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El sargento Cano estaba hasta los cojones, todo hay que decirlo: él era un sargento de Infantería como Dios manda, pero llevaba todo el día con el casco puesto mientras imaginaba todas las cosas espantosas posibles que le podían pasar, percatándose de todos los ángulos muertos que hasta ese momento no había visto, de todo lo que no se había hecho mientras aún había tiempo (típico español, pensaba). Por pensar, pensaba hasta en las noticias del ABC o del Arriba del día siguiente. Bueno, si había noticias que la censura considerase oportuno que se contaran. Desde luego, nadie iba a hablar de un pelotón de ametralladoras achicharrado en su búnker en un sitio llamado Conil de la Frontera, provincia de Cádiz, famoso por sus atunes aunque sin putas. Al pobre sargento Cano no se le quitaban de la cabeza los lanzallamas.
Y todo el día con el casco puesto viendo pasar los barcos. Curioso. Cuando estaban en el Wolchow, el casco era lo normal, ni notaba el peso: sin casco se habría sentido desnudo. Ahora le jodía un huevo llevarlo.
Hacía un par de horas, dos Spitfire ingleses habían volado muy cerca de su playa. Se habían paseado sin que nadie los molestara y se habían vuelto por donde habían venido, hacia Gibraltar. Luego vinieron dos Heinkel nuestros a echar un ojo muy prudente.
Y los barcos seguían pasando, sin que pasara nada. Había bajado el teniente.
-- Cano, para mí que éstos van directos a Gibraltar.
-- Puede ser, mi teniente.
Y así todo el día. Y la noche. Y los chicos en las ametralladoras, mirando. Ya no se le ocurría qué más cosas mandarles. Organizó las guardias, que había que dormir, no fuera a ser que les diera por desembarcar al amanecer, como en los manuales.
Y pasó la noche. Se había quedado dormido sin darse cuenta. Le despertó un toque temeroso en el hombro.
-- Mi sargento…
El cabo Expósito le tendió los gemelos mientras le señalaba la tronera, o sea, el mar. Miró. No había nada, salvo agua. Ni barcos, ni nada: se habían ido. O eso parecía. Sonó el teléfono.
-- Mi sargento, el teniente.
-- A sus órdenes, mi teniente.
-- Cano, que os estéis tranquilos, que parece que no va a haber nada.
-- ¿Cómo dice, mi teniente?
-- Que te puedes quitar el casco, hombre. –En la voz del teniente se notaba un alivio total, como de resucitado- Súbete para la compañía.
-- A sus órdenes, mi teniente.
Los once capítulos del tirón. Está chulo, ¿para cuándo la versión cinematográfica con Resines como Sargento Cano?
ResponderEliminarDe eso nada. Había pensado en Sean Connery, pero dice que ya está mayor para hacer se sargento
ResponderEliminarOyoyoy... ahora sí que no van a tener tiempo para pensar.
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