Lean, lean, ¿Les recuerda a algo? (lo mejor: “la transición ha terminado” ABC, 22 de febrero de 1981)
Este año parece que la crisis ha sumergido un tanto las habituales rememoraciones del 23-F. Este postio pensaba haberlo colgado el martes, como correspondía, pero mi natural desidia me lo ha impedido una vez más.
¡Parece que fue ayer…! El 23 de febrero de 1.981, yo me encontraba ejerciendo de becario de kiosquero, que es de lo que oficiaba a la sazón el Profesor Borodin. Si la memoria no me engaña (y que el aludido me corrija si es necesario) aquella tarde nos encontrábamos los dos dedicados con empeño digno de mejor causa a intentar extraer las monedas que se les caían a los clientes entre el soporte de las revistas y el frontal del kiosko. Para ello usábamos algo tan clásico como un palito con un chicle masticado en la punta.
A fin de comprender mejor lo anterior, he aquí una sección longitudinal de esa parte del kiosko:
Entretenidos como estábamos con esa labor, no nos habíamos dado cuenta de que no había nadie por la calle, ni las adolescentes que venían a comprar fortunas (o ducados ¡aaaay…!) sueltos, ni cromos, ni chuches; ni los habituales de los periódicos de la tarde (en aquellos días, el Diario 16 tenía 3 ediciones diarias, tan rápido iban las cosas).
Estábamos dentro del kiosko y la calle se veía desierta. Hay que tener en cuenta para quien nunca haya frecuentado el interior de un kiosko de prensa, que la sensación es un cruce entre confesionario y pantalla de cine. Ves el cuadro de la calle como un plano fijo por el que pasan la gente y los coches. En ese momento, pasó de izquierda a derecha una madre arrastrando a un niño. A ambos nos recordó (aunque esto puede ser una construcción teórica posterior mía) a la típica imagen de la madre arrastrando al niño mientras suena la sirena de alarma aérea.
-- Pero, ¿qué hacéis ahí abiertos?
-- Pues… ¿qué pasa?
-- Pero, ¿no os habéis enterado? Ha habido un atentado de ETA (¡ya entonces!) en el Congreso y está la Guardia Civil, y ha habido muertos.
Dicho esto, la madre salió pitando.
Nosotros nos miramos con cara de “Joé…” y pusimos la radio, como todos los días a esa hora, para escuchar “Clásicos Populares”.
En lugar de clásicos populares, nuestro cubículo retumbó al son marcial de “Los voluntarios”, música que le sonará a cualquiera que haya hecho la mili. Aquí sí que nos miramos con más cara aún de “Joé…”. De hecho, creo que la cara pasó de “Joé…” a “¡Jooodeeer…!”, porque eso sí que era raro.
-- A ver si han dado el golpe por fin.
-- Pues sí que es raro, sí. (Nosotros no perdíamos la compostura tan fácilmente, como se ve)
Y el caso es que no había mucho de qué sorprenderse. Al fin y al cabo, todo el mundo estaba esperando “el golpe”. La prensa llevaba meses anunciándolo, todo el mundo sabía que buena parte de los militares estaban dispuestos a hacer cualquier cosa. La extrema derecha campaba por sus respetos con la protección y beneplácito de muchas autoridades y algunos generales se presentaban en Presidencia del Gobierno como Pedro por su casa a decirle a Suárez que se andara o anduviese con mucho ojito con lo que hacía.
A nivel callejero, el nuestro, la cosa era parecida: los de Fuerza Nueva o los de Falange, se te presentaban cuando les daba la gana a vaciar a hostias el bar de la Facultad perfectamente uniformados (unos con boina roja, otros sin ella) y si le decías algo al Rector que era nada menos que Martínez Montávez ( o sea, rojo y decente), te decía aquello de que “yo es que voy a llamar a la Policía y luego ellos ya sabéis a quién pegan” (respuesta: a los que ya habían pegado los fachas).
Todavía era normal que en las manifestaciones (y había muchas) hubiera uno o dos muertos a tiros, tiros que nadie sabía luego quién había disparado. Bueno, y sigue sin saberse. Lo único, que los cientos de muertos de izquierdas o asimilados que hubo durante la transición, asesinados por los fachas, por las así llamadas “Fuerzas de Orden Público”, o por una extraña conjunción de ambos, parece ser que fueron una alucinación pasajera y nunca han existido. Aunque nosotros conociéramos de vez en cuando a alguno.
