5/11/07

Hanrajan


Para olvidarnos de la actualidad, otro de los viejos divertimentos de guerra de Pcbcarp.


Sintió algo justo a tiempo de agachar la cabeza. La bala levantó un pequeño surtidor de barro a su espalda mientras él se dejaba caer como un fardo sobre la caja de municiones donde se había encaramado; resopló ruidosamente, tomó aire con fruición y, echándose hacia atrás el casco, trató malamente de secarse el sudor con el guante, lo que se tradujo en un manchurrón fangoso.

Con infinitas precauciones, volvió a asomar la cabeza unos metros más allá; lo justo para escudriñar el terreno entre la visera del casco y el parapeto, aprovechando la hendidura entre dos sacos terreros. Nada. El herrumbroso laberinto de las alambradas, salpicado de embudos. Frente a él, un poco a la izquierda, un alemán al que habían tumbado un par de semanas antes reía cabeza abajo, enredado en el alambre de espino. Al fondo, las posiciones enemigas cubiertas de humo. De repente, otra bala se embutió, con un golpe mate, en uno de los sacos. Se arrojó al fondo de la trinchera dispuesto a quedarse allí. Dos veces es demasiada suerte, se dijo. Se acabó. Si ese maldito pájaro quiere volver, que vuelva y, si no, pues que se joda.

Mientras trataba de fundirse en la suavidad del cieno, maravilloso material que se tragaba los proyectiles como si estuviera hambriento -también- una Vickers abrió fuego justo a su derecha, desde un nido instalado en el cráter de un impacto de artillería. Probablemente habrían localizado al puto francotirador. O no, lo mismo daba. Ya estaba liada. Por más que uno lo intentase... como si hubiera oído sus pensamientos, otro tableteo -más lejano- respondió al primero: una Maxim. “Gilipollas...”, pensó sin moverse. Se sentía infinitamente cansado, y nadie le hubiera convencido de que tal vez no recibiría un tiro en la cabeza si la volvía a levantar. Dos veces es demasiada suerte, repitió para sus adentros.

Un chapoteo le advirtió de que alguien llegaba. Abrió un ojo. Dos figuras encorvadas, color barro, se afanaban penosamente hacia él, arrastrando dos cajas de munición. Como, a pesar de todo, no se movió, uno de ellos le plantó una bota entre las paletillas. Soltó una maldición y el otro dio un respingo: “¡Joder, macho!, creía que estabas muerto”. “Pues no, ¿y tu puta madre?”. Un sargento con mostacho estilo Kitchener dio la vuelta al recodo más cercano y les dio una voz relativa a que los había visto más rápidos. Cuando reparó en el bulto recostado en medio de la trinchera, se acercó: “Tú, ¿qué pasa?, ¿estás herido o qué coño haces?”. “No, mi sargento”. Se acercó otro paso. Al incorporarse Malone con notoria desgana, su guante se hizo evidente a pesar de la costra de barro. El sargento lo vio, dijo “vaya” con aire de fastidio, se estiró el chaleco de cuero e hizo señas a los otros dos de que no perdieran más el tiempo. Se volvió a Malone y le preguntó “¿qué?, ¿se os ha perdido otro pájaro?”. Por toda contestación obtuvo un encogimiento de hombros que podía interpretarse como “A ver...”

A ver... pensó mientras el fuego arreciaba. A ver qué leches va a hacer un halconero en esta mierda de trinchera. El puto olor a cordita. Al crepitar de las ametralladoras, punteado de disparos sueltos de fusil, se acababa de unir el estrépito de los lanzaminas. Los alemanes usaban unos proyectiles desconcertantes; un par de meses antes, un cabo de los Royal Welchs le había asegurado que entre la metralla de uno de ellos había una dentadura postiza. Una horrenda explosión muy cercana lo devolvió al suelo (de donde, bien mirado, nunca debiera haberse movido): los hunos acababan de borrar del mapa el embudo de su derecha, con ametralladora incluida y, a juzgar por los trozos que le caían encima, con el sargento bigotudo también. “Y mira que dicen que nunca dan dos bombas en el mismo sitio...” Bufó, muy molesto. Con este follón, Hanrajan no volvería, bueno era él... Trató de limpiar un poco el guante cetrero... y ello le recordó que, en alguna parte, había una isla que aún tenía -era de suponer- campos verdes e, incluso, árboles. Si su pobre padre lo viera... Un guante nuevecito, joder... vaya mierda. se incorporó a medias y trató de pensar cómo se iba a la segunda línea.

