26/4/07

Segundo San Rafael

“Somos un pesquero español que se ha encontrado con este asunto y lo ha solucionado como mejor ha podido.”

Esto lo ha dicho un tal José Luis, patrón del Segundo San Rafael, el pesquero que el lunes rescató a 91 náufragos en alta mar, al oeste de la costa mauritana.

Aquí, los políticos y los medios de comunicación seguirán a lo suyo, tirándose los muertos a la cabeza y tratando de arrimar el ascua a su sardina, acerca del efecto llamada, de la política migratoria y de lo malos que son unos y otros. De si Mauritania no ha querido acogerlos y de qué habrá habido que hacer para que Senegal lo haga. No hay gente, no hay personas. Hay problemas, hay eslóganes.

Mientras siga habiendo personas decentes, gente que cumple las leyes del mar y que salva 91 vidas sencillamente porque es su deber, dejando a un lado los problemas que eso le pueda causar, viendo que lo que se hunde con el cayuco son personas, no problemas, no está todo perdido.

Sólo: somos un pesquero español.

nota bene: Iba a decir: "mientras siga habiendo personas con sentido del honor", pero me ha parecido demasiado retórico para los tiempos que corren.

22/4/07

YUESEI

Más de una vez me han criticado insinuando (o proclamando) falta de objetividad debida a una presunta yankifobia mía, la última, afablemente, el amigo Hans (cuyo muy recomendable blog recomiendo aquí) en el postio anterior.

Como la tal yankifobia se acerca peligrosamente al concepto "antiamericanismo primario" acuñado por el talibán matutino y sus secuaces a efectos descalificatorios de cualquier argumentación que critique al Gobierno de los Estados Unidos de América o las multinacionales que lo sustentan y -lo que es aún más grave- dado que el así llamado antiamericanismo primario suele vincularse a una presunta condición de progre, me veo precisado a especificar que no puedo ser antiamericano y estas son algunas de mis razones:

Abraham Laboriel, Al Pacino, Alfonso Johnson, Alvin Lee, Anjelica Huston, Art Tatum, Arthur Miller, Audrey Hepburn, Ava Gardner, Barbanegra, Barbara Probst Salomon, Benjamin Franklin, Benny Goodman, Betty Carter, Bill Evans, Bill Putnam, Billi Hollyday, Billy Branch, Billy Wilder, Bob Woodward, Bruce Springsteen, Buster Keaton, Canonball Aderley, Capitán Kidd, Carl Bernstein, Cat Stevens, Charles Bukowsky, Charles Mingus, Charlie Parker, Charlie Porter, Chico Marx, Chuck Berry, Chuky, Clint Eastwood, Coco Taylor, Count Basie, Creedence Clearwater Revival, Cristina Ricci, Cynthia Moss, Dan Davis, Dan Doody, Dashiell Hammett, Dave Druvec, Deep Purple, DeForest Kelly, Dennis Conner, Dennis Hooper, Diane Fossey, Dire Straits, Dizzy Gillespie, Don Prentice, Douglas H. Hofstadter, Duke Ellington, Ed Harris, Edgar Allan Poe, Edgar Rice Burroughs, Ella Fitzgerald, Elvis Presley, Eric Clapton, Erick Dolpfy, Esther Philips, Evander Holeyfield, Faye Dunaway, Fleetwood Mac, Francis Ford Coppola, Frank Cappa, Frank Sinatra, Frank Zappa, Garfield, Garth Brooks, Gary Cooper, Gary Oldman, Geena Davis, George Benson, George Coleman, George Duke, George Foreman, George Lucas, Gore Vidal, Greg Lowe, Groucho Marx, Gummo Marx, Harold Lloyd, Harpo Marx, Harrison Ford, Harvey Keitel, Henry Miller, Herbie Hancock, Herman Melville, Howard Philips Lovecraft, Hulk Hogan, Humphrey Bogart, Iron Butterfly, Isaac Asimov, Isadora Duncan, Jack Daniels, Jack Kerouac, Jack Lemmon, Jack Nicholson, Jackie Mc Lean, Jaco Pastorius, James Coburn, Jane Gooddall, Janis Joplin, Jefferson Airplane, Jerry Lee Louis, Jessica Lange, Jim Beard, Jimmy Garrison, Jimmy Hendrix, Jodie Foster, Joe Di Maggio, Joe Pesci, Joel Coen, John Bouchard, John Braggs, John Belushi, John Cassavettes, John Coltrane, John Ford, John Goodman, John Holmes, John Huston, John Kennedy Toole, John Malkovich, John Patitucci, John Scopfield, John Steinbeck, John Travolta, John Turturro, John Wayne, Johnny Deep, Joni Mitchell, Josuah Slocum, Julia Roberts, Katy Webster, Ken Weeks, Kenny Garrett, Kevin Worral, Kirk Douglas, Judas Priest, Larry Carlton, Lauren Bacall, Led Zeppelin, Lee Harvey Oswald, Lee Marvin, Leonard Nimoy, Leslie Nielsen, Linda Lovelace, Little Williams, Louis Armstrong, Magic Johnson, Mannhattan Transfer, Marcus Miller, Marilyn Manson, Marilyn Monroe, Mario Puzo, Mark Chapman, Mark Egan, Mark Knopfler, Marlon Brando, Martin Luther King, Marvin Harris, Matt Groening, Maureen O'Hara. Maureen O'Sullivan, McCoy Turner, Meet Loaf, Michael Becker, Michael Cimino, Michael Jordan, Michael Moore, Miles Davis, Mike Weis, Mohammed Alí, Moises Naim, Monica Lewinsky, Morgan Freeman, Natalie Portman, Nathan Coen, Nina Simone, Noam Chomsky, Oliver Hardy, Ornette Coleman, Orson Welles, Pamela Anderson, Pat Callis, Paul Hogan, Paul Newman, Pete Seeger, Pollito de California, Quentin Tarantino, Radiohead, Randy Brecker, Ray Charles, Ray Orbison, Ray Sugar Leonard, Raymond Chandler, Richard Baseheart, Richard Widmark, Rick Wilcox, Rob Collister, Robeen Ford, Robert De Niro, Robert Redford, Rocky Sharpe & The Replays, Ron Carter, Ron Perla, Ry Cooder, Sam Peckimpah, Samuel Colt, Samuel Morse, Samuel L. Jackson, Sarah Vaughan, Sean Penn, Seymour Hersh, Sidney Lumet, Sigourney Weaver, Slam Stewart, Smith, Wesson y Callahan, Spike Lee, Stan Getz, Stan Laurel, Stan Lee, Stanley Turrentine, Steve Mc Queen, Steve Ray Vaughan, Steven Dorpf, Susan Sarandon, Talking Heads, Telonius Monck, The Beach Boys, The Doors, The Eagles, The Mamas and the Papas, Tina Turner, Tom Frost, Tom Scott, Tom Spencer, Tracy Lord, Truman Capote, Umma Thurman, Walther Matteau, William Boney, William Burroughs, William Faulkner, William Holden, William Rosenthal, William Shatner, William Wyler, Woody Allen, Yvon Chouinard, Zeppo Marx y el Batallón Abraham Lincoln al completo con todos sus muertos usados como carne de cañón por el gobierno de la República Española.

