Cuando yo era pequeño, padecí un duro entrenamiento para ser un caballero el día de mañana. Recuerdo, incluso, haber sido entrenado para pelar las naranjas con cuchillo y tenedor y usar convenientemente la paleta de pescado. Por consiguiente, era obvio para mí que un caballero ( y un niño ocupaba en la escala social el único puesto por debajo del caballero) no puede estar sentado mientras haya una dama en pie.
Por suerte, los tiempos cambian, ya que uno está obligado diariamente a compartir espacios limitados en el metro o el autobús y, por simple estadística, no podría sentarse jamás. El feminismo -pues- nos ha rescatado de la grosería o del agotamiento. En cuanto a lo de pelar las naranjas con cuchillo y tenedor, es hoy un arte felizmente en desuso.
Hoy, si uno cede el asiento en el metro a una mujer en buen estado, su gesto será considerado machista -peor- sospechoso: "¿Qué quiere este tío?" o -más grave- sencillamente ridículo.
Por consiguiente, las gentes de buena crianza, como yo, han limitado los sujetos susceptibles de ser amablemente invitados a sentarse en nuestro lugar a:
a) Personas de avanzada edad. En caso de pertenecer al sexo masculino, de bastante avanzada edad o bien en manifiesto mal estado; en otro caso, andarse con cuidado porque pueden mostrarse susceptibles. No insistir.
b) Personas con algún tipo de discapacidad física que afecte al tren inferior. (Hay que tener cuidado en este punto, pues los hay también muy susceptibles; vbgr.: no empeñarse en ceder el asiento a un discapacitado visual contra su voluntad)
c) Madres con niños pequeños (uno se siente especialmente satisfecho de su cortesía en el caso de madres jóvenes y agraciadas o pertenecientes a una minoría étnica. En este último caso, la satisfacción es doble, al mostrar de modo evidente nuestro ideario mestizo y multicultural)
d) Mujeres embarazadas.
Y aquí, en este epígrafe -el de las mujeres embarazadas- es donde podemos tropezar con dilemas angustiosos. Si el estado de gestación es suficientemente avanzado (y, aún así, en invierno es a veces difícil dilucidarlo) no suele haber problema: "Por favor..." etc. Pero, ¿y esos casos -frecuentes, por lo demás- en que la gestante ha repartido su aumento de peso de modo ecuánime por toda su anatomía? ¿Y -a eso íbamos- cuando la mujer no está embarazada sino, sencillamente, gorda?
Desde una óptica rubensiana, no debería haber problema alguno. Ante la duda, se dirige uno educadamente a la dama: "Disculpe, señora: ¿está usted gestante o sencillamente gorda?" "Sencillamente gorda, caballero. Gracias". O bien: "Gestante". Y uno se levantaría cortés- o no. Mas, ¡ay! Las cosas no son tan fáciles: "Disculpe, señora, ¿está usted embarazada?" "Pues no, imbécil: estoy gorda". O, si no dicen nada, te apuñalan con una mirada glacial, con tintes claramente psicopáticos, que te hacen sentir como si el psicópata fueses tú.
Así que no queda más remedio que atender a otros síntomas no volumétricos: si se sujeta la barriga de determinada forma característica, si se empuja los riñones de ese modo claramente delator... Normalmente cualquiera de estas acciones es suficiente para levantarte como movido por un resorte y cederle educadamente el asiento.
Pero hay damas medianamente gestantes que resisten estóicamente sin realizar el más mínimo ademán que desvele su estado. Y tú, en tu asiento, pensando: "¡Cielos!, ¿estaré quedando como un perfecto impresentable?, ¿qué hago? esas señoras de avanzada edad me miran con reproche", etc.
Entonces, no hay más remedio que, sin mirar a la presunta gestante, levantarse y aproximarse a la puerta del vagón, como si nos bajáramos en la próxima. Tu sitio quedará hábilmente libre y ella lo ocupará, sin que nadie sospeche que eres un caballero. Si estaba embarazada, perfecto y, si no, pues has tenido la rara oportunidad de dejar sentarse a una mujer gorda sin que te insulten. En cualquier caso, tu conciencia quedará aliviada. Por supuesto, hay que salir en la primera estación y cambiar de vagón (o esperar el siguiente tren) ya que, en otro caso, la superchería sería fácilmente descubierta.
