Que nadie se llame a engaño. Para eso coloco este articulillo bajo la advocación de la única española inequívoca: Blanquita, que en realidad, resulta llamarse Antonio; pero bueno, qué le vamos a hacer.
Si hay entre mis lectores algún demócrata convencido, es decir ese tipo de persona que por alguna misteriosa razón cree (en el sentido monoteísta del término) que existe o ha existido sobre la tierra un lugar donde funciona un sistema político en el cual los que viven allí son ciudadanos y tienen la posibilidad de influir personalmente de alguna manera sobre el funcionamiento de dicho sistema, mi consejo es que busquen otro blog o, en caso contrario, que no me protesten mucho, que ya están avisados.
Según Carpzovius, la democracia es un invento de la propaganda de guerra ateniense del siglo V antes de que San Pablo nos diera el disgusto de no partirse el cuello al caerse del caballo camino de Damasco. Servía para convencer a otras Polis de que sus ciudadanos se sometieran a Atenas con esa excusa, obviando la alternativa de ser pasados a cuchillo y sus mujeres e hijos vendidos como esclavos previa violación de las más aptas/os. Cfr. Tucídides.
Posteriormente, el mito fue retomado por los romanos (Tito Livio y Claudio, básicamente) que convencieron a determinada gente de que hubo un tiempo glorioso llamado República (¿les suena?) en el cual un ciudadano -Marco Furio Camilo, pongamos por caso- era llamado a asumir los poderes dictatoriales, incluido el derecho de vida y muerte sobre sus conciudadanos, para librar a Roma de sus enemigos (los samnitas, por ejemplo) y que, una vez cumplida su misión, dejaba el cargo tranquilamente y se volvía a su finquita a cultivar plácidamente sus nabos, como si tal cosa.
Después de un montón de siglos, estos mitos fueron recogidos por unos cuantos ricos en Francia y en las colonias británicas del Nuevo Mundo, para ver si les valía como excusa para quitar de en medio a la antigua aristocracia guerrera (o ex-guerrera) que se había convertido en una clase parasitaria, y ponerse a gobernar ellos mismos, que para eso eran los que tenían la pasta.
Evidentemente, en todos los casos mencionados, la capacidad de influir en el funcionamiento del sistema pertenecía exclusivamente a una cantidad muy pequeña de ciudadanos que eran los que realmente tenían previamente el poder. Lo que pasa es que descubrieron que montar una parafernalia adecuada permitía convencer a los no tan ricos y a los más bien pobres de que estaban luchando por sus propios intereses lo que, como es obvio, es una soberana gilipollez.
En esos mitos se basa nuestro actual sistema político del que, como todo el mundo sabe, el inefable Winston dijo que era el peor que existe excluidos todos los demás. Por desgracia, debe ser cierto, por lo menos para mí lo es. Al menos, al contrario que otros sistemas, permite que indeseables antisociales como yo podamos vivir relativamente tranquilos mientras conservemos el acceso a nuestra provisión de cerveza.
Ha habido un tiempo, muy corto, en el cual, ha existido una cosa llamada Estado. Me refiero a los países con los que nosotros, españoles decadentes de principios del siglo XXI, podemos sentirnos más o menos identificados. Incluso, aunque no tuviera mucho que ver con nuestra idea, en los países del así llamado socialismo real. Pero eso se acabó, amigos.
La Revolución americana y su secuela, la revolución francesa, convencieron al hasta entonces vulgo lacayo de que defender a sus burgueses ricos de los nobles parásitos de los países adyacentes era defenderse a sí mismos. Por primera vez desde Roma, se crean "ejércitos nacionales" que permitieron efectuar mayores carnicerías de las que se habían visto nunca en la Historia, empezando por las guerras napoleónicas (hasta 1808 básicamente "defensivas" en sentido amplio, hasta que al Napo se le terminó de ir la pinza) siguiendo por la Primera Guerra Mundial, donde la cosa ya pasó a mayores y terminando por la Segunda que, por el momento, es la mayor masacre colectiva de que los humanos podemos enorgullecernos.