17/4/07

La navaja de Ockham

Mientras terminamos de una vez Afganistán III, resumo la última charla en la barra física interina (BFI). Así que, ojo: esto es una charla de bar, no un informe.

Aplicando la navaja de Ockham al estudio de la situación actual, la cosa queda en dos conflictos de nivel global que condicionan la evolución más o menos pacífica del mundo.

Uno: el que enfrenta a Estados Unidos (y su apéndice israelí) con el resto del mundo.

Dos: el que enfrenta al integrismo islámico de índole neosalafista con el resto del mundo.

Obviamente, nos olvidamos del saqueo del África subsahariana que –aunque los dos anteriores desaparecieran- seguiría igual porque desgraciadamente, hoy por hoy África no es sujeto, sino objeto de la Historia. Y los fuertes siempre saquean a los débiles.

La mayoría de los demás conflictos, son ramificaciones de los anteriores y, de hecho, si aplicáramos más a fondo la navaja del tal Ockham, resulta que el segundo ha sido, si no producido, si muy facilitado por el primero.

Cuando digo “Estados Unidos”, me refiero a ese conglomerado compuesto de determinadas élites económico-políticas (en USA la confusión entre política y economía se manifiesta en toda su pureza) que emplean la legitimidad nacional e internacional que les da tener un país para tratar de mantener su posición dominante en el mundo.

En cambio, ese otro conglomerado cuya manifestación más evidente es Al Qaeda, carece de la legitimidad internacionalmente reconocida que confiere la posesión y uso de un Estado. Pero, a semejanza del “complejo militar-industrial” americano, se fabrica la suya propia, recurriendo a una emotividad semejante al patriotismo primario del ciudadano medio americano. Esa legitimidad se llama Islam. A cambio de no tener el control de un Estado, pretenden tener el control de la Umma.

Y, en vez de basarse en argumentos (me refiero a los reales, no a la propaganda) propios de la sociedad postindustrial, se refieren a argumentos medievales. En este sentido, son más eficientes, porque no engañan tanto a sus adeptos.

Un marine chicano de dieciocho años que, en vez de irse a matar a sus ricos se va a matar a otros pobres lejanos, se siente engañado cuando –una vez allí- se entera de para qué lo mandan al matadero. En cambio, un sahid árabe de la misma edad, no es engañado (salvo, a mi entender, por la cosa de las huríes, ya que, por más que uno tenga dieciocho años, pasarse toda la eternidad rompiendo virgos tiene que producir serios escozores)

No es engañado: los que lo envían al matadero pueden estar locos desde nuestro punto de vista, pero no mienten. Por lo menos, mienten bastante menos que sus homólogos norteamericanos. No hay más que leer los comunicados de Bin Laden.

También es cierto que –a cambio de ofrecer un futuro bastante más desagradable- por el momento son responsables de bastantes menos asesinatos; pero todo es cuestión de tiempo y medios.

