Metro de Madrid, vagón de la línea 10, interior, día.
Se abre la puerta del vagón. Entro. Por alguna extraña razón, hay sitio para sentarse. Me siento. Abro el periódico y me regocijo en el descanso de mis cansados miembros. Se nota que ya estamos en julio y vacaciones, porque el noventa por ciento de los viajeros son más jóvenes que yo. Frente a mí, una joven de exhuberante pectoral, junto a dos jovencitas de aspecto pijo, raras en el transporte público, de no más de diecisiete años, acompañadas de la que sin lugar a dudas es la madre de la rubia (por lo menos, la llama mamá). Una pareja de mochileros, que seguro que van al albergue de la Casa Campo (el de jóvenes estudiantes, no el de indigentes que está al lado de Los Veranos De La Villa, que está al lado de donde la metadona). Otro jovencito sudamericano, uniformado de Latin King o secta parecida. Otros tres, uniformados de lavapieseros, con rastas, pantalones pirata de marca y camisetas con hojas de maría, caras de Bob Marley y una A inscrita en un círculo; éstos hablan sobre libertad y rebeldía contra El Sistema. Otro par de pijos, sin duda universitarios... En fin, el catálogo completo, currantes excluidos. Más gente, ojo, treintaañeros; algún abogado (a los oficiales de Procurador se les distingue por el trolley) que vuelve de la Plaza Castilla. En fin... y yo.
Yo, que voy tan fresco leyendo la prensa después de toda la mañana dando vueltas por Madrid haciendo cosas relacionadas con el curro. Todos los asientos están ya ocupados.
Y, claro, en ese preciso momento, se abre la puerta del vagón en Alonso Martínez y entra una señora de unos ochenta años, con bastón, faz apacible y evidentes muestras de fatiga. La miro, como quien se enfrenta al destino inexorable. Miro rápidamente a mi alrededor con ojo experto: como siempre, todos se dan cuenta y todos se hacen los suecos: unas hunden profundamente la nariz en la última novela de Larsson, algún Letrado levanta el periódico hasta formar un valladar impenetrable entre sí mismos y la realidad circunstante; otros acentúan lo profundo de su mirada perdida en dramáticas reflexiones sobre la vida y el futuro de la humanidad; los mochileros que van para el albergue miran sus mochilas y ponen cara de infinito agotamiento; los lavapieseros miran para otro lado, como si El Sistema estuviera a punto de irrumpir en el vagón por el lado contrario. Incluso la madre de las adolescentes pijas -ajena a las obligaciones de su cargo- afecta mirar al techo del vagón mientras parece silbar para sus adentros.
Soy el único de todo el vagón que -el deber es el deber- se levanta y le dice que, señora, siéntese, por favor. Ella me mira estupefacta y hasta se resiste retóricamente (la buena crianza) "No se moleste, joven...". "Siéntese, señora". "Gracias, muy amable."
Y, como casi cada día, me pregunto en qué puto mundo vivimos.
Se abre la puerta del vagón. Entro. Por alguna extraña razón, hay sitio para sentarse. Me siento. Abro el periódico y me regocijo en el descanso de mis cansados miembros. Se nota que ya estamos en julio y vacaciones, porque el noventa por ciento de los viajeros son más jóvenes que yo. Frente a mí, una joven de exhuberante pectoral, junto a dos jovencitas de aspecto pijo, raras en el transporte público, de no más de diecisiete años, acompañadas de la que sin lugar a dudas es la madre de la rubia (por lo menos, la llama mamá). Una pareja de mochileros, que seguro que van al albergue de la Casa Campo (el de jóvenes estudiantes, no el de indigentes que está al lado de Los Veranos De La Villa, que está al lado de donde la metadona). Otro jovencito sudamericano, uniformado de Latin King o secta parecida. Otros tres, uniformados de lavapieseros, con rastas, pantalones pirata de marca y camisetas con hojas de maría, caras de Bob Marley y una A inscrita en un círculo; éstos hablan sobre libertad y rebeldía contra El Sistema. Otro par de pijos, sin duda universitarios... En fin, el catálogo completo, currantes excluidos. Más gente, ojo, treintaañeros; algún abogado (a los oficiales de Procurador se les distingue por el trolley) que vuelve de la Plaza Castilla. En fin... y yo.
Yo, que voy tan fresco leyendo la prensa después de toda la mañana dando vueltas por Madrid haciendo cosas relacionadas con el curro. Todos los asientos están ya ocupados.
Y, claro, en ese preciso momento, se abre la puerta del vagón en Alonso Martínez y entra una señora de unos ochenta años, con bastón, faz apacible y evidentes muestras de fatiga. La miro, como quien se enfrenta al destino inexorable. Miro rápidamente a mi alrededor con ojo experto: como siempre, todos se dan cuenta y todos se hacen los suecos: unas hunden profundamente la nariz en la última novela de Larsson, algún Letrado levanta el periódico hasta formar un valladar impenetrable entre sí mismos y la realidad circunstante; otros acentúan lo profundo de su mirada perdida en dramáticas reflexiones sobre la vida y el futuro de la humanidad; los mochileros que van para el albergue miran sus mochilas y ponen cara de infinito agotamiento; los lavapieseros miran para otro lado, como si El Sistema estuviera a punto de irrumpir en el vagón por el lado contrario. Incluso la madre de las adolescentes pijas -ajena a las obligaciones de su cargo- afecta mirar al techo del vagón mientras parece silbar para sus adentros.
Soy el único de todo el vagón que -el deber es el deber- se levanta y le dice que, señora, siéntese, por favor. Ella me mira estupefacta y hasta se resiste retóricamente (la buena crianza) "No se moleste, joven...". "Siéntese, señora". "Gracias, muy amable."
Y, como casi cada día, me pregunto en qué puto mundo vivimos.
Pues vivimos en el mundo del individualismo mal entendido. Ese que incluso convierte a quienes se cagan en El Sistema en sus mayores valedores.
ResponderEliminarMagnífico, como siempre. Sólo te ha faltado completar la estructura de guión que has comenzado.
Un fino retrato de la realidad. Cada uno con su disfraz, pero en el fondo todos igual de egoistas.
ResponderEliminarsalu2 caballero
Un artículo que puede que te interese:
ResponderEliminarhttp://atimes.com/atimes/Middle_East/KG02Ak05.html
El egoísmo no tiene nada que ver con la mala follá
ResponderEliminares lo que hay comentan los de arriba... el chiringuito está montado asi... y blablabla pues cualquier día me involo en el chiringuito de los cojones.
ResponderEliminarVaya , no esperaba menos de usted ...:)
ResponderEliminar¿Pero no se había implantado una cosa llamada educación para la ciudadanía? ¿No va de esto, de respeto y consideración a los mayores, débiles ... etc? En mis tiempo se llamaba "urbanidad"
ResponderEliminarResumiendo: Una buena hostia a tiempo educa mucho a la peña
ResponderEliminarSí, una buena hostia dejaría a muchos suavecitos como un guante.
ResponderEliminarAdemás, es brutal (por certero) el retrato de esos supuestos antisistema cuyo armario equivale al PIB de Eritrea.
Ya me sentía la más tonta del vagón, pero me habéis abierto los ojos: además soy la persona a la que más deben haber ahostiado. Gracias.
ResponderEliminarQué vida ésta. Apaleada y de pie.
Hace no tantos años la gente cedía su asiento a una persona mayor...toma progreso!
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