Para cuando pudo caminar erguido lo peor ya había pasado. Le había llevado más de tres cuartos de hora volver a un sitio civilizado, por decir algo, aplastándose cada dos por tres contra las fajinas para dejar pasar a grupos de soldados que arrastraban hacia primera línea las municiones que devoraba la batalla, si es que a eso se le podía llamar batalla, o a los camilleros que retiraban bultos gimoteantes, ya convenientemente devorados. Había llegado a perderse por completo. Suerte que en un ramal tropezó con uno de los Welchs que trastabillaba con el fusil a guisa de muleta y que tuvo a bien indicarle el camino a cambio de que le permitiera apoyarse.

La pajarera, como conocían los simples infantes al cubil de los halconeros, constituía un modelo de orden, al menos en comparación con el caos del que acababa de salir. Aunque estaban adscritos a Información del Cuerpo de Ejército, no podían quedarse muy a retaguardia, por la sencilla razón de que a las palomas mensajeras alemanas no se les había perdido nada sobre las líneas británicas. Por ello, se había aprovechado un embudo de regular tamaño situado en el lugar conveniente. El sargento Finnegan (que había servido en los Irish Rifles hasta que una mala herida aconsejó destinar su temperamento a dotar de una saludable dosis de espíritu militar a los pajareros) había insistido al principio en ponerlos a trabajar en la mejora de la posición, hasta que ellos habían sabido hacerle desistir, aprovechando su desconcierto ante las implicaciones bélicas del noble arte de la cetrería. Ante el argumento de que el ruido de los picos ponía nerviosos a los halcones y todos los que, inmediatamente, lo sustituían en caso de insistir, acabó cediendo. Por consiguiente, la Pajarera se parecía poco a los abrigos cercanos pero, eso sí, nadie hubiera podido negar que resultaba más acogedora.

Malone penetró en el ramal de acceso para sorpresa del viejo Seamus, que trataba, resignado ante la supina ignorancia del sargento, de explicar a éste los refinamientos del acicalado de las aves. Connolly, que mataba el tiempo fabricando un señuelo con los emplumados despojos de unas cuantas víctimas de sus operaciones, levantó la mirada y le saludó sorprendido de que siguiera vivo después del follón que se había organizado “ahí alante”. Junto a él descansaba plácidamente el Lewis que supuestamente constituía la principal defensa de la Pajarera. “Qué, ¿no ha vuelto?”. “A ver... iba a volver con todo ese ruido...”. Tan de súbito como había comenzado, el fuego fue remitiendo. Alguna ráfaga... Algún disparo suelto.

De pronto, el viejo Seamus dejó al sargento con la palabra en la boca y se incorporó. Levantó la cabeza sobre el parapeto e hizo visera con la mano para escudriñar el cielo. “¡Eh, Malone!, ¿no es ese?” El interpelado se puso en pie de un brinco y se colocó junto a él. Sobre ellos trazaba círculos un halcón. Malone siguió anhelante sus evoluciones. “Ahí está. Es Hanrajan... Maldito pájaro...” Connolly se acercó pausadamente con la idea de estrenar su señuelo nuevo. “Deja eso, hombre, con Hanrajan no hace falta; mira...”

Repentinamente, se hizo perceptible un bordoneo sordo que -no cabía duda- se acercaba por momentos. Se agitaron inquietos. Malone saltó sobre el parapeto para llamar al halcón. Este pareció reconocerlo desde su altura, porque los círculos comenzaron a descender. Los demás le alentaban: “Venga, bonito, ven aquí”.

