padres que abandonaban a sus hijos en el bosque porque no tenían para darles de comer o brujas caníbales de las que uno escapaba mediante engaños astutamente planificados que culminaban en el asesinato; es decir, que ya te preparaban para lo que te esperaba en la vida real.

Generalmente, el cuento tenía una moraleja, consistente en que tenías que obedecer a tus padres y no hablar con extraños (aunque no hablar con un lobo parlante –reconozcámoslo- requiere una fuerza de voluntad que no se le puede pedir a un niño; bueno, ni a mí), ser una buena esclava sumisa y limpiar bien la ropa de tus hermanastras porque así vendría un hada madrina y te llevaría al baile montada en una calabaza y te casarías con el príncipe; o que tenías que ser laborioso y no divertirte nunca porque así, cuando vinieran mal dadas podrías sobrevivir en tu agujero y –eso era lo mejor- burlarte de la cigarra y disfrutar contemplando cómo se moría lentamente de frío y de hambre.

Por supuesto, la idea era que los niños nos mentalizáramos para comportarnos como hormigas y dedicar nuestra vida a trabajar como hormigas, sin rechistar, por miedo a que vinieran mal dadas y morirnos. O sea, igual que ahora, sólo que las técnicas de lavado de cerebro no estaban tan avanzadas y se dedicaban a darnos miedo en lugar de limitarse a agilipollarnos.

Digo esto a cuento de lo que está pasando en Japón. Un terremoto de grado 9 en la escala Richter es una pasada, y si al terremoto le añadimos un tsunami de 200 kilómetros de frente y diez metros de altura, parece que la cosa es un imprevisto total. Pero no.

Para empezar, “tsunami” es una palabra japonesa, así que los japoneses están tan familiarizados con el fenómeno que son los que le dieron nombre. Y, en cuanto a que la cosa era imprevisible, tampoco es cierto, porque el padre de Bonanza ya lo había previsto en 1974, y para alertarnos de la que se venía encima, se prestó a salir en una película llamada El hundimiento del Japón, que nos alarmó un huevo a mis amigos y a mí cuando la vimos en el cine.

Es decir, una vez que ha quedado claro que lo que ha ocurrido sí  que era previsible, hay que preguntarse qué hacía una central nuclear como la de Fukushima en mitad del mismo Fukushima. La podían haber puesto en un sitio más alto, ¿no? – Ya están los ecologistas dando la brasa.

Y es que me he dado cuenta de que los pobres nos preocupamos por el futuro porque, como estamos acostumbrados a tener problemas y no lo tenemos nada claro, pensamos que cualquier leve brisa puede dar al traste con nuestros proyectos, si es que tenemos proyectos.

En cambio, los ricos, como no tienen ningún problema real -salvo los que ellos mismos se buscan para no aburrirse- son muy poco previsores. Además, como son ricos, si hay alguna catástrofe local ellos siempre pueden irse a otro sitio donde haga más sol. Por eso, a pesar de las advertencias, pensaron “¡Bah! ¿qué probabilidad hay de que haya un terremoto de grado 9 y luego un tsunami?” Y decidieron que daba igual, que para cuando eso ocurriera ellos ya habrían ganado un cerro de pasta y si te he visto no me acuerdo.

Es la mentalidad de quien, como no se preocupa lo más mínimo por el futuro y sabe que jamás tendrá que responsabilizarse de sus actos, descubre que se gana mucho dinero especulando para hacer subir el precio de los alimentos de primera necesidad, o inventando enfermedades nuevas que necesitan de los medicamentos que fabrica tu empresa, u obligando a los agricultores a comprar esas semillas que fabrica otra (o la misma) empresa y que, ¡qué casualidad! resulta que hay que comprarlas cada vez que quieras sembrar; o comprando  financiando a personal de la OMS para que rebajen los niveles de colesterol aceptables (para vender tus pócimas medicamentos), o den alarmas de pandemia; o rebajando la calificación de la deuda de países absolutamente solventes porque así se garantizan ganar otro cerro de pasta con la subida de los intereses que tú mismo has provocado; o invadiendo países, no sólo para quedarse con su petróleo, sino para que tus empresas se encarguen de todo el negocio que tú mismo has producido, desde mercenarios, hasta suministro de comida y agua; o, ya que estamos, calificando de AA+ las famosas subprime, que no sé yo si alguien se acordará a estas alturas de lo que es eso. En fin, son los mismos que colocarán en sus empresas a nuestros gobernantes cuando tengan que cambiarlos pierdan las elecciones.

Por supuesto, que esto es demagogia barata antinuclear. Bueno, lo sería si yo fuera contrario a la energía nuclear, que no lo soy. Con la energía nuclear me pasa lo mismo que con la justicia: me da miedo, no por sí misma, sino por el tipo de gente que se encarga de ella.

P.D.- No sé qué me pasa, parece que tanta catástrofe me aturde y no me doy cuenta de que la reconstrucción de medio Japón es una oportunidad de negocio sin precedentes. No se la pierdan.

