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Al mes de llegar el nuevo teniente coronel, jueves por la mañana, Arana y el páter estaban en la estación recogiendo a los fusileros enviados para cubrir bajas. El teniente –el oficial vivo más antiguo del Tercio, salvo el teniente coronel y los que habían venido con él- movía la cabeza desanimado, diciéndose a sí mismo: “carne de cañón”. Los nuevos, unos trescientos, bajaban del tren mostrando esa mezcla de acojono y fanfarronería propios de los reclutas que van a la guerra; pero sus maneras delataban el somero adiestramiento. El oficial miró al cura:
-- Éstos no saben ni ponerse la boina como es debido.
Un sargento y un par de cabos veteranos daban voces en el andén a los recién llegados para que se dejaran de gilipolleces y formasen a pasar lista. Todos eran muy jóvenes, de la quinta del biberón, y ni siquiera viajaban con su armamento. Los fusiles y las municiones venían en un vagón aparte, lo que decía mucho sobre la confianza que inspiraban a la unidad remitente.
-- Nos espera un trabajo de aúpa, páter.
En esas estaban cuando apareció un enlace de la plana mayor llevando la bicicleta del manillar. Miraba arriba y abajo del andén hasta que halló al teniente con la mirada y se acercó a él. Se cuadró:
-- A sus órdenes, mi teniente.
-- Baja la mano. ¿Qué hay?
-- Mi teniente, que dice el teniente coronel que se le presente usted ahora mismo. Que dice que el sargento Escribano se ocupe de los nuevos.
A los cinco minutos, Arana y el páter montaban los caballos que el machacas del teniente sujetaba de las riendas y se dirigían a trote corto al acuartelamiento. Había sido una suerte encontrar los dos jamelgos y poder requisarlos antes que los de Intendencia, porque debían de ser los últimos que los campesinos habían logrado mantener ocultos en toda la comarca. Un oficial carlista debe ir a caballo, coño, si no, ¿para qué es oficial?
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Lo que el teniente coronel tenía que decirles superaba con creces las más lúgubres expectativas del teniente Arana:
-- Arana, hay que preparar a la gente nueva. Pasado mañana volvemos al frente. El general me ha preguntado si estábamos listos y le he dicho que sí.
Los dos se quedaron helados. Aún así, el teniente acertó a abrir la boca:
-- Con su permiso, mi teniente coronel… –el jefe hizo un movimiento displicente con la cabeza que podía interpretarse como “di lo que tengas que decir; pero rapidito, que tenemos prisa”- Mi teniente coronel: el páter y yo venimos de la estación. Acabamos de ver a los nuevos… están muy verdes para el combate.
-- Si nos los han mandado es porque han terminado el período de instrucción; así que ya son fusileros y están listos.
-- Mi teniente coronel, no tenemos oficiales, la segunda y la tercera compañía las mandan sargentos.
-- Arana, tienes hasta el sábado.
El jefe tomó de la mesa unos papeles, que debían de ser importantísimos, con aire de concentración y mojó la pluma en el tintero, sin mirarlos. No había más que decir.
-- A sus órdenes.
Ese pater cada vez se me hace más odioso... ¿estas atizando mi anticlericalismo? Todos los ejercitos iguales, igual les da que los soldaditos sean inexpertos, van a morir y no hay más que hablar.......a sus órdenes!!!
ResponderEliminarUn abrazo!!
Maestro, una vez más te estás superando. Tus relatos son sensacionales; te aseguro que éste, además, es de lo mejor que he leído en cuanto al particular asunto de las milicias de la Comunión Tradicionalista, particularmente poco (y mal) tratado. Ha faltado algún insulto a los rojos estos de la camisa azul, claro... aunque pronostico que no tardarán en llegar a las manos los unos y los otros.
ResponderEliminarEspero sinceramente que algún editor espabilado te plantee publicar estos relatos sobre la guerra (y alrededores). Me encantan por lo documentado, por el conocimiento del fondo, por lo escasamente maniqueos. Por todo ello, en definitiva, millones de veces mejores que lo publicado por los plumíferos de guardia.
Abrazos.
Laura, pues no sé por qué. Desde luego, no es lo que intento. Trato de meterme cada vez en el coco del personaje sin ideas preconcebidas. Desde casa en el año 2011 es muy fácil pensar en desobediencias. En el año 38 en plena guerra y con la mentalidad de la época, la cosa cambia. En ambos bandos se fusilaba al que tenía esas ideas en la cabeza y trataba de llevarlas a la práctica.
ResponderEliminar¡Hans! ¡Cuánto tiempo! Si no fuera porque el curro no me deja demasiado tiempo y que el que me deja ,me pilla vago, esto iría más avanzado. Mi idea es hacer una especie de novela formada por estos relatos, que se van relacionando entre sí y que abarcaría desde la posguerra hasta los tiempos anteriores a la guerra. Sí que me planteo intenter publicarla cuando termine. Gracias por los piropos.
Hans, sobre lo de la documentación, tú sabes que sí que soy bastante maniático en ese sentido, pero estos cuentos son literatura, procuro que las situaciones sean reales (y muchas de las cosas que salen, me las han contado los abuelos que las vivieron), pero los detalles no tienen por qué serlo y, desde luego, me tomomuchas licencias. Un abrazo.
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