Así, a lo bruto, la relativa separación del Estado como ente de no ficción y los propietarios se produce a raíz de la Segunda Guerra Mundial y está terminando ante nuestros ojos. Hablo de la relativa separación real, no de la mitología patriótica acuñada durante el siglo XIX para motivar a las madres a fin de que no se cabrearan demasiado cuando sus retoños iban a ser despanzurrados en alguna guerra para abrir mercados o cerrárselos al vecino.
Después de la SGM, en Europa sobre todo, se intenta que el Estado ejerza una función de redistribución de la riqueza y de defensa de los más débiles y de prestar una serie de servicios básicos a la comunidad. Esto se debe, no a que los ricos se volvieran repentinamente filántropos, sino a que tenían al lado a la Unión Soviética y era un mal ejemplo. Bueno, como ejemplo, no es que valiera mucho, pero era una alternativa (aunque no muy deseable) que, a un proletariado (eso que hoy día se ha convertido en un montón de semirricos con empleo fijo, bien pagado y sindicatos que defienden exclusivamente sus intereses) puteado podía parecerle relativamente atractivo. Y eso no, oiga.
Pero, a medida que las cosas se fueron aclarando y, sobre todo, a medida que la Unión Soviética fue yéndose a hacer puñetas, se fue viendo que el enemigo ya no era creíble y se comenzó a ir prescindiendo del Estado que ya había cumplido su función.
En eso estamos ahora. Volvemos a la tradicional concepción patrimonial del poder: de los nobles militares a los ricos, los ricos abren la mano porque no hay más cáscaras y permiten que se cree una así llamada clase política que puede actuar a veces (un poco y en según qué sitios) como intermediarios con cierta autonomía amparada en eso llamado elecciones. Pero a lo que asistimos hoy y, como de costumbre, los Estados Unidos marcan la pauta, es a la reasunción directa del poder político por sus legítimos propietarios. Es decir: los que tienen la pasta. Entre otras cosas, porque los políticos profesionales y en especial los ex alumnos del Politécnico francés, se empezaban a creer que podían constituirse en nueva casta detentadora de poder.
Lo que pasa, que antes no pasaba, es que esos ricos son unos entes de razón llamados pérfidas multinacionales. Los que manejan son un grupo de familias que controlan la pasta a través del mundo y un grupo más amplio de grandes ejecutivos que ayudan a gestionarla a cambio de una retribución sumamente interesante. Eso hace que sean más poderosos que muchos estados y que, en general, puedan eludir (o comprar) los sistemas de control de los estados que aún tienen algo de fuerza.
El Estado debe reducirse a
a) Policía y jueces, para tener controlados a los molestos.
Si hay entre mis lectores algún demócrata convencido, es decir ese tipo de persona que por alguna misteriosa razón cree (en el sentido monoteísta del término) que existe o ha existido sobre la tierra un lugar donde funciona un sistema político en el cual los que viven allí son ciudadanos y tienen la posibilidad de influir personalmente de alguna manera sobre el funcionamiento de dicho sistema, mi consejo es que busquen otro blog o, en caso contrario, que no me protesten mucho, que ya están avisados.
Según Carpzovius, la democracia es un invento de la propaganda de guerra ateniense del siglo V antes de que San Pablo nos diera el disgusto de no partirse el cuello al caerse del caballo camino de Damasco. Servía para convencer a otras Polis de que sus ciudadanos se sometieran a Atenas con esa excusa, obviando la alternativa de ser pasados a cuchillo y sus mujeres e hijos vendidos como esclavos previa violación de las más aptas/os. Cfr. Tucídides.
Posteriormente, el mito fue retomado por los romanos (Tito Livio y Claudio, básicamente) que convencieron a determinada gente de que hubo un tiempo glorioso llamado República (¿les suena?) en el cual un ciudadano -Marco Furio Camilo, pongamos por caso- era llamado a asumir los poderes dictatoriales, incluido el derecho de vida y muerte sobre sus conciudadanos, para librar a Roma de sus enemigos (los samnitas, por ejemplo) y que, una vez cumplida su misión, dejaba el cargo tranquilamente y se volvía a su finquita a cultivar plácidamente sus nabos, como si tal cosa.