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El primer teniente Uli von Stupenhagel giró la cabeza en derredor para comprobar la formación de su escuadrilla. Los seis Albatros losangeados de colorines volaban armoniosamente en torno suyo. Era un bello espectáculo. No obstante, no era el tipo de misión que podía agradarle. Se palpó el Max Azul por debajo de la bufanda. Con diecisiete derribos en su haber, se consideraba un piloto de caza. Tirar unas bombas sobre el suelo no implicaba las emociones de un encuentro con el enemigo en igualdad de condiciones, un combate -al fin y al cabo- entre caballeros del aire a cuyo término (si había suerte) uno bebía a la memoria de los enemigos muertos ¡Cazas de Infantería!... Vaya despropósito. Miró hacia abajo, estudiando el trazado de las posiciones inglesas y comparándolo con el plano que llevaba sobre las rodillas. El resultado no era muy alentador y el parecido, escaso. Lothar, su segundo, le hacía señas desde su aparato; miró hacia abajo y descubrió el objetivo. Bueno, debía ser el objetivo, porque destacaba bastante. Pensó, por un momento, en la estupidez de los ingleses, que lo situaban de modo tan evidente. Armó sus ametralladoras con gesto maquinal e inició el picado.

Abajo, el sargento Finnegan reaccionó agarrando a Malone -que vociferaba al sangriento soplapollas de halcón que bajase de una sangrienta vez, mierda sangrienta- por las trinchas y arrojándolo al fondo del embudo. Apenas tuvo tiempo de gritar que se cubrieran cuando los aviones dieron la primera pasada. Las explosiones lo pegaron al suelo; cuando volvió a mirar, dos de sus hombres habían sido esparcidos en diversos pedazos alrededor. Pegó un empujón a Connolly, que estaba a su lado, gritándole en la oreja “El Lewis, coño, el Lewis”, pero no obtuvo otra reacción que ver desmoronarse un cuerpo sin cara dejando un rastro viscoso en el terraplén. Malone había vuelto a subirse al parapeto y seguía dando voces y gesticulando como un poseso en medio del polvo. Pero no pudo oírle, ensordecido por las bombas. Finnegan encontró casi a tientas el fusil ametrallador y trató de apuntar a los cazabombarderos que volvían, esta vez muy bajo. Montó el arma. Escogió uno y abrió fuego. La ráfaga quedó abortada por una interrupción. “Arma sucia”, pensó. Un último pensamiento de sargento de Infantería. Lo último que vio fue el morro del biplano que se le venía encima y a Malone que caía lleno de agujeros. Otra serie de explosiones lo mandó al reino de las citaciones a título póstumo.

El teniente von Stupenhagel dio una última pasada en solitario para comprobar los efectos del ataque. Los juzgó razonables y emprendió el regreso. Un rictus de disgusto torcía sus labios. Vaya guerra. Ni siquiera se habían defendido. Dio una ojeada: todos sus cazas volvían tal como habían salido. Eso le alegró, pero, pensándolo bien, no podía ser de otro modo. Glorioso ataque, sí señor. Recordó que en la aproximación le había parecido ver una rapaz dando vueltas, probablemente un halcón... Dichosos animales, qué bien volaban, sin importarles la guerra.

....................


Al día siguiente, el primer teniente von Stupenhagel volaba nuevamente sobre las líneas enemigas en compañía de otro aparato. Su mal humor rozaba la cólera. No sólo le enviaban a tirar bombitas contra infantes indefensos, sino que, al parecer, le enviaban a sitios equivocados. Trató de orientarse siguiendo el dédalo de trincheras allá abajo. Unos soldados estaban colocando paneles de ocultación a lo largo de una pista. Fue a consignarlo en el mapa, pero ni siquiera venía la pista. Miró en torno suyo y descubrió a cierta distancia una rapaz, probablemente un halcón. El ave parecía acompañarles y se hizo la ilusión de que era el mismo del día anterior. Lo siguió con la mirada y el animal se remontó, cada vez más cerca, hasta ocultarse ante el sol. “Como un buen piloto de caza”, pensó el aviador con cierta admiración. Volvió a atender al rumbo pero, en seguida, se dedicó a buscar al halcón. El sol le cegaba y no lo vio hasta tenerlo encima. Hubo un aleteo y unas garras aceradas que se clavaban en su rostro. Perdió el control de su aparato. Los ingleses que había por el suelo vieron un avión que caía y una explosión.