Este método, con todo, tiene sus puntos débiles: es conveniente que la mujer gestante/sencillamente gorda esté cerca de tu asiento y que, en todo caso, no se encuentre en las cercanías un ejemplar perteneciente a alguna de las siguientes especies:
a) Un/a punki. Pues a ellos suele darles igual que una mujer esté embarazada y permanecen por completo ajenos a tu conflicto íntimo.
b) Una señora de mediana y voluminosa edad (que por lo general leva todo el trayecto lanzándote miradas acusadoras) de las que suelen denominarse "foca" o "señora pánzer", ya que a la mínima oportunidad se lanzará sobre el asiento arrasando cualquier obstáculo a su paso. En cuanto a la agotada gestante piensa: "Que se fastidie, tía guarra; no haber follado. Además, seguro que no esta casada y es comunista y se droga". etc.
En casos como éste, sólo queda una solución. Moralmente no es perfecta y tú lo sabes, pero es justificable: "Yo sacrifico la comodidad de mi asiento para que de dicha comodidad goce una mujer gestante y no un punki o una señora pánzer; ergo: si en lugar de la mujer gestante, va a sentarse un punki o una señora pánzer, no me levanto".
Solución, pues: aguantamos estóicamente nuestro dilema moral y el gesto airado de la señora pánzer y permanecemos en la comodidad de nuestro asiento hasta llegar a nuestra parada. Una vez allí, nos levantamos afectando seria dificultad y muecas de dolor a duras penas reprimido para, a continuación, dirigirnos hacia la puerta cojeando aparatosamente.
El efecto resulta increíble. Incluso ha habido casos de señoras pánzer cuyo ánimo se ha visto conmovido hasta el punto de facilitarte el paso (o, al menos, no ponerse por medio a posta, como suelen hacer). Ni que decir tiene que hay que seguir cojeando aparatosamente hasta haber perdido de vista a cualquier ocupante del vagón (lo que a veces resulta sumamente molesto: cuando alguien se empeña en seguirte hasta la salida; más aún, si además lleva tu misma dirección una vez en la calle)
De hecho, la situación puede complicarse extraordinariamente con la aparición imprevista de un conocido:
-- ¡Chico!, ¿qué te ha pasado?
-- Pes nada, ya ves... esquiando.
Lógicamente, tal excusa es inconveniente si aún estás dentro del alcance del radar de algún ex compañero de vagón -es preferible alegar accidente laboral o atropello-. Y además sólo puede emplearse en invierno. Y, además, es importante mantenerse al corriente del estado de las pistas en las estaciones de esquí cercanas:
-- Y, ¿dónde ha sido?
-- En Cotos.
-- ¿En Cotos? Pero si la cerraron hace tres años.
-- Bueno, en Cotos... Quería decir en Valdesquí.
-- ¿Valdesquí?, pero si estuvimos el sábado y tuvimos que volvernos porque no había ni gota de nieve.
Puede ser peor: se trata de un compañero de trabajo. La situación se complica extraordinariamente (inviable alegar accidente laboral) Hay que mantener la serenidad. Adviertes que la excusa del esquí es muy mala por sus muchos inconvenientes, en especial si, como es tu caso, no has esquiado en tu vida. Pero, ¡ay!, ya es tarde. Encima, resulta que tu compañero de trabajo es un fanático del esquí y comienza a arrinconarte:
-- ¿Y qué tablas tienes?
Por ejemplo. Intuyes que tablas son los esquís y tras unos momentos de angustia (que camuflas con un rictus de dolor), recuerdas una marca:
-- Unas Salomon.
-- Ya.
(No sabes si es bueno o malo tener unas Salomon. A lo mejor son muy baratas, o resulta que ya sólo fabrican botas) El cabrón estrecha el cerco. Está disfrutando. Lo percibes.
-- ¿Qué modelo?, ¿cuánto te costaron?
-- Pues... es que me las regalaron.