Después de un montón de siglos, estos mitos fueron recogidos por unos cuantos ricos en Francia y en las colonias británicas del Nuevo Mundo, para ver si les valía como excusa para quitar de en medio a la antigua aristocracia guerrera (o ex-guerrera) que se había convertido en una clase parasitaria, y ponerse a gobernar ellos mismos, que para eso eran los que tenían la pasta.
Evidentemente, en todos los casos mencionados, la capacidad de influir en el funcionamiento del sistema pertenecía exclusivamente a una cantidad muy pequeña de ciudadanos que eran los que realmente tenían previamente el poder. Lo que pasa es que descubrieron que montar una parafernalia adecuada permitía convencer a los no tan ricos y a los más bien pobres de que estaban luchando por sus propios intereses lo que, como es obvio, es una soberana gilipollez.
En esos mitos se basa nuestro actual sistema político del que, como todo el mundo sabe, el inefable Winston dijo que era el peor que existe excluidos todos los demás. Por desgracia, debe ser cierto, por lo menos para mí lo es. Al menos, al contrario que otros sistemas, permite que indeseables antisociales como yo podamos vivir relativamente tranquilos mientras conservemos el acceso a nuestra provisión de cerveza.
Ha habido un tiempo, muy corto, en el cual, ha existido una cosa llamada Estado. Me refiero a los países con los que nosotros, españoles decadentes de principios del siglo XXI, podemos sentirnos más o menos identificados. Incluso, aunque no tuviera mucho que ver con nuestra idea, en los países del así llamado socialismo real. Pero eso se acabó, amigos.
La Revolución americana y su secuela, la revolución francesa, convencieron al hasta entonces vulgo lacayo de que defender a sus burgueses ricos de los nobles parásitos de los países adyacentes era defenderse a sí mismos. Por primera vez desde Roma, se crean "ejércitos nacionales" que permitieron efectuar mayores carnicerías de las que se habían visto nunca en la Historia, empezando por las guerras napoleónicas (hasta 1808 básicamente "defensivas" en sentido amplio, hasta que al Napo se le terminó de ir la pinza) siguiendo por la Primera Guerra Mundial, donde la cosa ya pasó a mayores y terminando por la Segunda que, por el momento, es la mayor masacre colectiva de que los humanos podemos enorgullecernos.
Así, a lo bruto, la relativa separación del Estado como ente de no ficción y los propietarios se produce a raíz de la Segunda Guerra Mundial y está terminando ante nuestros ojos. Hablo de la relativa separación real, no de la mitología patriótica acuñada durante el siglo XIX para motivar a las madres a fin de que no se cabrearan demasiado cuando sus retoños iban a ser despanzurrados en alguna guerra para abrir mercados o cerrárselos al vecino.
Después de la SGM, en Europa sobre todo, se intenta que el Estado ejerza una función de redistribución de la riqueza y de defensa de los más débiles y de prestar una serie de servicios básicos a la comunidad. Esto se debe, no a que los ricos se volvieran repentinamente filántropos, sino a que tenían al lado a la Unión Soviética y era un mal ejemplo. Bueno, como ejemplo, no es que valiera mucho, pero era una alternativa (aunque no muy deseable) que, a un proletariado (eso que hoy día se ha convertido en un montón de semirricos con empleo fijo, bien pagado y sindicatos que defienden exclusivamente sus intereses) puteado podía parecerle relativamente atractivo. Y eso no, oiga.
Pero, a medida que las cosas se fueron aclarando y, sobre todo, a medida que la Unión Soviética fue yéndose a hacer puñetas, se fue viendo que el enemigo ya no era creíble y se comenzó a ir prescindiendo del Estado que ya había cumplido su función.
En eso estamos ahora. Volvemos a la tradicional concepción patrimonial del poder: de los nobles militares a los ricos, los ricos abren la mano porque no hay más cáscaras y permiten que se cree una así llamada clase política que puede actuar a veces (un poco y en según qué sitios) como intermediarios con cierta autonomía amparada en eso llamado elecciones. Pero a lo que asistimos hoy y, como de costumbre, los Estados Unidos marcan la pauta, es a la reasunción directa del poder político por sus legítimos propietarios. Es decir: los que tienen la pasta. Entre otras cosas, porque los políticos profesionales y en especial los ex alumnos del Politécnico francés, se empezaban a creer que podían constituirse en nueva casta detentadora de poder.
