25/8/06

Los consejos del Capitán


Este es el final de "Estrategia: La Aproximación Indirecta" de Sir Basil H. Liddell Hart. No hago comentarios, porque no es necesario. Este es el tipo de cosas que leen los militares pero no los políticos.

Para el novici@ (soy patético, usando los simbolitos progres políticamente correctos y colaborando así a la destrucción de la noble lengua castellana; pero, en fin, todo sea por convertirme en referente mediático), El Capitán, fue oficial en la Primera Guerra Mundial, quedó incapacitado por la acción de los gases (Hoy MDW) y se dedicó a extraer conclusiones de la absoluta incompetencia de los generales de esa guerra (excepto de los de Oriente). Fue reconocido como maestro por Rommel, von Manstein y Guderian. La Segunda Guerra Mundial se la pasó de asesor personal de Churchill para estos temas (aunque no siempre le hacía caso; porque, si no, es probable que el Mariscal Harris hubiera acabado en un consejo de guerra o, al menos enviado a su casa). Formaba parte del grupo de mis consejeros transgeneracionales británicos: T.E. Lawrence, Robert Graves y B.H. Liddell Hart, que eran colegas y sin embargo amigos.

Mis pobres comentarios, como decía, sobran en esta ocasión:



“Aunque la guerra es contraria a la razón, pues es un medio de llegar a una solución por la fuerza cuando el debate no consigue producir una solución acordada, el desarrollo de la guerra debe ser controlado por la razón si se quieren alcanzar sus objetivos, ya que:

1) Aunque luchar es un acto físico, su dirección es un proceso mental. Cuanto mejor sea la estrategia, más fácil y menos costoso será conseguir el objetivo.

2) Por el contrario, cuanta más fuerza se invierte, más aumenta el riesgo de que el equilibrio de la guerra se vuelva en contra; e incluso si se consigue la victoria, menos fuerzas quedarán disponibles para aprovechar la paz.

3) Cuanto más brutales sean los métodos, más resentidos estarán los enemigos, con lo que, naturalmente, endurecerán la resistencia que se trata de vencer; por lo tanto, cuanto más emparejados en fuerza estén ambos bandos, más inteligente será evitar extremos de violencia que tiendan a consolidar las tropas y el pueblo enemigo tras sus líderes.

4) Estas consideraciones se amplían aún más. Cuanto más se intenta aparentar imponer una paz totalmente propia, mediante la conquista, mayores son los obstáculos que surgirán por el camino.

5) Además, cuando se consigue el objetivo militar, cuanto más se exija del bando vencido, más problemas se producirán y más motivos se brindarán para tratar de invertir la situación a la que se ha llegado mediante la guerra.

La fuerza es un círculo vicioso -o mejor, una espiral- salvo que su aplicación esté controlada por el cálculo más razonado. Así, la guerra, que comienza por negar la razón, viene a reivindicarla a lo largo de todas las fases de la lucha.

El instinto de lucha es necesario para conseguir el triunfo en el campo de batalla -aunque incluso aquí el combatiente que puede mantener la sangre fría tiene ventaja sobre el hombre que "lo ve todo rojo"-, pero siempre debe llevarse con las riendas bien tirantes. El hombre de estado que se deja vencer por ese instinto, pierde la cabeza y deja de estar capacitado para regir los destinos de una nación.

La victoria, en el verdadero sentido de la palabra, supone que el estado de paz, y del propio pueblo, es mejor tras la guerra que antes de ella. La victoria en este sentido sólo es posible si puede conseguirse un resultado rápido, o si un gran esfuerzo puede estar económicamente proporcionado a los recursos nacionales. El fin debe ajustarse a los medios. Si no existen buenas perspectivas para una victoria de este tipo, el hombre de estado inteligente no debe perder la oportunidad de negociar la paz. La paz conseguida por tablas, basada en el reconocimiento de cada bando de la fuerza del bando contrario, es, como mínimo, preferible a la paz conseguida por el agotamiento mutuo, y a menudo ha ofrecido mejores bases para una paz duradera.

Es más sensato correr el riesgo de la guerra con tal de preservar la paz que correr el riesgo de agotamiento en la guerra con tal de terminar con la victoria, una conclusión contraria a lo que suele ser habitual, pero avalada por la experiencia. La perseverancia en la guerra sólo está justificada si hay buenas oportunidades de llegar a buen fin, es decir, posibilidades de conseguir una paz que equilibre la suma de desgracias humanas producidas durante la lucha. Profundizando en el estudio de anteriores experiencias, se llega a la conclusión de que las naciones podrían haberse acercado más a su objetivo político si hubieran aprovechado una interrupción de la lucha para discutir un acuerdo que al haber continuado la guerra con el objetivo militar de la "victoria".