En este punto comprendes que tu situación comienza a ponerse jodida: no sólo ese imbécil piensa seguir con el interrogatorio, sino que lleváis el mismo camino y vas a pasar ocho horas en su compañía y seguro que le cuenta lo de tu accidente a todo el mundo, y se empeñará en que vayas al médico para que te dé la baja y querrá saber por qué no quieres hacerlo, y te llamará el jefe para ver qué pasa ("Seguro que quiere decir que ha sido accidente laboral y buscarnos un lío") y tú tendrás que seguir cojeando aparatosamente durante días, y cuando te lleven a la fuerza al médico de la Mutua, verá que tus ligamentos están en perfecto estado (esto, después de una radiografía altamente cancerígena, una resonancia manética y un TAC)
El cabrón del médico se lo comunicará a tu jefe, que pensará que todo era un fraude para pillarte una baja y marcharte de vacaciones y eso va a suponer muchos, pero muchos, problemas, y tu mujer se va a lleva un disgusto de muerte cuando le digas que te suspenden de empleo y sueldo y -con seguridad- ese será el empujoncito que le hacía falta para decirte:
-- Mira: lo he pensado mucho y creo que tenemos que tomar una determinación.
Haces cuentas mentalmente mientras cojeas aparatosamente y te das cuenta de que lo llevas chungo para pagar abogado y procurador, marcharte del piso (que, por otra parte, tendrás que seguir pagando y alquilarte otro sabe Dios cómo, más la pensión que te va a sacar esa guarra de abogada feminista amiga suya (a quien también tendrás que pagar las costas, seguro) y, de pronto, te das cuenta de que estáis parados en un semáforo, en la Castellana, y que ahí viene una hermosa hormigonera de cuatro ejes a toda hostia, mientras ese imbécil sigue hablando de ataduras y nieve polvo chachi, y descubres que la solución de todos tus problemas, lo que va a salvar tu nómina, tu casa y tu matrimonio está llegando, a cinco metros, cuatro -lo ves clarísimo- tres, -te preparas- dos... ¡BUMBA!
Son cosas de la buena educación, que también sirve para solucionar los problemas. Seguro que ese amasijo informe que ha dejado la hormigonera al pasar iba en el metro sentado tan pichi, leyendo el 20 minutos con una mujer embarazada en pie a su lado.
ohlala, sobre el tema de hoy solo puedo decir genial me reido mucho.Bueno, pero voy ha comentar una cosa,sobre el comemtario punky .Yo creo que a priori no hay ni gente buena ni mala, si no que hay personas que te hacen el dia bonito alegre.Y otras que te lo ponen triste patetico etc.
ResponderEliminarOye tú, siniestro, ¿qué haces que no estás estudiando? Me temo que la has jodido. Jeje, ya verás.
ResponderEliminarEn cuanto a tu comentario, resulta que el tipo de los angustiosos dilemas morales está un poco así... Yo, por ejemplo, aún no he tirado a nadie debajo de una hormigonera (aunque reconozco que no por falta de ganas, algunas veces)Insist: Te han pillao con el carrito del helao
Sobresaliente,jefe.A ver si "cierta pieza dental"aprende un poquito.Me he reído, y por primera vez,creo,estoy de acuerdo contigo.Y el Drogasss, se la carga,tontamente, pero se la carga.
ResponderEliminarPod ciedto, ze bienvenido Pijuz mag-ni-fi-cuz, que echándole la bronca al drogasss no te he hecho caso.
ResponderEliminara mi me educaron para ser una señorita. una perfecta señorita tenía que dormir sin bragas.Algo incomprensible en una epoca en que estaba mal visto el bikini.
ResponderEliminarMe ha parecido muy bueno.
Tienes razón, anónima colaboratriz. Eso de las bragas es sumamente curioso, porque los caballeros también tenían que dormir sin calzoncillos. Y digo yo: el hecho incontrovertible de que hogaño las señoritas duermen con bragas, ¿es por rebeldía contra las imposiciones de la generación anterior, o porque ya no hay señoritas? Un buen tema de debate.
ResponderEliminarHay de los tiempos buenos,donde estaran.Sera porque antes no existia las camaras fotograficas,pases de modelos revistas del corazon y calzoncillos baluarte para que no puedan desprestijarte
ResponderEliminarPijus, lo de magnificus...no se yo.Creo que te he pillado.Me da la pequeña impresión de que tienes los ojos ¿verdes?.Jefe no he podido resistirme a la tentación.
ResponderEliminarBueno eso es de mis antepasados los domanos
ResponderEliminarLos domanos tambien eran fantazmas.¿Te imaginaz que apadezca Incontinencia Zuma?.Cuidadin cuidadin puede zer peligrozo...
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