Lo que pasa, que antes no pasaba, es que esos ricos son unos entes de razón llamados pérfidas multinacionales. Los que manejan son un grupo de familias que controlan la pasta a través del mundo y un grupo más amplio de grandes ejecutivos que ayudan a gestionarla a cambio de una retribución sumamente interesante. Eso hace que sean más poderosos que muchos estados y que, en general, puedan eludir (o comprar) los sistemas de control de los estados que aún tienen algo de fuerza.
El Estado debe reducirse a
a) Policía y jueces, para tener controlados a los molestos.
b) Ejército, para tener controlados a los molestos de fuera de las fronteras de la sede principal.
c) Hacienda, para sacar la pasta que no se les saca directamente a los súbditos a fin de utilizarla para infraestructuras o inversiones beneficiosas para los que mandan. (entre otras, financiar los dos epígrafes anteriores)
Así pues, esas fugaces conquistas llamadas educación gratuita para todos, seguridad social, paro, etc., ya van sobrando. La Seguridad Social es la que origina la baja natalidad, que acaba con el famoso ejército industrial de reserva del viejo rentista Marx, pero de eso ya hablaremos otro día; en cuanto a la educación... en determinado momento, cometieron el error de enseñar a leer y escribir a los esclavos, y están corrigiendo el error. Me remito al caso de España. Ver LOGSE. Sin comentarios.
Para que esa utópica democracia formato Tito Livio existiera, debería darse una circunstancia que no se da: que hubiera un número significativo de gente que estuviera dispuesta a asumir responsabilidades sobre su destino. No la hay. Ni la habrá.
En cambio, sí que se mantiene aquello que es inmutable: aquello que tenemos en común con las manadas de babuinos. Es decir, la consideración de la tribu. Lo que pasa es que en este mundo demencial en que nos desenvolvemos, la tribu natural ha desaparecido; pero el Leviatán nos presenta otras muchas oportunidades tribales inocuas para los que mandan: por ejemplo, el equipo de fútbol o la adscripción a determinada ideología política. Lo del fútbol es evidente, pero en España no llega al nivel de Argentina o Colombia, pongo por caso: aquí, es raro que un primate se cargue a otro por cuestiones meramente futbolísticas.
En cuanto a “la política”, es evidente que no hay nada racional en la asunción de una u otra “ideología”. Es , sencillamente, una elección que viene dada por el ambiente. Votar a uno u otro, creerse las gilipolleces que nos cuenta una radio u otra, un periódico u otro, no tiene nada que ver con nuestro beneficio personal. Es fruto, simplemente, de la necesidad del primate que llevamos dentro de sentirse parte de algo, de tener algo que defender contra “los otros” que, a poco que rasquemos, son el enemigo, que nos quiere quitar nuestras hembras y nuestro territorio.
Eso se aprecia notablemente en los micronacionalismos, que son los más primitivos y los más irracionales y de eso aquí sabemos algo; pero en las ideologías más generales, pasa igual. Sólo pongo un par de ejemplos más:
a) El chaval (o chavala) (o camarada Loreta) cuyos padres forman parte de lo que antes se llamaba proletariado, que, como tienen bastante pasta, le mandan a estudiar a una universidad privada (que da una enseñanza todavía peor que la pública, pero es más cara y da como más caché) y luego le pagan además un master. Una vez gastada una pasta gansa y pasados siete años aprox., el chaval o chavala está trabajando en El Corte Inglés de dependiente, o de auxiliar administrativo con un contrato basura y un sueldo de mierda en cualquier empresa. Por alguna misteriosa razón, el especimen se siente plenamente identificado con los que le han lavado el cerebro a lo largo de su proceso intoxicativo y se siente parte de ese “algo”, e incluso superior a los que no han pringado como él/ella. Es incapaz de darse cuenta de que, no sólo ha desperdiciado siete años de su vida, sino que los sigue desperdiciando. Es como la camarera que, en realidad, es -como todos sabemos- actriz, o modelo.
b) En otro tipo de sitios donde el Estado post SGM sigue más o menos vigente (aquí nunca lo estuvo) y resulta que hay un montón de gente que puede llevar una existencia parasitaria cobrando por el mero hecho de existir, sin ni siquiera hacer masters ni trabajar de becaria; les basta con vestirse de forma extravagante, lavarse poco, vivir en casas abandonadas y hacer malabares mientras beben mucho y consumen sustancias irregulares diciendo que son revolucionarios porque de vez en cuando rompen algo. Pero, ¡oh! ¡cómo mola Berlín! Aquí, por lo menos, los revolucionarios de los malabares tienen que saquear a sus papis burgueses (o fascistas).