Mientras tanto, hay otros tres actores globales; La Unión Europea, Rusia y China.

Los Estados Unidos, es decir, esa élite convencionalmente designada como complejo militar-industrial, tiene una capacidad de aprendizaje bastante inexistente, producto de la enorme superioridad material de que ha dispuesto para el logro de sus fines durante los últimos –digamos- 60 años; cifra ésta que en términos históricos es también bastante inexistente.

Por ello, se empecinan en seguir considerando enemigo a todo aquél que no reconozca su supremacía. Cuando la URSS colapsó tras el golpe de Estado del 91 (frustrado por la división Tamanskaya, cuyo mando decidió que no movía un tanque sin un dictamen del Tribunal Constitucional de la URSS), accedió al poder un borracho corrupto que terminó fielmente la tarea. Creyeron que ese era el final, incluso el final de la Historia (lo que el ínclito Sánchez Albornoz llamaba “la plenitud de los tiempos”)

Bien es cierto que, de igual modo, hasta entonces habían dicho creer que el Comunismo era eterno y que jamás saldría de allá donde le llevara la caída de las fichas de dominó. Como, por otra parte, mientras en El País se añoran los tiempos en que Rusia era un edén democrático (debe ser cuando Berezovski, Gusinski, Abramovich o Jodorkovsky eran “oligarcas”, cuando no lisa y llanamente “mafiosos”, en lugar de campeones de la libertad), parecen haber borrado minuciosamente las imágenes de Yeltsin mandando a los tanques a bombardear el Parlamento Ruso con impecabilidad democrática.

Rusia recupera su papel a ojos vistas, lo que había sido previsto por nuestro insustituible Paco Eguiegaray para cuando se librara del lastre de las repúblicas centroasiáticas (aunque él lo decía de un modo no tan políticamente correcto)

En fin, a lo que iba: las directivas de seguridad nacional de los Estados Unidos consideran objetivo militar a todo aquél que pretende desarrollarse sin aceptar ciertos vínculos de vasallaje; incluso de vasallaje más o menos light, como nosotros.

La Unión Europea queda para otra ocasión. Sólo decir que –aparte de su inoperancia política- al final siempre acaba por ser necesaria porque somos demasiado ricos. Aunque resulte enojoso que su población sea –estadísticamente- tan reticente a cuadrarse ante la bandera de las barras y estrellas, lo que obliga a nuestros gobernantes a toda suerte de malabarismos dialéctico-mediáticos.

Y China. China, sencillamente, va saliendo de un pequeño bajón de unos 150 años; cifra ésta que en su devenir histórico es un suspiro, habida cuenta de que los chinos ya andaban quemando bibliotecas cuando los antepasados de los comisarios europeos iban por ahí en taparrabos a cazar mamuts, porque no había ni bares.

En una hipotética historia de China escrita dentro de 300 años, el período comprendido entre las guerras del opio y la actualidad, tal vez se considere un paréntesis no especialmente digno de recuerdo.

Al igual que los chinos, los rusos pueden aprender cosas. Y, por eso, ninguno de los dos aspira a un dominio mundial. En realidad, nunca lo han hecho. Lo que intentan es funcionar de acuerdo a sus posibilidades y desarrollarse todo lo que puedan. Bastaría que los Estados Unidos fueran igual de realistas para que el mundo funcionara bastante mejor.

En ese mundo hipotético, es altamente probable que Bin Laden y sus secuaces acabaran quedándose sin trabajo (los secuaces irían cayendo, pero, como rezaba la divisa de la Legión Azul: “sin idea de relevo y a extinguir en el frente”)

Por fortuna para los historiadores futuros, nada de eso va a ocurrir, y la decadencia del imperio americano (y su apéndice israelí) seguirá produciendo durante bastante tiempo convulsiones suficientes para hacer la vida lo suficientemente incómoda como para que merezca ser contada.

Entre tanto, me conformo con dos cosas: Una, que los pérfidos yankis o, en su defecto, los judíos tengan bien planificado cómo arrasar todas las instalaciones nucleares de Pakistán el día que se carguen a Musharraf.

La otra es que la presión de los progres no sea suficiente como para que la mezquita de Córdoba vuelva a ser mezquita; porque, en este follón –nos guste o no: la realidad existe- los infieles usurpadores de Al Andalus estamos en primera línea de fuego.

5/4/07

Afganistán (II)





Este articulillo ha sido escrito con la sabia colaboración de Piolet. Algunos párrafos son prácticamente suyos, la responsabilidad de los posibles errores, sólo mía. Ha quedado un poco largo, pero qué le vamos a hacer. Esta vez, las fotos son de Wikimedia. Las de los VCI y spetsnaz son de Mijail Evstafiev de 1988. El resto Creative commons o Dominio Público.