12 comentarios:

  1. Sensacional, mi muy querido ProfesorCapitánBarón. Un auténtico placer su lectura. Atinado y detallista, comme il faut.

    Pero me voy a poner puñetero y 'mijitas', hombre. Admitiendo que Stupenhagel pilotase un Albatros D.III como el del dibujo, Hanrajan tendría que entrar exactamente por la parte superior del cockpit de un artefacto a unos 150 km/h (Su máximo eran 175 km/h a 1.000 metros de altitud), y no por el frontal, por obvios motivos de hélice.
    Acertar en una cruzada a esas velocidades es excesivo (un halcón peregrino hace picados de entre 200 km/h y 300 km/h) hasta para un halcón.
    Una vez efectuada la ovotacción puntillosa, le felicito de nuevo por el brillantísimo relato.
    P.S.: Que sepa V. que me pasé el puente disfrutando explicándole a mi querido hijo mayor cosas de estas. ¿Sabía V. que el primer trimestre de la asignatura de Historia de un estudiante de 16 años en un colegio inglés se dedica a estudiar adecuada y detalladamente la Primera Guerra Mundial?

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  2. Nunca leo relatos bélicos a no ser que sean de Ambrose Bierce. Desde hoy contigo haré otra excepción.

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  3. Porque estoy en el trabajo no lo he podido leer entero, pero vamos, la pinta es muy buenam así que me lo termino esta noche en casa, y a guerrear!!!

    Saludetes

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  4. Los relatos historico-belicos son mi pasión secreta.
    Por eso la novela de ken follet ambientada en las guerras mundiales o el juego de mesa del risk forman parte de mis historias de armario...

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  5. maestro yin yin, piensa cómo te las compondrías (nunca mejor dicho) con tales clientes.

    Hans, el elogio, viniendo de un entendido como tú es triplemente placentero (hay que darse coba, qué coño)

    Ahora bien, es que el teniente von Stupenhagel se había quedado colgado con el halcón e iba mirando para atrás en ese momento supremo. ¿Eh? ¿qué me dices a eso?

    Envidia de tu hijo, por ir a un cole donde le enseñan esas cosas tan entretenidas y suerte de que su viejo le pueda dar los detalles. (en eso compartimos algo)

    Rubén, nunca me habían comparado con el viejo Bierce, así que procuraré escribir algo más terrorífico (este tiene cuento un montón de años)

    svodoba, pues nada, nada lee y si te gusta, pues mejor que mejor.

    Itoitz, todos tenemos nuestro fondo de armario. De hecho, yo también he sido sorprendido leyendo a Ken Follett en alguna ocasión.

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  6. Un romántico con escrúpulos. Así no hay guerras que cien años duren, ni la de los cien años.

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  7. MADREMÍAAAAAAAAAAAAAAAAAAA¡¡ Tremenda historia, sólo falta una banda sonora adecuada, y la hostia... Ud tenía vocación de escritor, no??¿¿ Pues siga, que cualquier tema que toca, lo toca mubien... Me ha tocado la fibra sensible lo del final, menos mal que la historia, es ficticia, no???¿¿¿ Coño, espero...

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  8. Don Luis, de vez en cuando uno tiene que realizar algunas expansiones épicas.

    Delirumtremends, intenté negociar con los Chieftains lo de la banda sonora, pero el Moloney está duro de pelar, así que lo intentaré con los Dubliners. Gracias por la visita.

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  9. Muy bueno. Sería un buen punto de partida para una película ;)

    un abrazo.

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  10. Fernando, ¿y qué contamos después del hostiazo de von Stupenhagel? Yo creo que para un corto de alto presupuesto vamos sobrados. ;)

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  11. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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