Cuando terminé “El búnker de Conil”, me di cuenta de que le había cogido gusto al asunto y, como quien no quiere la cosa, empezaron a venirme temas a la cabeza. Aquí va el siguiente relato. Como queda dicho, no pretendo una narración histórica; sólo una narración verosímil.
1
Sonaron tiros en la puerta. El sargento Méndez se incorporó de golpe sin sentir el trallazo de la herida en el pecho. Fuera, gritos, golpes, confusión. La enfermera lo miró aterrorizada. Sus miradas se cruzaron un instante. Méndez saltó de la cama y se tiró por la ventana. Ella se quedó de pie en medio de la sala.
Se despertó jadeando. Aunque tenía los ojos abiertos, no vio nada. Por un momento pensó que se había quedado ciego; pero no, sólo era de noche. Respiró hondo sin quitarse de la cabeza los ojos de la enfermera. Era una tía maja, nunca supo su nombre. Era guapa, les cuidaba bien y Méndez debía de haberle caído en gracia, con su herida en el pulmón –un tiro limpio, sedal que decían los médicos- porque una noche se acercó a su cama y le hizo una paja silenciosa. Ahí seguían sus ojos, congelados en la oscuridad del barracón.
Ya sabía lo que venía después. Él escondido en un matorral, oyendo los gritos de la muchacha mientras los moros la violaban uno tras otro y la destrozaban con las bayonetas. Luego, más tiros y, después, dos fusileros que decían:
-- Aquí hay uno, mi alférez.
Y nada más. Se había despertado en el mismo hospital, con la diferencia de que ya no era camarada sargento, sino puto prisionero.
Hasta que un tiro lo mandó a retaguardia, Méndez había sido sargento de Ingenieros en el cuerpo de ejército de Tagüeña y se había pasado la batalla del Ebro tendiendo pasarelas sobre el río, luego fortificando cotas y, después, tirando las mismas pasarelas que había hecho antes. En el treinta y seis era maestro de obras y de la UGT. Cuando los fachas se sublevaron en Madrid, salió corriendo y se unió al tropel de gente que venía por la Corredera Baja, Tudescos y Desengaño a la calle de la Luna, do estaban los Sindicatos, para que le dieran un fusil y, de ahí, a Plaza de España, desde donde bombardeaban el cuartel de la Montaña con dos piezas del siete y medio. Cuando tomaron el cuartel, entró con su máuser en la mano junto a uno de Asalto. En el patio, sentados a una mesa, había varios oficiales que, según llegaban ellos, se dieron la mano y se pegaron un tiro en la cabeza.
Milicias, paseos por Madrid en el coche de unos señoritos enarbolando fusiles por las ventanillas; Guadarrama, la Universitaria, las barricadas de la calle Segovia… hasta que se apuntó al Quinto Regimiento. Lo único que, como era de la construcción, enseguida lo mandaron a Ingenieros.
Contuvo el aliento escuchando los ruidos del barracón. Los ruidos de ciento y pico tíos durmiendo: el vaivén de las respiraciones, el crujido de uno que se daba la vuelta en el jergón, alguien que rezongaba en sueños, otro que se masturbaba pensando en sabe dios quién, toses. Sabía que después de soñar con la enfermera ya no podría dormirse y, en efecto, así fue, La corneta tocando diana lo sorprendió despierto.
Bueno era "El Búnker de Conil", maneras apunta esto. Prosiga, Profesor, prosiga. Uno lurkea por aquí cada tanto y goza de sus relatos...
ResponderEliminarVeo que la enfermera, además de roja; racista
ResponderEliminarGracias, Hans, Se hace lo que se puede. Yo últimamente ando muy esporádico en lo de comentar a los amigos, pero me paseo cuando tengo tiempo, conste.
ResponderEliminarFolken, y, además, seguro que era de alguna ONG.
...pero, aun estando familiarizada con el manejo de los trípodes, jamás sería topógrafa, ¿no?
ResponderEliminar:D
MJ, es usted de un retorcido que espanta. Confieso que me ha costado pillarlo.
ResponderEliminarQuite, quite. Usted que me mira con buenos ojos xD
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