1979 fue un mal año para Estados Unidos: no hacía cuatro años que había terminado la guerra de Vietnam con todas esas imágenes de gente pegándose por subir a helicópteros que luego eran arrojados al mar desde las cubiertas de los portaaviones. Al presidente Jimmy Carter, parecían crecerle los enanos mientras veía caer las dictaduras aliadas en Irán y Nicaragua, Portugal abandonaba Angola y Mozambique; hasta se acabó (por intervención directa del Gobierno británico) el régimen de apartheid en Rhodesia, lo que inclinaba hacia la URSS todo el África Austral salvo la República Sudafricana, que quedaba bastante a la intemperie.


La pérdida de Irán, el "gendarme del Golfo", cuando Occidente apenas se había recuperado del choque petrolero de 1973-74 y los sustos posteriores, condujo a Estados Unidos al contraataque, interviniendo en el bajo vientre del enemigo. En Pakistán, el general Zia había depuesto (y ejecutado) al presidente Ali Bhutto e instaurado una dictadura militar. Desde principios de 1979, la CIA, junto con el ISI, los servicios secretos pakistaníes, comenzó a organizar y financiar la rebelión contra el régimen prosoviético de Afganistán. Según Zbigniew Brzezinski, a la sazón Consejero para la Seguridad Nacional, del presidente Carter, las primeras directrices oficiales se dieron el 3 de julio de 1979 (casi 6 meses antes de la intervención soviética); aunque el apoyo a la rebelión había comenzado antes de 1979.

El partido comunista de Afganistán (Partido Democrático Popular de Afganistán, PDPA), estaba dividido en dos fracciones, Jalq (Pueblo) y Parcham (Estandarte) La vuelta a la unidad había sido forzada por Ponomariov en 1977. Como resultado, abandonadas brevemente las rencillas fratricidas, pudieron tensar la situación hasta deponer al príncipe Daud. Después, como se sabe, volvieron a las andadas. A pesar de que en la práctica Jalq y Parcham siempre -menos en ese corto período- actuaron como dos partidos independientes y autoexcluyentes, siempre se presentaban como fracciones del PDPA, hasta que Najibullah lo disolvió en 1988 y lo sustituyó por el Watan (Patria) en el marco de su "Política de Reconciliación Nacional."

La existencia de un régimen prosoviético en Afganistán tras la deposición del príncipe Daud en 1978, fue percibido como un desafío por los Estados Unidos y una amenaza para su influencia en una zona que se había visto sacudida por la caída del régimen del Shah en el vecino Irán. Así las cosas, se decidió apoyar con armamento y financiación a la insurgencia que se había iniciado contra el Gobierno afgano, provocada por las reformas de corte comunista (reforma agraria, educación laica que incluía a las mujeres) y organizada localmente por aquéllos que veían peligrar su posición, principalmente líderes religiosos tradicionales y jefes tribales que ejercían como señores feudales. Aunque esto parezca dejar en buen lugar al Gobierno, el régimen afgano era bastante impresentable, corrupto y su idea de la dialéctica Gobierno-oposición consistía básicamente en la “desaparición”.

En febrero de 1979, el embajador norteamericano en Kabul fue asesinado. En marzo, parte de la guarnición de Herat se sublevaba, al mando de Ismail Jan, (quien, como casi todos los nombres que aparecerán aquí, sigue en activo) asesinando a los asesores soviéticos. El Gobierno afgano perdía el control. En septiembre, Hafizullah Amin depuso a Taraki (que posteriormente fallecería de muerte natural debajo de su almohada) Ante la situación de inminente colapso, con desintegración de las fuerzas armadas y pérdida de poder del Gobierno sobre amplias zonas del país, la Unión Soviética intervino directamente en las navidades de 1979.























El Ejército Soviético desplegó sus unidades en las principales ciudades del país, tratando de mantener abiertas las vías de comunicación e inició, por una parte una represión sin contemplaciones de la insurgencia (represión que no prestaba especial atención a eso que hoy se conoce por “daños colaterales”) y, por otra, la implantación de reformas que deberían convertir Afganistán en un país moderno incluido en la fraterna alianza con la Unión Soviética, comprendiendo la reforma agraria y la construcción de un sistema educativo, sanitario y de infraestructuras.

En seguida, las escuelas donde estudiaban niñas se convirtieron en objetivo prioritario de los rebeldes, que adquirieron la fea costumbre de matar a los maestros y maestras antes de incendiarlas; en ocasiones con los alumnos dentro. Cuando aquí se habla de matar, nos referimos al acreditado método del “arte de matar despacio” afgano consistente en despellejar viva a la víctima; sistema que también conocieron muchos soviéticos que no conocían el poema de Kipling y no habían tomado la elemental precaución de guardar la última bala para su uso personal.


En un principio, las acciones militares contra los rebeldes, sobre los que se descargó todo el peso del Ejército Soviético, lograron, como suele ocurrir en estos casos, un cierto control del país y una oleada de refugiados hacia los países vecinos, especialmente Irán y Pakistán, que según cálculos de ACNUR alcanzaron los tres millones y medio -la mitad en Irán, lo que incitó al régimen de los ayatolas a intervenir- a los que hubo que sumar los desplazados internos. A la brutalidad de la actuación soviética se unieron los llamamientos de los líderes religiosos a abandonar la tierra islámica ocupada por los infieles, rápidamente seguida de la llamada a la Yihad contra el invasor.

