18/5/10

Banderas victoriosas 2.

 

Ya sabéis: el relato entero está en el almacén de la barra virtual

 

 

2

TARARIIIIIIÍ TÍ.

Ras, pum. El batallón se puso firmes. Así empezaban el día: después de pasar lista les hacían cantar el Cara al Sol. Los hijos de puta, sólo para joderlos.

-- Venga, rojos de los cojones, quiero oíros bien alto.

Y, hala, todos cantando de mala leche no sé qué mamonada de una camisa que una tía le había bordado a su novio falangista. Lo único, que ahora tenía su punto, porque cuando venía aquello de “volverán banderas victoriosas al paso alegre de la paz”, de pronto, todo el batallón subía el volumen y esos dos versos los cantaban a voz en cuello. El capitán era tan gilipollas que no se daba cuenta de lo que pasaba. Igual se creía que es que al llegar ahí empezaban a admitir que Franco era la hostia, o algo. Modestia aparte, era Méndez quien había empezado a hacerlo una mañana que estaba, como siempre, hasta los huevos de congelarse ahí, firmes en el patio. Al llegar a lo de las banderas victoriosas, se había imaginado la bandera tricolor y vociferó “volverán banderas victoriosas al paso alegre de la paz”. Al día siguiente fueron varios de su pelotón y al poco tiempo lo hacían todos. Esas chorradas te permitían creerte que aún conservabas un resto de dignidad.

Ahora sabía por qué nunca había ido a Burgos antes de la guerra. Ya lo decían, que Burgos tiene dos estaciones: el invierno y la del tren. Joder, qué frío. Los fachas habían puesto el puto campo de concentración en medio del páramo sólo para que, el que no la diñase de hambre, la diñara de frío. Cuantos más la diñaran, más pasta se embolsaría el capitán por las plazas de rancho. Y además se ahorraba fusilarlos.

Esa mañana, apareció el cura –el páter, tenían que llamarlo- un tipo alto y siniestro, con sotana negra, boina roja con borla dorada y una galleta en el pecho con la estrella de comandante. Se dirigió al capitán, que le saludó, y le dijo algo. El capitán asintió y se volvió hacia los presos.

-- A ver, rojos de los cojones, (no tenía un vocabulario muy surtido, el hombre) ¿alguno de vosotros sabe escribir a máquina?

Bueno. La ocurrencia del día. Bigotito, fusta, el cuello de la camisa azul asomando sobre el de la guerrera, con la manga izquierda, vacía, recogida con un imperdible, debía creerse que era un tipo ingenioso. La verdad es que siempre había algún pardillo que picaba: se alzaron dos brazos.

-- Venid para acá.

Dos presos salieron de la formación y se adelantaron. Se cuadraron ante el oficial, que se puso a dar vueltas a su alrededor, mientras los dos empezaban a pensar que en qué hora habrían aprendido a escribir a máquina.

-- Os creéis muy listos, ¿eh?

Silencio.

-- Os estoy hablando, rojos de los cojones. Os creéis muy listos, ¿no?

-- No, mi capitán.

-- ¿Cómo que no?, ¿qué pasa, que no sé lo que me digo?

-- No, mi capitán… sí.

Ya los había liado, ¿había que decir que sí, o decir que no, o no decir nada? Lo miraron desconcertados. El tipo levantó la fusta y se lió a hostias con el que tenía más cerca. Con la vena del cuello hinchada, le golpeaba con una rabia inesperada, jadeando, hasta que se derrumbó en el suelo, donde siguió dándole patadas hasta que el preso ya no se movió. El cura tampoco. Ni nadie.

Méndez ya se había dado cuenta de que el tío no sólo era un hijoputa, sino que estaba completamente loco. Le habría encantado poder pegarle un tiro. El capitán se metió por la formación, como buscando algo, mientras todos seguían en posición de firmes, mirando al frente y pensando furiosamente, “que no se fije en mí, que no se fije en mí”. Pero tuvo que fijarse precisamente en él. Claro: las gafas. Era el único que llevaba gafas; con un cristal rajado y una patilla sujeta con esparadrapo, pero gafas. Las gafas son un inconveniente en la guerra; pero, cuando estás en un campo de concentración, es aún peor: siempre se fijan en ti.

-- Tú, ven para acá.

-- A sus órdenes, mi capitán.

-- El páter necesita uno que le ayude a misa. Tú, que tienes pinta de intelectual, ¿sabes Latín?

-- No, mi capitán.

-- Pues has tenido suerte, porque a un rojo que sepa Latín, lo fusilo ipso facto. A ver, ¿de qué va a saber Latín un rojo?

Méndez siguió firmes, rígido, mientras una gota de sudor le corría –helada- por la espalda. El capitán le dio un empujón con la fusta.

-- Ahí lo tiene, páter. Tenga cuidado con éste, que parece un intelectual.

Lo decía como si tuviera la peste o algo así.

4 comentarios:

  1. Joer, joer. Tú sí que eres complicado. ¡Banderas victoriosas! Por lo que ya debes de saber, a mí me ponen de los nervios los chulos, los sobraditos y los ... Que sepas que esta madrugada voy a hacer algo que nunca he hecho. Me voy a Barcelona. Son cosas que se hacen en la vida (en la muerte es más difícil). Me apetece estar con el pequeño, espíritu Robin. Es una forma simbólica de vengar a los pequeños, a los que no son nada, a los 'pucelas' que sirven para decidir cosas 'importantes'. Que me 'piro'. Pero el jueves vuelvo y espero dar más de lo mismo.
    P.D. Hablamos de lo nuestro y si tienes preparado eso me lo enseñas si es el caso, o adelante. Un abrazo y ¡Aupa Atleti! Saludos al daliniano.

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  2. Por cierto, cómo mejora la delantera de CHSF. Con todos los respetos. Seguro que es del Atleti (coño, qué obsesión tengo, con el Atleti, claro).

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  3. Va prometiendo el relato.
    ¿Qué le pasa al Mariano?

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  4. Mariano, qué listo: me mientas al Pucela para que diga ¡Aúpa Aleti! Pues nada, nada, nos vemos el jueves. En cuanto a la delantera de CHSF, pues claro; eso sí, le pedí permiso a la poseedora antes de colgarla, que yo soy muy mirado.

    Capazorros, en seguida entramos en materia. Hombre, Mariano va a asistir a lo que podría ser un acontecimiento planetario, pero de los de verdad

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