El Cid, de Nazareno y oro
La opinión cada vez más extendida contra las corridas de toros, viene de que la gente se identifica con el toro. Por lo menos, buena parte de la gente. Es lógico: también nosotros nos dejamos manejar por el engaño -así llaman los taurinos a la muleta-, yendo por donde el torero quiere que vayamos, embistiendo contra el pobre caballo que, con su ojo vendado, está tan ciego como nosotros mientras, desde lo alto, el picador nos hunde una y otra vez la puya inmisericorde en todo el morrillo. Por más que nos duelan los puyazos, no se nos ocurre mirar hacia arriba y seguimos erre que erre, dando topetazos al caballo.
Cuando ya se han cansado de picar y nosotros de embestir el peto, suena el clarín, cambia el tercio y aparecen unos tipos dando saltitos para llamar nuestra atención hacia otra parte. Nosotros nos creemos que podemos cogerlos, pero, justo cuando los tenemos al alcance de la mano –de los cuernos- nos hacen un quiebro y nos plantan en todo lo alto un par de banderillas. Nosotros, en vez de ir a por el tío de los saltitos, nos peleamos con las banderillas olvidando la mano que nos las ha clavado. El resultado final es conocido: después de traernos y llevarnos por el ruedo persiguiendo un trapo rojo, si somos bravos, moriremos de una estocada a la luz del día, entre aplausos del respetable. Si somos cobardes o andamos flojos de remos, seguiremos a una parada de cabestros hasta un sitio donde nadie vea cómo nos liquidan. Bravos o cobardes, nuestro destino es el mismo: la cazuela.
Así terminamos un año y empezamos otro: persiguiendo un trapo rojo cual camiseta de la Selección. Lo perseguimos encantados por su condición de yerno real; de modo y manera que las charlas de los bares tratan de la monarquía y la república –cosas que a nadie importan- y no de la corrupción de los gobiernos de Valencia y Baleares, que son los que malversaban nuestra pasta. Por lo visto, se la regalaban -la pasta- al real yerno por guapo, o por ser quien era; pero nadie habla de qué pasaba luego con ese dinero público que pasaba a manos privadas. Como sabemos, las bandas tipo Noos, Gürtel o Filesa no son más que herramientas para sacar de las arcas del Estado el dinero que pagamos de nuestros impuestos y, después de marearlo más o menos según la habilidad de cada cual, repartirlo con alguien, por lo general relacionado con quien lo ha pagado.
La pregunta debería ser ¿con quién? Pero -¡ay!- las investigaciones judiciales suelen terminar allá donde empieza a peligrar la carrera de los jueces. Y nosotros, mientras sigamos persiguiendo trapos rojos y empeñándonos en embestir al caballo en vez de al picador, no nos vamos a enterar, me temo.
"repartirlo con alguien, por lo general relacionado con quien lo ha pagado. "
ResponderEliminarDiscrepo. Quien lo ha pagado somos todos, probablemente quien se la quede ha pagado mucho menos de lo que buenamente le correspondería.
Y sí, sé que no te referías a ese tipo de "pagado"
Cuantísima razón, dilecto Pcb. La analogía taurina es acertadísima.
ResponderEliminar