Ante la intervención soviética, el Gobierno Norteamericano optó por apoyar a la insurgencia con la finalidad de empantanar a la URSS en una guerra de desgaste que le supusiera costes políticos y económicos inaceptables. A medida que fue pasando el tiempo, se fue consiguiendo el objetivo de recluir a los soviéticos en los principales centros urbanos, mientras la insurgencia campaba por sus respetos en las zonas rurales y montañosas, no obstante el acoso aéreo al que se la sometía.

El límite impuesto por los políticos a las fuerzas soviéticas fue de 75.000 hombres en unidades de combate; el resto eran personal de apoyo. La cifra media fue de 108.800 efectivos, de los cuales 106.000 uniformados y el resto civiles contratados para tareas de (re)construcción. No está de más observar cómo cambian los tiempos: Los líderes de la Unión Soviética carecían de vista para los negocios.

El apoyo norteamericano fue incrementándose paulatinamente, y coordinándose con el del Gobierno saudí, Emiratos Árabes Unidos y numerosos donantes particulares, principalmente saudíes, pero también el del Gobierno islámico de Irán, que abastecía a las guerrillas chiíes.


A principios de 1985, el Gobierno soviético era consciente de que se había metido en una guerra de desgaste que le había llevado a una situación de punto muerto, por lo que se realizó una planificación que pretendía obtener la victoria sobre la insurgencia en el plazo de dos años. En primavera fue enviado a Afganistán el general Mijail Zaitsev se incrementó el número de fuerzas especiales –spetsnaz- en Afganistán, desplegando una tercera parte de las disponibles y diseñando una estrategia que permitiera retomar la iniciativa militar, basada en la infiltración y en operaciones aerotransportadas con apoyo de helicópteros que llevara el combate al territorio enemigo. Igualmente, se desplegaron más fuerzas del KGB en apoyo de las fuerzas especiales y regulares del Ejército. Igualmente, se les dotó del material más moderno y los medios de comunicación mas sofisticados disponibles para interceptar las comunicaciones y coordinar los ataques aéreos.





Ante la presión soviética, el Gobierno estadounidense optó por aumentar el apoyo a los muyahidin, de acuerdo con Pakistán y Arabia Saudí, pasando de su objetivo inicial de una guerra de desgaste, a una estrategia que buscaba la derrota de la Unión Soviética en Afganistán y su retirada (directiva de seguridad nacional 166 del Gobierno USA)

Buena parte del armamento suministrado a los insurgentes a través de Pakistán, procedía de China. Se trataba en general de material de diseño soviético, Kalashnikov, lanzagranadas RPG-7, minas contra carro, granadas de mano y Detgaryov DShKs, la vieja ametralladora ligera soviética de la que se suministraron más de 5.000. Igualmente se envió armamento egipcio (morteros)

La ayuda militar se incrementó exponencialmente, incluso con intervención directa de comandos pakistaníes entrenados por la CIA en territorio afgano y el intento de llevar la guerra a territorio soviético, tanto mediante operaciones de sabotaje como por una táctica de desestabilización de las repúblicas centroasiáticas, mediante propaganda y sostén a los embrionarios movimientos islamistas que años después conduciría –entre otras cosas- a la guerra civil en Tayikistán. El plan había sido aprobado en 1984 en una reunión entre el director de la CIA, William Casey con el presidente pakistaní, general Zia en Islamabad. Aunque existía el temor de una reacción a gran escala de los soviéticos, entre 1984 y 1987, la CIA y el ISI coordinaron diversos ataques más allá del Amu Daria, frontera con la URSS. Paralelamente, se imprimió propaganda antisoviética en los idiomas de las repúblicas musulmanas de Asia Central, describiendo la represión contra los basmachi durante la Revolución, libros sobre religión islámica, etc.

A partir de 1985, no sólo se facilitó a los muyahidin el armamento más moderno disponible, incluidos los famosos misiles antiaéreos portátiles FIM-92 Stinger, equipos de transmisiones, vehículos y explosivos modernos; sino información clave de inteligencia obtenida a través de satélite e intercepción de comunicaciones acerca de los objetivos soviéticos en Afganistán, despliegues, etc.

Tanto la URSS como los Estados Unidos dedicaron a la guerra de Afganistán muchos más recursos de los que habían empleado para la cooperación al desarrollo hasta entonces. La intervención costó a la Unión Soviética unos 5.000 millones de dólares anuales de media, frente a los 100 millones de media entregados como ayuda en los 25 años anteriores. Por su parte, la ayuda estadounidense a la resistencia islámica comenzó con unos 30 millones de dólares en 1980 (frente a unos 20 millones de dólares anuales de media de cooperación), 50 millones en 1981 y 1982. Las cifras eran tan bajas principalmente porque aún no había suficientes rebeldes a quién entregársela.