Qué bonitos eran los desfiles de Fuerza Nueva por Madrid, esas banderas al viento, todos esos jóvenes erguidos bajo sus camisas azules y sus boinas rojas (o negras, si eran realmente peligrosos), formados por centurias mostrando lo que era La Verdadera España. Era guay. Y duró hasta entraditos los 80.
En resumen, que algo pasaba y nosotros no teníamos forma de saber qué porque no venía ningún distribuidor a traernos una edición especial de periódico alguno. Lo que sí estaba claro, es que debía ser algo gordo, porque no había una puñetera emisora de radio que funcionara y dijese algo coherente.
En esas estábamos, planteándonos si no sería mejor chapar, ya que no venía nadie, cuando aparecieron la hermana y el hermano del Prof.. Borodin en el coche.
-- Pero bueno, ¿estáis gilipollas? Vamos a cerrar.
-- Pero ¿qué pasa?
-- Joder, que se ha presentado el Tejero en el Congreso, se ha liado a tiros y están todos ahí metidos, Joder y Fulanito, que es radioaficionado, dice que en Valencia el Milans ha sacado los tanques a la calle y la ciudad está tomada.
Lo de “el Tejero” no era sorprendente, ya que hacía poco que había sido detenido y sometido a uno de esos simulacros de juicio que les hacían a los golpistas. Por supuesto, para toda la prensa facha (buena parte de la existente) todo había sido una conspiración de los rojos (los de UCD eran rojos) para mancillar su honor y el de Ynestrillas padre y, a través de ellos, el de todo el Ejército. Ya, claro.
Lo del “el Milans”, tampoco era sorprendente. En fin, entonces nadie se cuidaba de dejar de dar su opinión sobre la degeneración que suponía la democracia. Ya se sabe, “Para eso hemos ganado una guerra” Se suponía que los de la UCD (o sea, ex jerarcas o funcionarios franquistas en buena parte) querían dar la vuelta a la tortilla y volver al caos al que tuvo que poner fin el Alzamiento Nacional. Y entregar España a los rojos.
En fin, chapamos. Nos dimos una vuelta a ver cómo andaba la cosa. Nos acercamos por los aledaños de las Cortes donde había formado un berenjenal de tres pares de narices, todo lleno de Policías, Guardias Civiles y falangistas vociferantes junto con algún tímido rojo, todo ello en promiscua confusión. Vimos que no teníamos nada que hacer allí y nos fuimos cada uno a nuestra casa.
En mi casa, estaban de los nervios porque no tenían ni idea de dónde estaba yo y -recordemos- faltaban muchos años para que hubiera móviles. Mi padre era militar. Había llamado a su jefe y éste le había dicho que se estuviera quieto y localizable por si acaso, pero que no hiciera nada. La vecina de mis padres se había presentado allí a ver la tele con ellos con la idea de brindar con champán por esos valientes que iban a devolver a España a su verdadera senda, que nunca debiera haber abandonado. (pocos años después, era concejala del PP de uno de esos sitios de cerca de Madrid)
Parecía que las cosas andaban más o menos bajo control, salió el Rey de uniforme y soltó su famosa alocución diciendo que él no autorizaba eso y el último susto lo dio José María García en directo desde la plaza de las Cortes, cuando se puso a gritar que llegaba el Ejército Español (nadie sabía muy bien a hacer qué). Una caravana de Land Rover de la Brigada XII de El Goloso, ya se sabe. Como al cabo de pocos años, yo hice la mili allí, me contaron un montón de cosas jugosísimas de lo que pasó allí aquella noche (con todos esos carros y TOAs que había), que mejor que queden en el olvido.
Y, reconozco, que me fui a la cama, dormí como un bendito, y a la mañana siguiente que, por cierto, no fui a la Facultad, vi en la tele el espectáculo de los guardias civiles escapándose por las ventanas del Congreso.
En definitiva, a pesar del tono épico que se le ha ido confiriendo al asunto, era algo que no sorprendió a nadie y a lo que no se le dio tanta importancia. Sencillamente porque formaba parte del paisaje, estábamos aún demasiado acostumbrados a esos espectáculos sainetescos y nos parecía que era normal que pasaran esas cosas en España.