La historia también revela que en muchos casos podría haberse conseguido una paz beneficiosa si los hombres de estado de las naciones contendientes hubieran mostrado mayor comprensión de los elementos de psicología de sus "sensores" de paz. Con frecuencia su actitud ha sido muy similar a la observada en las típicas peleas domésticas: cada una de las partes teme aparentar darse por vencida, por lo que, cuando una de ellas muestra alguna inclinación hacia la conciliación, suele expresarla en un lenguaje demasiado duro, y es probable que la otra tarde en responder, en parte por orgullo u obstinación y en parte por una tendencia a interpretar el gesto como signo de debilidad, cuando es posible que sea signo de una vuelta al sentido común. Así, el momento crucial pasa, y el conflicto continúa con daño para ambos. En raros casos la continuación sirve para nada bueno cuando ambas partes están condenadas a vivir bajo el mismo techo. Esto es aún más aplicable a la guerra moderna que a un conflicto doméstico, pues la industrialización de las naciones han hecho sus destinos inseparables. Es responsabilidad de los hombres de estado no perder nunca de vista las perspectivas de posguerra cuando persiguen el "espejismo de la victoria".

En los casos en que ambas partes están demasiado equilibradas para ofrecer una oportunidad razonable de triunfo rápido a cualquiera de ellas, el hombre de estado inteligente aprenderá algo de la psicología de la estrategia. Un principio elemental de estrategia es aquél según el cual si hallas a tu oponente en una posición fuerte, difícil de forzar, debes dejarle una línea de retirada como la forma más rápida de debilitar su resistencia. También debe ser un principio de política, especialmente en la guerra, ofrecer al enemigo una escalera por donde pueda bajar.

Puede caber la duda sobre si estas conclusiones, basadas en la historia de las guerras entre los llamados estados civilizados, pueden aplicarse a las condiciones inherentes a la renovación del tipo de guerra puramente predatoria librada por los asaltantes bárbaros del Imperio romano, o por la mezcla de guerra religiosa y predatoria desarrollada por los fanáticos seguidores de Mahoma. En tales guerras toda paz negociada suele tener en sí un valor aún menor del normal (la historia demuestra claramente que los estados raras veces se mantienen fieles mutuamente, salvo en la medida en que sus promesas les parezcan compatibles con sus intereses). Pero cuanto menos se ha preocupado una nación de sus obligaciones morales, más tiende a respetar la fuerza física (el poder disuasorio de una fuerza demasiado grande para ser desafiada con impunidad). De la misma forma, en el plano individual todo el mundo sabe que el fanfarrón y el camorrista dudan en atacar a alguien cuya fuerza es parecida a la suya (más que un tipo pacífico en enzarzarse con un atacante más fuerte que él).

Es una tontería imaginar que podamos comprar a los tipos agresivos (o en lenguaje moderno, "apaciguarlos"), sean individuos o naciones, ya que el pago de un rescate estimula la exigencia de otro. Pero pueden ser sometidos. Su propia creencia en la fuerza los hace más vulnerables al efecto disuasorio de una fuerza opositora de grandes proporciones. Esto constituye un control adecuado, excepto contra el puro fanatismo, aquél que no está mezclado de "codicia".

Aunque es difícil llegar a una verdadera paz con los tipos predatorios, es más fácil inducirles a aceptar un estado de alto el fuego, y mucho menos agotador que intentar aplastarlos, ya que están, como todos los tipos de seres humanos, imbuidos del coraje de la desesperación.

La experiencia de la historia brinda muchas pruebas de que la caída de los Estados civilizados se produjo, no por los ataques directos de enemigos, sino por su decadencia interna, combinada con las consecuencias del agotamiento bélico. Un estado de incertidumbre es difícil de soportar, y a menudo ha llevado al suicidio a las naciones y a los individuos por su incapacidad para soportarlo. Pero la incertidumbre es mejor que llegar al agotamiento tratando de conseguir el espejismo de la victoria. Además, un alto en las hostilidades permite una recuperación y un desarrollo de las fuerzas, mientras que la necesidad de vigilancia ayuda a mantener una nación "en guardia".

Las naciones pacíficas son propensas, sin embargo, a correr peligros innecesarios, ya que cuando surge uno de ellos se sienten más inclinadas que las naciones predatorias a llegar a situaciones extremas. Éstas, sin embargo, al hacer la guerra como medio de ganar, suelen estar más dispuestas a abandonarla cuando encuentran a un oponente demasiado fuerte para ser vencido fácilmente. Es el luchador poco dispuesto, impulsado por la emoción y no por el cálculo, el que suele continuar la lucha hasta el límite más duro y, por ello, no suele conseguir su fin, aunque no llegue a perder directamente. El espíritu de barbarie sólo puede debilitarse durante el alto en las hostilidades; la guerra lo fortalece añadiendo leña al fuego.”