A medida que la resistencia iba siendo organizada, la ayuda militar fue incrementándose. Según cifras oficiales, con Reagan subió a 80 millones en 1983, 120 millones en 1984 y 250 millones en 1985, 470 millones en 1986 y 630 en 1987, continuando a ese nivel hasta 1989. Entre 1986 y 1989, teniendo en cuenta que por acuerdo mutuo el Gobierno Saudí se había comprometido a igualar la aportación norteamericana, la ayuda militar total a los muyahidin superó con creces los 1.300 millones anuales, sin contar las aportaciones de donantes particulares y la del Gobierno iraní a otros grupos (el Hoyatoleslam Zahedi y Alí Zahedi). En todo caso, estas cifras no incluyen los gastos de la CIA, que fueron cuantiosos.

La ayuda se canalizaba hacia Pakistán, donde se organizaron con apoyo de la CIA diversos campos de entrenamiento, donde el ISI pakistaní y miembros de las Fuerzas Especiales instruían a los muyahidin en el uso de armamento moderno y tácticas de guerrilla y sabotaje, lo que mejoró paulatinamente la eficacia de los guerrilleros, tanto en el aspecto táctico como organizativo. Dado que la distribución de la ayuda se dejaba básicamente en manos del ISI, éste favoreció principalmente a sus grupos preferidos, especialmente a la muy integrista Hizb-i-Islami, de Gulbuddin Hekmatyar. Los donantes saudíes dirigían su ayuda a líderes como Abdul Rasul Sayaf.

Todo ello se vio complementado de manera fundamental con el apoyo de las autoridades religiosas de Arabia Saudí y Pakistán llamando a la Yihad contra el invasor soviético. Las emisiones de radio saudíes se podían escuchar en todo Afganistán. Desde finales de 1984, comenzaron a llegar a Pakistán voluntarios de distintos países musulmanes para unirse a la guerrilla afgana. Osama bin Laden, magnate de la industria de la construcción y multimillonario saudí emergió entonces como una de las figuras claves en la organización de ese flujo de voluntarios. Al alcanzar Peshawar, los nuevos reclutas eran puestos al cuidado de la Mektab ul-Jidmat (Oficina de Asistencia), que estaba dirigida por un estrecho colaborador de Bin Laden: Abdullah Azam.

Durante este periodo, Bin Laden colaboró estrechamente con la CIA y el ISI (extremo éste que hoy niegan todos los implicados). Se calcula que unos 35.000 voluntarios musulmanes de 40 países se unieron a la guerrilla afgana durante los años 80. El entrenamiento de los muyahidin en la guerra de guerrillas corrió a cargo del ISI. Sin embargo muchos de ellos fueron entrenados directamente por la CIA. Según el general Mohammad Yusuf, director de la Oficina afgana del ISI, entre 1983 y 1987, al menos 11 equipos del ISI, entrenados por la CIA operaron en Afganistán para atacar aeropuertos, carreteras, ferrocarriles, depósitos de combustible, puentes, instalaciones eléctricas y otros objetivos sensibles.

En mayo de 1985, los servicios pakistaníes agruparon a los receptores de su ayuda en la Alianza de los Siete, por ser siete los grupos guerrilleros: Hekmatyar, Massud, Ahmad Gilani, Yunuis Haled, M. Nabi y S. Modjadeddi. El jefe -coordinador o secretario- formalmente era Abdul Rasul Sayaf. Por su parte, en diciembre de 1987, los iraníes harían lo propio, creando la Unión de los Ocho, en la que entraron otros tantos partidos chiís; todos ellos insignificantes en comparación con las guerrilas de Massud -al menos 30.000 hombres- o Hekmatyar, el doble.

En abril de 1986, las fuerzas soviéticas y el ejército gubernamental tomaron la mayor base de la guerrilla, cerca de la frontera con Pakistán tras una durísima batalla en la que se anunció la muerte de 2.000 muyahidin y 200 soldados pakistaníes (sin cifras de bajas propias). El 4 de mayo, tras varias semanas de tratamiento médico en Moscú, Babrak Karmal dimitió por motivos de salud, siendo sustituido por el nuevo secretario general del Partido, Mohammed Najibullah, pashtun y jefe de la policía política (KhAD).

Najibullah proclamó la "Política de Reconciliación nacional". En enero de 1987, anunció un alto el fuego unilateral, dando garantías a los líderes insurgentes de amnistía y pronta retirada de las tropas soviéticas si negociaban con el Gobierno. En julio, sustituyó el Consejo Revolucionario por un Consejo de Estado, ofreciendo 20 puestos en el mismo a la oposición, así como un posible puesto de Primer Ministro y definir el estatus de afganistán como "Estado islámico no alineado"; más tarde, transformó el Consejo de Estado en una Asamblea Nacional aún más amplia. La "Política de Reconciliación Nacional" fracasó, al no ser aceptada ni siquiera por los muyahidin menos extremidtas y, entre otras poderosas razones, porque a nadie le interesaba que los afganos se "reconciliasen" y actuasen por cuenta propia.