 

4/3/11

Magreb–Machrek 2011. Guerra civil en Libia.

 

LIBIA copia B.H. Liddell Hart. Historia de la Segunda Guerra Mundial. Mapa de Libia y Egipto en la segunda guerra mundial

 

Los historiadores no se cansan de repetir que el empleo de la analogía en Historia es peligroso. Y -añado yo- más peligroso aún cuando la memoria histórica del analogista tiene una duración de quince días.

Digo esto a cuenta de Libia y de lo que está por venir. Tras comparar lo de Túnez con la Revolución de los Claveles, comparamos el proceso que se está desarrollando en el mundo árabe con la caída de los regímenes del socialismo real a partir de 1989. Y esa memoria de quince días llevó a dar por supuesto que Gadafi se marcharía al exilio después de unas cuantas manifestaciones pacíficas.

Pero, obviamente, no ha sido así. Lo que está pasando en Libia, sea lo que sea, parece el comienzo de una guerra civil, aunque realmente no lo sabemos. Sorprende que, de repente, no haya ni una sola imagen de los combates, ni de los bombardeos de civiles por la aviación gadafista; ni siquiera de las montañas de cadáveres que debe de haber tirados por la calle. Los vídeos escalofriantes que circulan por you tube, son escalofriantes porque nos dicen que son escalofriantes; pero los que yo he visto podrían corresponder a la semana grande de Bilbao de hace unos años. Ya, ya sé que los mercenarios subsaharianos del muñeco diabólico (que cobran 3.000, 5.000, 10.000 dólares al día, según escribe prensa sin rebozo) se dedican a limpiar la calle por las noches; pero ni aún así.

De cara a la propaganda, Gadafi tiene la enorme ventaja sobre Mubarak y Ben Alí (vamos a ver, ¿quién había oído hablar de Ben Alí antes de que lo echaran?) de que ha sido malo oficial durante tanto tiempo, (salvo el breve período en que la comunidad internacional decidió que era tontería no hacer más negocios con él).

Ayer salía en los medios que los rebeldes libios han pedido directamente la intervención internacional, incluso han pedido ataques aéreos, ¿quiénes los han pedido?, ¿a quién representan?, ¿ha sido algún heroico bloguero?

Como de costumbre, la nota de cordura la ponen los militares estadounidenses, que se limitan a advertir que establecer una zona de exclusión aérea, como pretenden los bienpensantes, implica destruir previamente la defensa antiaérea libia. O sea, bombardear por todo el país (con sus daños colaterales, añado yo). O sea: ir a la guerra. A otra guerra.

Hasta ahora, el gobierno estadounidense se ha portado de una forma inusualmente razonable en el caso de Túnez, y también en Egipto (ya lo tenían todo hablado con la cúpula de las Fuerzas Armadas, según se va sabiendo) Pero Gadafi parece despertar instintos atávicos y reaganianos. Alguien debería darse cuenta de que después de la intervención pirática de Bush y sus secuaces en Irak y la destrucción del país para entregárselo a otra banda de filibusteros, nadie en el mundo árabe –me refiero a la gente normal- quiere otra invasión occidental disfrazada de intervención humanitaria.

Si realmente se ha tomado partido por los rebeldes libios, por favor, que le dejen a la CIA darles pasta y abastecerlos clandestinamente de armas compradas de tapadillo en Egipto (como los franceses en Ruanda) o en Ucrania (ellos mismos en Sudán del Sur) y montar campos de entrenamiento en… no sé, en Chad, por ejemplo, que el ejército francés ya tiene allí montada toda la infraestructura necesaria.

Fíjense cómo vendieron lo de Darfur, que nadie se ha enterado de nada a pesar de las advertencias del mismísimo  Bin Laden; o cómo se han fabricado en Kosovo un no-país para tener bases militares en Europa sin responder ante nadie; o cómo han hecho en Sudán del Sur otro no-país a la medida, situando la frontera donde terminan los campos petrolíferos. Si allí se han tapado dos millones de muertos sin que la cosa trascendiera más allá de las revistas de los misioneros, ¿qué no se puede tapar?

Lo que de ninguna manera hay que hacer es repetir la cagada de Bosnia. O te metes, o no te metes; o estás con Gadafi o con los rebeldes, pero no puedes dedicarte humanitariamente a mantener con mimo una masacre civil para, al final, acabar quedando mal con todo el mundo.

Lo único que hay que hacer es que los rebeldes de junten, digan que han formado gobierno, le den a Obama (o a Hillary) un número de teléfono y que las petroleras pasen de Gadafi y firmen sus contratos con ellos. Así nos ahorraremos el coñazo del Consejo de Seguridad y convencer a los pesados de los rusos y los chinos. Que hagan lo que quieran, como siempre; que nos mantengan en la ignorancia, pero, por favor, que no pretendan otra vez que los jaleemos.

Y… que Dios, el Compasivo, el Misericordioso, reparta suerte.

P.D. Es que cuando oigo hablar de embargos de armas, siempre me viene a la cabeza la actuación de las democracias occidentales en la guerra civil española.