B.H. Liddell Hart. “Estrategia: la aproximación indirecta”. (Madrid, Ministerio de Defensa, Secretaría Gral. Técnica, D.L. 1989)


12 comentarios:

  1. Ese hombre era un sabio. Qué sensatez y qué clarividencia...
    Y como sé que me tienes, pcb, por una irónica, te diré que hablo sin asomo de ironía, lo digo con toda seriedad.

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  2. Joer!!!, seguro que a Bush ni le explicaron ni le hicieron ver estas cosas (doy por supuesto que el ranchero no es capaz de leer más que un comic con subtítulos).

    Este post se podría haber llamado: "el arte de la guerra" como aquel famoso libro, película...

    Salud y paz.

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  3. una pregunta: ¿el mariscal harris fue el encargado de planificar los bombardeos sobre Alemania? ¿era al que llamaban "El carnicero"?

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  4. Tumismidad: Ya me imagino que lo dices sin ironía, no es para menos.

    Luis:Evidente. Ahora han decidido que tienen una mierda de servicios secretos porque no les dan argumentos para bombardear Irán.

    Chico gris: Sactamente: Bomber Harris, el carnicero. Sus memorias son mucho peores que American Psycho.

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  5. Me temo que a mi ilustre pariente no se le estudia en las Facultades de Ciencias Bélicas de Georgetown y Tel Aviv.

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  6. Creando escuela!!! preciosa lección
    (prefiero no responder a lo del fusilamiento..)

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  7. Bella c: si es por la Mahou, alabado sea Dios. Estás perdonada, hermana: ve en paz.

    Liddell: Si eres pariente, enhorabuena. No te creas, que fue tu primera intervención lo que me decidió a colgar esto, al interpretar tu apellido como una señal del Señor de las Batallas.

    Zooma. Chica, te lo tomas todo al pie de la letra, como Churchill. ;)

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  8. Por cierto, que me saolvidao, Sra. Liddell: antes se lo estudiaba, por lo menos en Israel. De hecho, las maniobras de Sharon en 1967 y sobre todo en la guerra del Yom Kippur del 73, cuando salvó a Israel al esquivar al ejército egipcio que estaba dentro de Israel, cruzar el canal por otro sitio (que tenía preparado desde el 67)y rodearlo en territorio egipcio, aislándolo de su retaguardia y obligándolo a rendirse, es un tributo a Liddell Hart. Acción indirecta pura.

    Ahora, me temo, no deben estudiarlo mucho. Y respecto a georgetown, tengo entendido que la FAES (FAlange ESpañola?) está recogiendo ejemplares para organizar una cremá.

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  9. Hola, recojo el guante.

    Ya hemos conseguido el alto el fuego. Estamos más tranquilos y menos desgastados. ETA también. De hecho está recuperando fuerzas y cerrando filas. Algunos de mis amigos dicen que están preparando el terreno para la desaparición de ETA terrorista a cambio de una fuertísima Batasuna. Ojalá fuera cierto. Yo no lo creo así. Nunca me he sentido contendiente mas sí agredido por una banda de delincuentes. No asumo la tesis de la guerra.

    En la estrategia de la negociación debe haber más de una escalera de retirada, aunque diseñadas por el estado español y con las armas de que legalmente dispone. De no ser así, volverán a subir y con fuerzas renovadas. No debemos darles argumentos para que vuelvan a subir la escalera.

    Lidell nos dice que las naciones débiles o propensas a la decadencia suelen correr serios peligros. ¿No crees que una nación dividida es débil? ¿No es cierto que cuando se pierde la confianza en las instituciones sólo nos queda la incertidumbre?

    Sí a la negociación pero con convencimiento, cabeza y dejando bien marcado en cada momento el terreno donde debe lidiarse.

    Saludos.

    Wilson

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  10. Mr. Wilson: Sinceramente, estaba sorprendido de que nadie hubiera relacionado el texto de Liddell Hart con el tema ETA, supongo que porque la guerra del verano ha sido otra. De acuerdo en general con todo lo que dice el capitán. Es decir: con todo no sólo con lo que un progre consideraría adecuado. En cualquier caso, el texto pretende poder aplicarse a cualquier conflicto. Saludos.

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  11. El post de La Trinchera hacía referencia a ello.

    Pero tiene razón, la estrategia es de aplicación en las más variadas ocasiones.

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  12. Sorprendido por volver oír de Liddell Hart e interesado en saber más de él. Desde las menciones tangenciales que recibe en la obra de Borges ("El jardín de senderos que se bifurcan") y las referencias en la obra crítica sobre el escritor argentino (verbigracia, Out of context? de Daniel Balderston) no había vuelto a oír de él, aunque tampoco había hecho el esfuerzo, que no es mi línea. Pero ahora sí indagaré un poco más. Gracias.

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