En 1988, se firmó en Ginebra un acuerdo afgano-pakistaní, garantizado por Estados Unidos y la Unión Soviética, en el que se regulaban las relaciones entre ambos estados, se establecía el principio de no intervención y se garantizaba el regreso voluntario de los refugiados. Otro acuerdo entre Afganistán y la Unión Soviética, disponía la retirada de las tropas soviéticas, que comenzó poco después, completándose en 1989. El acuerdo de Ginebra y la posterior desaparición de la Unión Soviética, dejó al Gobierno afgano sin apoyos externos frente a las diversas guerrillas, sostenidas por Arabia Saudí e Irán, amén de los contribuyentes privados. Por supuesto, la CIA se guardó muy mucho de respetar el acuerdo.

A lo largo de la guerra (y en la mejor tradición afgana) se sucedieron intentos de negociar con los distintos grupos insurgentes, entre los que consta un encuentro personal entre el general soviético Varennikov y un jefe guerrillero de Herat que acordó neutralizar sus tropas evidentemente a cambio de fondos. En general, los distintos intentos a alto nivel del OKSV de llegar a acuerdos con la guerrilla eran torpedeados de oficio por el KGB y su ahijada, la KhAD. Como suele suceder, los distintos servicios compiten por negociar con el enemigo presumiblemente victorioso para salvar la piel llegado el caso, mientras impiden unánimemente que lo hagan quienes se están jugando el pellejo a diario.

La guerra continuó tras la retirada soviética y el Gobierno aguantó mal que bien durante un tiempo, hasta que en abril de 1992, el presidente Najibullah fue destituido por sus vicepresidentes, refugiándose en la sede de la ONU en Kabul. Los cuatro vicepresidentes se repartieron el gobierno y comenzaron negociaciones con el comandante muyahidin Ahmed Shah Massud, jefe militar de Yamaat-i-Islami que había adquirido fama legendaria durante la guerra contra los soviéticos. La intervención del tayiko Massud en la capital, suscitó la reacción de los grupos muyahidin de mayoría pashtun. Desde Pakistán, Gulbuddin Hekmatyar, jefe del grupo fundamentalista Hizb-i-Islami, amenazó con bombardear Kabul si el Gobierno no renunciaba. El presidente provisional, Abdul Rahim Hatif se comprometió a entregar el Gobierno a una coalición de los grupos rebeldes. Poco después, las fuerzas de Massud y Hekmatyar combatían entre sí en las calles de Kabul.

A finales de abril, se formó un Consejo de Gobierno provisional encabezado por Sigbatullah Modjadidi (a quien años después veríamos presidiendo la Loya Jirga). La alianza de grupos musulmanes moderados liderada por Massud - recién nombrado ministro de defensa del nuevo Gobierno- expulsó de Kabul a los fundamentalistas de Hekmatyar. El nuevo régimen fue reconocido a renglón seguido por Pakistán, Irán, Turquía y Rusia.

El 6 de mayo de 1992, fue disuelto el partido Watan, que había gobernado el país desde su creación en 1988 para sustituir al PDPA, y se estableció un Tribunal especial para juzgar a los ex mandos comunistas. También fueron disueltas la KhAD y la Asamblea Nacional. El nuevo Gobierno inició cambios para imponer la ley islámica, prohibiendo la venta de alcohol y obligando a las mujeres a cubrirse la cabeza y usar ropas tradicionales. A fines de mayo, los principales grupos rebeldes, incluidos Hizb-i-Islami de Hekmatyar y Yamaat-i-Islami, de Massud, anunciaron un acuerdo de paz, comprometiéndose a convocar elecciones en un año y a la salida de Kabul de las milicias tayikas del ministro de Defensa Massud y las uzbekas del general Abdul Rashid Dostum, antiguo general del régimen comunista que se había pasado al bando rebelde para seguir en el poder.



Al poco, el presidente Modjadidi escapó ileso de un atentado y la tregua se rompió. Los combates entre Hizb-i-Islami y Yamaa-i-Islami arrasaron Kabul, dejando 5.000 muertos en una semana. A finales de junio, Modjadidi cedió la presidencia a Burhanuddin Rabbani, líder tayiko de Yamaa-i-Islami, que intentó formar un Gobierno de unidad. Hizb-i-Islami continuó su lucha contra el gobierno, exigiendo la salida de Kabul de las tropas de Massud y Dostum.

Después de 14 años de guerra, el país estaba arrasado, la economía paralizada y el sistema productivo destruido. La ONU anunció un programa de ayuda de ¡10 millones de dólares! para abastecer de alimentos y medicinas a la población desplazada por la guerra. Según ACNUR, había en ese momento cuatro millones y medio de refugiados afganos, repartidos entre Pakistán e Irán, cuyo gobierno estaba deseando deshacerse de ellos.

En junio se llegó a un acuerdo entre Hekmatyar y Rabbani para formar Gobierno y convocar elecciones en 18 meses. Rabbani seguiría de Presidente, Hekmatyar sería Primer Ministro. Massud dimitió como ministro de Defensa y Dostum permaneció al margen del acuerdo.

En enero de 1994, Dostum se alió con el Primer Ministro Hekmatyar y lanzaron una ofensiva contra la capital, el Estado se desintegraba por completo. Kabul fue dividida en zonas en manos de grupos rivales, provocando el éxodo de tres cuartas partes de sus habitantes. La división de Afganistán estaba propiciada por los intereses encontrados de distintos países de la región, en especial Irán, Pakistán y Rusia, que apoyaban a los distintos grupos en lucha.

