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Méndez había seguido dócilmente al páter hasta su despacho, al lado de la capilla. La capilla era sólo para los fachas, claro. A ellos les hacían oír misa formados a la intemperie, así cayeran chuzos de punta. A veces, en medio de la celebración, alguno se derrumbaba y se quedaba allí tirado porque los demás tenían prohibido moverse. Algunos domingos, cuando el cura decía lo de “ite, misa est”, lo que había en el suelo era un cadáver.
El comandante páter se quitó la boina roja y la dejó sobre la mesa. Méndez observó que era muy bonita, y antigua, seguro: por arriba tenía un arabesco de galón de oro viejo alrededor del nacimiento de la borla, también de oro oscurecido por los años. El páter abrió un archivador, sacó un legajo y una botella de coñac; se sirvió una copa y se sentó detrás de su escritorio.
-- A ti te llaman el Ingeniero, ¿no?
-- A veces, mi comandante.
-- Páter, hijo mío, llámame sólo páter. Ahora no estoy haciendo de comandante, sino de cura.
-- Lo que usted diga, páter.
El sacerdote revisó el expediente sin prisa. Méndez vio de refilón hojas escritas a mano con diferentes caligrafías, formularios oficiales rellenos a máquina con tinta de color morado. Sin levantar la mirada, el páter le preguntó:
-- Tú estabas en Madrid cuando el Alzamiento, ¿verdad?
-- Sí, páter.
A Méndez se le dispararon todas las alarmas.
-- Eras de la UGT. –No preguntaba: afirmaba- Tú participaste en las perrerías que hacían los milicianos a la gente de bien. Estuviste cuando quemaron la Iglesia de San Miguel.
A Méndez empezaron a sudarle las manos. Recordó aquellos días de verano en el treinta y seis, cuando Madrid era un caos; cuando cualquiera con carné de un sindicato y una pistola era dios en la calle. Recordó a los curas entrando a culatazos en una camioneta. Recordó a sus compañeros, borrachos perdidos, haciéndose fotos con las casullas puestas mientras la iglesia ardía. Una de las fotos la hizo él mismo, que también estaba borracho. Los curas tenían la culpa de la situación de España, del atraso, de la opresión del proletariado, eso lo sabía; pero le jodió que quemaran la iglesia. Para él, como sindicalista, lo suyo habría sido incautarla: era patrimonio del pueblo.
El páter hojeó un par de papeles más.
-- Estuviste en una saca de la Modelo, en agosto del treinta y seis. –Por fin, levantó la vista y lo miró- Esto acaba de comprobarse.
Adoptó inconscientemente la posición de firmes. El cura le miraba fijamente, buscando sus ojos, que Méndez le hurtaba.
-- Así que te van a fusilar, ya te lo digo.
Intentó mantener la calma, pero el corazón le golpeaba el pecho cada vez más rápido. A duras penas conseguía reprimir el temblor que trataba de apoderarse de su cuerpo y robarle el último resto de dignidad que le quedaba. ¿Qué quieres?, era cuestión de tiempo. Lo sabía desde la retirada del Ebro. Desde que lo mandaron al campo de concentración en vez de fusilarlo en cualquier cuneta, estaba esperando este momento. En los barracones se cuchicheaba, cuando cada equis tiempo caras nuevas iban sustituyendo a los que se llevaban y nunca volvían: que tienen expedientes que viene todo, que preguntan a tus vecinos de antes de la guerra, que la gente delata a cualquiera, que todo el mundo dice lo que los falangistas quieren que les digan para que la dejen en paz; que si el padre de Fulanito delató a Menganito para que no fusilaran a su hijo, aunque al final lo fusilaron igual, que si…
-- ¿No dices nada?
-- ¿Qué voy a decir?
-- Páter.
-- ¿Qué voy a decir, páter?
El cura se arrellanó en la butaca mirando su coñac con mucho interés. Dio otro sorbo y comenzó a liarse un pitillo. Lo que faltaba. Se iba a poner a fumar delante de él, para joderle más. Seguro que el muy cabrón lo hacía para ponerlo aún más nervioso. Se encendió el pitillo y preguntó, como quien no quiere la cosa:
-- ¿Tú conoces a uno que le llamaban Bocanegra?
Lo pilló tan de sorpresa que esta vez la mirada del páter encontró la suya. Supo que el cura lo había calado, maldita sea. Sus ojos lo delataban.
-- ¿Bocanegra? … Por ese nombre no me suena, páter.
¡Bocanegra! Menudo hijoputa el tal Bocanegra. Un cabrón de esos que habían soltado de la Modelo en julio del treinta y seis para hacer sitio a los fachas. Había conseguido un carné de la FAI y se había dedicado a hacer barbaridades por todo Madrid con una banda de hijos de la gran puta como él, todos delincuentes comunes recién liberados. Si Méndez hubiera tenido mando, los habría fusilado a todos sin pestañear.
-- No te suena… la voz untuosa del páter parecía decir: “qué lástima”- Bueno… Y… ¿te suena el padre Manuel?. el padre Manuel, de la Iglesia de Buen Suceso.
Méndez pensó a toda velocidad. No. No le sonaba. Por lo menos él no había fusilado a ningún cura, que él supiera.
-- No, páter, tampoco. – Esta vez no mentía.
-- El padre Manuel murió hace unos días, Ingeniero.
Eso alivió a Méndez. Por lo menos, no podían decir que lo había matado él. Pero, ¿para qué coño le preguntaba eso el cura, si ya le había dicho que lo iban a fusilar?
-- Te voy a contar una cosa… –el páter pareció dudar un instante- Siéntate. –Señaló el tabaco y el librillo, que estaban sobre la mesa- Líate un pitillo.
Era la primera vez que alguien le decía que se sentara desde que estaba preso. Fue incapaz de reaccionar y siguió allí de pie, como un pasmarote.
-- Siéntate, coño. –Empujó hacia él las cosas de fumar.
Se sentó en el borde de la silla y se lió apresuradamente un cigarro. El páter le tiró una caja de cerillas. Lo encendió y aspiró con avidez.
Esto no se hace. No puedo con la tensión. Espero que no tardes demasiado en escribir el siguiente capítulo. Mi abuelo conoció algún que otro páter como éste así que estoy de lo más intrigada.
ResponderEliminarHasta el lunes no toca. ¿Hay tensión? Es que nunca se me ha dado muy bien la tensión; pero mis correctores de pruebas me han dicho que les ha gustado más que el último.
ResponderEliminarSí, sí que hay tensión. Además, el personaje del pater empieza a cobrar entidad y se hace interesante. Lo curioso es que de él lo que mejor conocemos es su txapela carlista.
ResponderEliminarBuenas a todos:
ResponderEliminarMamon, que estoy con las oposiciones y no puedo estar pendiente todo el fin de semana del desarrollo del siguiente capitulo.
Un saludo.
Dizdira, creo que para los lectores avisados, la descripción de la boina puede decir más cosas del páter que cualquier descripción de su físico, ¿no?
ResponderEliminarWallenstein, lo siento, lo siento... Es el elogio más elegante que me han hecho desde que empecé el blog. Caramba.