Me estoy extendiendo. Así que continuaré mañana o pasado.
se te nota enfadado con algo... creo... bueno lo que escribes es tu opinión, en parte la comparto, pero en la parte final hay cosas que yo matizaría o discreparía. La realidad social e ideológica de la juventud (y me incluyo) es más compleja. Y los ideales no se riñen con lo pragmático, sobre todo si se quiere triunfar o sobrevivir.
ResponderEliminarQuerido canichu: no estoy enfadado en absoluto. Y, en cuanto al final, me he limitado a poner dos ejemplos de gente que se adscribe a una tribu. Un tipo con el complejo de Peter Pan que yo padezco no va a caer en el tópico de decir que los jóvenes son así o asá... (en realidad, nunca conseguí hacer malabares con tres pelotas en el monociclo sin pegarme un hostión: de ahí mi resentimiento):)
ResponderEliminar...joder, primero buscando casa y ahora esto...me voy a hacer adicta al prozac...la madre que los parió a todos...menos mal que siempre nos quedará...¿el suicidio? jajajaaaaaa, joder que contenta estoy hoy, y todavía no sé por que!!!!!
ResponderEliminarQue si, que el mundo es una letrina...pero vamos a hacer acopio de "amoñaco y salfumán", y a lavarles la boca con lejía a los políticos mentirosos...que decía mi abuela...o tal vez no, pero queda bien.
Besoteee
muy bueno pero muy largo... no es bueno leer demasiado.
ResponderEliminarEl estado no se ha liquidado, ha transmutado en estados ambulantes transnacionales, el poder dictatorial tipo hitler lo detentan ahora otros tipo Berlusconi (Genial ejemplo, por otra parte, de la unión de burguesía y política, su fortuna está entre la de Abramovich y la de Amancio Ortega según Forbes)
Defendería el miniarquismo si no creyese en que las ballenas nos comerían como a krill sin tener más consideración que la de que somos eso, una nube de alimento, difusa e impersonal...
Sin dudas EE.UU. es el que suele marcar la pauta en los últimas décadas, y por lo que se ve ahí el estado de bienestar pasó de moda, lo que es una muestra de que los ricos pueden ser muy miopes. El estado de bienestar es el pequeño precio a pagar para disfrutar de una fortuna en paz. Basta mirar lo peligroso que puede resultar el ser rico en América Latina, con la violencia y los secuestros. Habrá que ver qué sucede, pero EE.UU. ya muestra curiosos síntomas de tercermundización.
ResponderEliminarEn cualquier caso, más que democracia en EE.UU. hace unos años que pienso que plutocracia sería una palabra más adecuada. Jamás lo reconocerán, pero uno siempre puede citar entonces a Will Cuppy en "The Decline and Fall of Practically Everybody": "Cartago estaba gobernada por los ricos y por tanto era una plutocracia. Roma estaba gobernada por los ricos y por tanto era una república." No puede estar más claro.
En Europa no veo el proceso todavía tan avanzado, pero tiempo al tiempo. En cualquier caso, durante los últimos años en UK han hecho bastante por el tema.
No te preocupes demasiado por tu complejo, es frecuente :)
ResponderEliminaroligocracia, verdad?
ResponderEliminares usted muy agudo
saludos, siga así
Estaba escribiendo un comentario de mucha enjundia, cuando la pantalla se ha ido a la merde. Esto es cosa de alguna megacorporación que no quiere ver sus vergüenzas al descubierto.
ResponderEliminarAlicia, muy bueno como escusa cuando no se te ocurre nada ;-)
ResponderEliminarA mí, curiosamente, me pasó lo mismo (lo de la pantalla)