Hekmatyar comenzó a proclamar que llevaría la Yihad a las repúblicas centroasiáticas de la ex-URSS, lo que recordaba demasiado al Gran Afganistán que tan poca gracia le hacía a su padrino, el gobierno de Pakistán. Eso llevó a que le cerraran el grifo. A estas alturas, lo que interesaba era un apaciguamiento del conflicto y un escenario estable -el que saliera del reparto-; no una extensión de la guerra a los países vecinos, de los cuales Tayikistán ya estaba en guerra civil.

Con la desaparición de la Unión Soviética El Gran Juego adquiría un carácter nuevo: la lucha por el control de las inmensas reservas de petróleo y gas natural de las repúblicas centroasiáticas.

En esas, en 1995, apareció en el sur de Afganistán un nuevo grupo armado: los taliban, que con el apoyo de Pakistán pretendían crear un Gobierno islámico unido en torno a su versión wahabí del islam. La fuerza talibán había ido creciendo con el apoyo del Gobierno de Benazhir Bhutto, presidenta de Pakistán entre 1994 y 1996 por la sencilla razón de que habían demostrado ser más fiables que los tradicionales beluchis pasando las caravanas de contrabando de su marido, Azif Ali Zardari que, junto con la madre de Benazir, Begum Nusrat estaba obteniendo cuantiosos beneficios desvalijando el país.

Para cuando la familia presidencial acabó en la cárcel, los talibán ya se habían convertido en una fuerza importante, que podía dar garantías de seguridad a Unocal y a cualquier otra multinacional que quisiera instalarse en Afganistán. Contaban con amplio apoyo en las zonas de mayoría pashtún. En poco tiempo conquistaron Kandahar y varias provincias vecinas. En febrero, habían tomado el cuartel general de Hekmatyar en el centro del país, mientras Dostum se hacía fuerte en el Noroeste de Afganistán, donde se había refugiado gran parte de la población de Kabul. Los talibán impusieron en las zonas bajo su control un régimen islámico sumamente rigorista.

A mediados de 1996, los taliban sitiaron y bombardearon Kabul, que fue tomada en septiembre. El Gobierno se retiró al Norte. Al entrar en la capital, los taliban sacaron de la sede de la ONU, donde llevaba cuatro años encerrado, al ex presidente Najibullah, lo apalearon, lo arrastraron por las calles, lo castraron y lo colgaron en una plaza con la boca llena de billetes de banco.


Dostum rompió su alianza con Rabbani para aliarse con los talibán lo que facilitó el avance de éstos hacia el Norte, pero a los quince días rompió su acuerdo obligando a los talibán a retroceder. En el Norte se formó una alianza antitaliban de los principales grupos muyahidin, liderada por Ahmen Shah Massud, el antiguo jefe militar de Rabbani.

En 1997, Pakistán, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos reconocieron al régimen talibán, que dominaba dos tercios de Afganistán. En 1998, Estados Unidos lanzó ataques con misiles de crucero contra campos de entrenamiento terroristas en Afganistán (y una fábrica de medicamentos/armas químicas en Sudán) como represalia por los ataques con bomba contra las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania. En 1999, la ONU impuso sanciones económicas contra Afganistán, incluyendo un embargo aéreo, presionando al Gobierno para que entregara a Osama Bin Laden, acogido en Afganistán tras haber forzado los Estados Unidos su expulsión de Sudán.

Es de señalar que durante estos años, miles de yihadistas de todo el mundo islámico habían sido entrenados en Afganistán para ser enviados a combatir a Bosnia, Kósovo y Chechenia, guerras en las que seguían contando con el apoyo del tándem Norteamericano-Saudí.

No obstante todo ello (o precisamente por ello) las compañías petroleras norteamericanas seguían con sus proyectos y mantenían amistosos contactos con el régimen taliban, intentando llegar a un acuerdo que permitiera el paso de las conducciones que deberían llevar hasta el mar los hidrocarburos centroasiáticos sin pasar por territorio ruso, condición necesaria para rentabilizar económica y políticamente los intentos de control de aquéllos.

A lo largo de 2001, el régimen talibán incrementó sus actuaciones integristas, en este caso iconoclastas, destruyendo buena parte de los fondos del museo arqueológico de Kabul y volando las estatuas gigantes de Buda en Bamiyán, juzgan a trabajadores humanitarios acusados de promover el cristianismo y, en definitiva, se van convirtiendo en algo cada vez más impresentable para los medios y el público occidental, que parecen enterarse en ese momento de la existencia de un ropaje femenino llamado burka o del hecho de que las mujeres afganas no pueden estudiar ni trabajar fuera de casa.

El 9 de septiembre de 2001, Ahmed Shah Massud, el líder más carismático de la oposición al régimen afgano, fue asesinado por los talibán, presuntamente con apoyo del ISI pakistaní. Algo grave estaba a punto de pasar.