No sé que le pasa al blogger que no me ha dejado hoy tampoco responder a los comentarios del postio anterior. Bueno, la vida sigue.
Julio Camba era un señor de derechas, liberal en el sentido que aún conservaba nuestro tradicional vocablo en los años 30. Quiere ello decir, que aún respetaba las opiniones ajenas y que aún diferenciaba bastante bien la libertad individual y la propiedad privada, de los intereses de las multinacionales. Por lo demás, aunque dotado de lo que en la época se consideraba un humor corrosivo, era un señor elegante y de orden, al estilo británico más que al castizo.
Durante la República, escribió un libro que merecería ser leído por algunos hoy día: "Haciendo de República" (en el sentido de, digamos, "haciendo como si esto fuera una República" o "haciendo el papel de República"), entre otras cosas, dijo esto:
"La República ha procedido en la hipótesis de que España no era un país católico, sino un país oprimido por el catolicismo, y si esta hipótesis no hubiera sido falsa, todo hubiera marchado como una seda. Hecha la separación de la Iglesia y el Estado, nadie daría dos reales por el sostenimiento del culto ni del clero, y los curas, muertos de hambre, tendrían que remangarse las sotanas para ponerse a trabajar en las obras del Hipódromo o se instalarían en las escaleras del "Metro" y nos pedirían limosnas en latín. Poco a poco irían poniéndose muy flacos, lo que les haría perder todo su ascendiente con las beatas, y cuando ya no quedase en España ni un cura para un remedio, el genio español podría, al fin, maniifestarse libremente, con lo cual, y por el procedimiento más sencillo del mundo, sin devanarnos los sesos ni rompernos la cabeza, nos situaríamos en un dos por tres al nivel de los pueblos más civilizados.
Pero España es un país católico, y si en un país católico separa usted la Iglesia del Estado, a quien perjudicará usted es al Estado y no a la Iglesia. La Iglesia seguirá como si tal cosa, sostenida por los creyentes. En cambio, el Estado, que cuando tenía a la Iglesia en su poder podía limitar su libertad de acción e impedir a sus dignatarios que realizaran ciertas propagandas de carácter político, se encontrará frente a frente con un enemigo de muchísimo cuidado.
La República española, por pura frivolidad, por no tomarse la molestia de poner a prueba un lugar común durante cinco minutos y, en suma, por no querer enterarse, partió de una hipótesis falsa, y el resultado no ha podido ser más desastroso. Cuando, disueltas las Cortes constituyentes, se convocó al país a elecciones generales, votaron todas las beatas, todos los sacristanes, todos los chupacirios, todas las monjas y todos los curas de España. Señoras valetudinarias que no habían visto el sol desde su última peregrinación a Lourdes o a Limpias, se hacían transportar en unas parihuelas al colegio electoral y votaban santiguándose. La mayoría de las papeletas olían a cera o a incienso y los comicios tenían un aire extraño, un aire ambiguo de velorio y de sacristía.
Sí, señores. Aquel día no hubo chupacirios ni cantamisas que dejase de votar, y, en consecuencia, hoy nos encontramos con que la Iglesia puede obrar en España con absoluta independencia del Estado, pero que el Estado no tiene más remedio que hacer lo que le diga la Iglesia. ¿Qué les parece a ustedes? La República española es hoy, como si dijéramos, una República de beatas, y todo, mis queridos amigos, por habérnoslas querido echar de pillines."