Ayer puse el enlace al vídeo del Juez Calatayud porque había mucha gente a mi alrededor que no lo había visto. De hecho, ni siquiera sabían quién es. El Juez Calatayud no es nadie especial, o sí. Simplemente, es un tipo con sentido común y que está situado en un puesto desde el que puede ejercerlo en beneficio de la comunidad. Por ejemplo, condenando a un delincuente juvenil a sacarse el graduado escolar (y vigilando que lo haga).
Las cosas que dice son tan evidentes que ni siquiera haría falta que nadie las dijera. Pero es que nadie las dice. El nivel de imbecilación de nuestra decadente sociedad ha alcanzado tales cotas, que el hecho de que salga un señor diciendo que una cosa es cometer un delito y otra cosa es ser un delincuente, que los hijos deben obedecer a los padres, que los chavales tienen que ir al colegio, que en el colegio deben respetar a los profesores y que, a cambio, los profesores deben enseñarles algo... resulta todo un acontecimiento.
Nuestra sociedad está muy, pero que muy necesitada de sentido común. Si echamos una mirada a nuestro alrededor, vemos que los políticos y los medios de comunicación tienen como principal ocupación abastecernos de preocupaciones absolutamente estúpidas, mientras que nadie habla de las cosas que realmente importan ni -por supuesto- hace nada por arreglarlas mínimamente. Aparte de las estupideces políticas, están los teledeportes y la telebasura en general para tenernos entretenidos.
A estas alturas, la sociedad se mantiene sobre cuatro pilares: La policía, el fútbol, la lotería en sus diversas vertientes y las putas. Si quitáramos la policía, la sociedad se derrumbaría porque habría que armarse y salir en grupo a la calle, en especial las chicas; sin el fútbol, la gente buscaría otras formas más agresivas de agruparse en facciones y, además, tendría que ocupar su tiempo en otros menesteres tal vez más destructivos (como leer o quemar coches), sin la lotería en sus diversas manifestaciones, todo el mundo se vería obligado a adquirir conciencia de que su miserable vida no va a cambiar jamás y que todos esos sueños inconfesados, residuos de su infancia, jamás van a verse realizados lo que, presumiblemente, incrementaría exponencialmente el número de suicidios y, sin las putas, el nivel de violaciones excedería toda ponderación: sería un caos del copón.
Y, mientras tanto, la ideología imperante, que obliga a todos, la compartan o no, pretende que a los niños se les eduque (el término "educar" es un eufemismo, obviamente) como si vivieran en los mundos de Yupi. Como los niños no son precisamente gilipollas -de hecho, suelen ser bastante menos gilipollas que los adultos, al menos hasta cierta edad- ven con claridad meridiana que lo que les cuentan en el cole no tiene absolutamente nada que ver con la realidad.
Y la realidad es un mundo completamente desestructurado, en el que no tienen modelos ni existen valores de ninguna clase. Se habla mucho de una cosa llamada conciliación de la vida laboral y familiar. Lo que se sortea elípticamente es que no existe la vida familiar. Una parte no menor del desastre viene del simple hecho de que la familia como tal ha desaparecido. Digan lo que digan los progres -y en esto participa todo el mundo, progre, facha o neutral: es la ideología dominante. Mejor: la práctica dominante- somos primates, nuestro cerebro está programado para desenvolverse en un mundo de primates, estructurado y jerarquizado de alguna forma, y resulta que en una generación ese mundo se ha venido abajo. Y el primatito está completamente desorientado.
Yo, como soy un macho solitario de espalda plateada que ya he cumplido, me limito a observar todo esto desde la barra de mi bar mientras rindo culto a Baco melancólicamente y brindo a la salud de su señoría.
Las cosas que dice son tan evidentes que ni siquiera haría falta que nadie las dijera. Pero es que nadie las dice. El nivel de imbecilación de nuestra decadente sociedad ha alcanzado tales cotas, que el hecho de que salga un señor diciendo que una cosa es cometer un delito y otra cosa es ser un delincuente, que los hijos deben obedecer a los padres, que los chavales tienen que ir al colegio, que en el colegio deben respetar a los profesores y que, a cambio, los profesores deben enseñarles algo... resulta todo un acontecimiento.
Nuestra sociedad está muy, pero que muy necesitada de sentido común. Si echamos una mirada a nuestro alrededor, vemos que los políticos y los medios de comunicación tienen como principal ocupación abastecernos de preocupaciones absolutamente estúpidas, mientras que nadie habla de las cosas que realmente importan ni -por supuesto- hace nada por arreglarlas mínimamente. Aparte de las estupideces políticas, están los teledeportes y la telebasura en general para tenernos entretenidos.
A estas alturas, la sociedad se mantiene sobre cuatro pilares: La policía, el fútbol, la lotería en sus diversas vertientes y las putas. Si quitáramos la policía, la sociedad se derrumbaría porque habría que armarse y salir en grupo a la calle, en especial las chicas; sin el fútbol, la gente buscaría otras formas más agresivas de agruparse en facciones y, además, tendría que ocupar su tiempo en otros menesteres tal vez más destructivos (como leer o quemar coches), sin la lotería en sus diversas manifestaciones, todo el mundo se vería obligado a adquirir conciencia de que su miserable vida no va a cambiar jamás y que todos esos sueños inconfesados, residuos de su infancia, jamás van a verse realizados lo que, presumiblemente, incrementaría exponencialmente el número de suicidios y, sin las putas, el nivel de violaciones excedería toda ponderación: sería un caos del copón.
Y, mientras tanto, la ideología imperante, que obliga a todos, la compartan o no, pretende que a los niños se les eduque (el término "educar" es un eufemismo, obviamente) como si vivieran en los mundos de Yupi. Como los niños no son precisamente gilipollas -de hecho, suelen ser bastante menos gilipollas que los adultos, al menos hasta cierta edad- ven con claridad meridiana que lo que les cuentan en el cole no tiene absolutamente nada que ver con la realidad.
Y la realidad es un mundo completamente desestructurado, en el que no tienen modelos ni existen valores de ninguna clase. Se habla mucho de una cosa llamada conciliación de la vida laboral y familiar. Lo que se sortea elípticamente es que no existe la vida familiar. Una parte no menor del desastre viene del simple hecho de que la familia como tal ha desaparecido. Digan lo que digan los progres -y en esto participa todo el mundo, progre, facha o neutral: es la ideología dominante. Mejor: la práctica dominante- somos primates, nuestro cerebro está programado para desenvolverse en un mundo de primates, estructurado y jerarquizado de alguna forma, y resulta que en una generación ese mundo se ha venido abajo. Y el primatito está completamente desorientado.
Yo, como soy un macho solitario de espalda plateada que ya he cumplido, me limito a observar todo esto desde la barra de mi bar mientras rindo culto a Baco melancólicamente y brindo a la salud de su señoría.