17/5/12

Bananas: Llevar los calzoncillos por fuera.

 

MPW-6916

 La higiene es revolucionaria

En Bananas, aquella peli de cuando Woody Allen hacía películas serias (sin Penélope Cruz y con Sylvester Stallone de figurante) triunfa La Revolución y su primera medida es obligar a todos los ciudadanos a cambiarse a diario de ropa interior. Para poder comprobarlo, todo dios deberá llevar los calzoncillos por fuera de los pantalones.

Ya conocerán la noticia de la normativa sobre basura en algunos ayuntamientos.Ya saben: en cada casa hay que separar cinco clases de basura y colocarla en según qué días en cubos distintos colgados de la fachada. A mí no me interesaría más allá de lo anecdótico (por suerte -de momento- en una gran ciudad es imposible, salvo que pusieran a los bomberos a recoger cubos de desperdicios a la altura del piso 14. Vale: no es descartable) Lo bueno es que la basura está personalizada “con un código numérico” para saber quién la ha producido y poder multarlo por los inspectores cotilleadores de basura (I.C.B.) ¿Se imaginan los partes al Ayuntamiento: “Fulanita ha tirado en el cubo de polímeros una bolsa con cartas de su ex. Las cartas muy reveladoras, por cierto: resulta que Menganito, el de La Panadera…” O bien: “Vaya, vaya, En el cubo de residuos orgánicos de Perenganito, había siete condones. El látex, ¿es orgánico?, jeje”. En realidad, la noticia no es tal. El sistema, por sorprendente que parezca, lleva años en vigor en algunos pueblos. Ahora lo han sacado para poder llamar nazis a los de Bildu, que lo han heredado en algunos ayuntamientos de Guipúzcoa.

Lo interesante es cómo determinados delirios de algunos pueden llegar a afectar a los demás en su vida cotidiana. No todo el mundo puede dirigir un banco, o el Fondo Monetario Internacional, pero… no es tan difícil llegar a concejal de tu pueblo y, como hay personas unidireccionales que atraviesan la vida con unas anteojeras puestas y no ven más que lo que tienen enfrente, o sea, lo que están mirando; o sea, lo que quieren ver; o sea, lo que les interesa; como ese tipo de personas limitaditas son las que necesitan llegar a algo en la vida para demostrar su valía a sus vecinos y suelen ser los peores, nos vemos en éstas.

Vale: todos tenemos el impulso biológico de defender nuestra tribu, también de formar parte de un grupo (lo que el Prof.. von Drake llama: “tener El Gen”) Pero, por su función biológica, ese grupo estaba determinado por los lazos familiares más o menos extensos, por la cercanía y por la utilidad para la supervivencia. Esa cercanía familiar se ha ido disolviendo –en los países civilizados- de forma que el individuo está cada vez más sólo frente a un mundo ancho y terrible. Ante esa soledad, las sociedades actuales ofrecen una amplia gama de grupos sustitutivos que permiten dar salida al citado impulso de forma convenientemente inútil: seguir a un equipo de fútbol, simpatizar con un partido político, gustar de cierta clase de música, vestirse de según qué forma, hacerse vegano, antiterrorista, feminista, hipotequista, racista o ecologista (ecópata).

Esa adscripción a una tribu artificial, que suele surgir en la primera juventud, cuando se manifiesta el impulso vital de hacer algo, se mantiene en muchos casos hasta la edad adulta y, ahí, aparece el problema: cuando la persona en cuestión focaliza toda su atención en un solo aspecto de la realidad y dirige todas sus energías hacia un fin parcial. Por ejemplo, la igualdad  lexicográfica de género (@x), la defensa del medio ambiente o ganar más dinero que su vecino.

Si el tipo unidireccional se queda pillado con su tema pasados –digamos- los veinte años y sigue interpretando la realidad a través del prisma de su manía particular, ignorando el resto de la susodicha realidad, la cosa se pone fea, porque esta tara (síntoma evidente de inmadurez biológica) le conduce a extremar sus posiciones hasta niveles irracionales. Como lo habitual es que se relacione sólo con quienes tienen sus mismas creencias, no puede contrastarlas (sus creencias) con lo que realmente es el mundo, y su fijación particular se retroalimenta indefinidamente. Salvo que esa persona cambie radicalmente de ambiente y de relaciones. Cualquiera que haya tratado con yonkis, o con gente captada por una secta, sabe esto.

Esa retroalimentación, generada por la falta de contradicción con nuestras estúpidas fijaciones, o sea, por la falta de trato con otros que vean el mundo de manera distinta, lleva a creer que uno está en posesión de la verdad y a la correlativa certeza de que los otros están equivocados. Vamos, que uno se vuelve apodíctico, con todo lo que eso significa.

Mientras esta clase de gente no tenga poder, el problema es suyo; porque, claro, vivir en un mundo equivocado y perverso los hace sufrir. Lo peor que puede pasar es que sean unos coñazos en su trato con los demás e insoportables cuando estamos en el bar intentando hablar de algo.

Pero, cuando esa gente llega a tener poder, por pequeño que sea: madre, policía, profesor, juez, médico, gurú económico, concejala, ministra o presidenta del gobierno, pasan, de ser molestos, a ser peligrosos. Porque, como están en posesión de la verdad absoluta, no vacilan en imponérnosla a los demás. No tratarán de convencer, sino que adoctrinarán y sancionarán (o sea, toda la gama entre multar y fusilar) Por nuestro bien.

Así, te obligan a morir de forma lenta y dolorosa lleno de tubos en un hospital porque su convicción de lo que es una buena muerte significa eso (para todos); te condenan a diez años de cárcel, porque ellos tienen la íntima convicción moral de que eres un terrorista (aunque ser algo no exista en el Derecho Penal civilizado); eliminan la base legal de la autoridad de los padres respecto de los hijos porque ellos adoran a Yupi; imponen el sistema de consenso en las asambleas no vaya a ser que la gente vote y pueda hacer algo, o te hacen convertirte en clasificador de basura y convertir tu vecindario en una exposición de desperdicios pestilentes con nombre y apellidos porque hay que salvar al planeta.

Ante esto, el sentido común se queda a la defensiva ya que, como sabemos, para llegar a tocar poder, hay que carecer de sentido común. ¿Qué podemos hacer las personas normales?: Poco. Mantener viva la curiosidad ante todo lo que pasa en el ancho mundo (Muy bueno contra el Alzheimer) Reducir al mínimo nuestra necesidad de reconocimiento social (= comportarse como un gilipollas). Tratar de arreglar nuestros problemas por nosotros mismos. Hablar con cuanta más gente, mejor y, cuanto más alejados sus planteamientos de los nuestros, también mejor; tratar de encontrar en qué estamos de acuerdo y exponer lo que pensamos de forma razonable.

Si esto no nos sirve para nada –lo que es probable- y nos genera demasiada frustración, siempre nos queda como terapia robar un tanque y hacer justicia.