30/5/06

Mrs. Coolwater

Como tengo una época bastante agobiante del curro, voy a echar mano del almacén de recursos para mantener vigente el blog. Así que ahí va otro de mis famosos cuentos de guerra.


Mrs. Coolwater


Fui piloto de caza, nunca de bombardeo y doy gracias a Dios por ello.
H.R. Allen, Wing Commander


La guerra había conferido al cabo primero Wodehouse una perspectiva vital de índole filosófica que comenzaba a presentar ramificaciones inquietantes. Al poco de llegar a Inglaterra le había sorprendido la frecuencia con que era interrogado sobre su parentesco con un –al parecer- célebre escritor. En principio, ello le produjo cierto desasosiego. Paulatinamente, el desasosiego fue cediendo el paso a alguna clase de satisfacción; de modo que hacía tiempo que no mostraba desconcierto, ignorancia ni prevención: realizaba algunos comentarios evasivos que podían interpretarse como un vago asentimiento. Cuando comenzaron a circular rumores de que el célebre autor de Jeeves –siguiendo ejemplos ilustres- se había alistado voluntario en la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, decidió tomarse las cosas con calma, ante el temor de resultar desenmascarado.

Pero el daño ya estaba hecho. Desconociendo por completo la obra (y la edad) de su homónimo, había adquirido ciertos aires intelectuales, tomados de personajes que aparecían en las películas (generalmente profesores con gafas, de mediana edad) y buscaba en el diccionario palabras infrecuentes, que empleaba en sus conversaciones con los compañeros. Dicha costumbre le había labrado una reputación de hombre culto que era dable observar en los momentos de descanso, cuando los demás aviadores le consultaban a voces mientras hacían crucigramas. Además, leía. Incluso en público.

Lo que comenzara siendo un apoyo a la construcción de su personaje, pronto se convirtió en hábito sincero. Desde que terminó su educación escolar, raras veces había ido más allá de los resultados de la liga de béisbol; mas ahora devoraba con creciente interés el contenido de la biblioteca de la base (bastante limitada) y en sus momentos de asueto frecuentaba alarmantemente (según sus compañeros) la biblioteca municipal. A algunos íntimos les daba a entender que más bien frecuentaba a la bibliotecaria: temía el rechazo popular.

Lógicamente, esa formación autodidacta, iniciada a la tardía edad de diecinueve años, presentaba numerosas lagunas y –lejos del armonioso edificio de la formación académica- semejaba una especie de vasta construcción a medio hacer de la que asomaban, entre andamios, estancias remotas y estructuras solitarias sin finalidad aparente. Recientemente el capitán Coolwater, comandante de su bombardero -no obstante el afecto paternal que profesaba a toda su tripulación- se vio en la precisión de prohibirle embarcar lectura de ninguna clase: había comenzado a albergar el temor de que, enfrascado en su libro, no prestara la debida atención a la caza enemiga, como era su obligación. Pues el cabo primero Wodehouse era artillero. Artillero de cola de una magnífica fortaleza volante B-17 cariñosamentebautizada como Lily Langtry.

Recientemente, había sido preciso sustituir el nombre pintado en el fuselaje (no así la risueña figura de piernas interminables y rotundas exuberancias) por el de Mrs. Coolwater. Un miembro de la comisión preparatoria de la visita de Su Majestad el Rey de Inglaterra a la base, había hecho notar al mando que dicha denominación (Lily Langtry) no era adecuada para ser exhibida ante los ojos de un miembro de la Real Familia. Se aceptó la recomendación, que llegó por conducto reglamentario hasta el jefe de escuadrilla y el capitán Coolwater. El capitán reunió a la tripulación y entre jocosas referencias a los Windsor, sugirió el nombre de su madre, quien –sin duda- se emocionaría al saberse convertida en terror de los nazis. En cualquier caso, les autorizó a seguir refiriéndose al bombardero por su antiguo nombre, salvo cuando se encontrasen en presencia de algún miembro de la Familia Real Británica.
En el momento de comenzar nuestra historia, las cosas estaban así, y Wodehouse vio notablemente incrementada su fama de intelectual al desentrañar los motivos históricos que se ocultaban tras el cambio de nombre. La bibliotecaria había vuelto a rechazar su invitación para ir al cine, mas le había contado con tono extraordinariamente ácido (y probablemente algunas exageraciones) la relación existente entre el nombre de Lily Langtry ("No, no sé quién es Roy Bean") y el de Eduardo VII. Colleen, la bibliotecaria, era escocesa y su familia brindaba sobre el agua.
El cabo primero Wodehouse era un veterano. Había bombardeado Alemania en dieciocho ocasiones y, después de todo, empezaba a considerar la posibilidad de sobrevivir al cupo de misiones y dedicarse a la apacible tarea de entrenar nuevos tripulantes de B-17. Afortunadamente, en 1945, los alemanes estaban hechos una mierda y el porcentaje de bajas raras veces subía del cuatro por ciento. Eso era aceptable para el mando, pero para los aviadores significaba que –estadísticamente- la probabilidad de sobrevivir a veinticinco misiones era del cero por ciento; al menos eso decía el brigada Kasniewsky: que agotabas tu crédito a razón de un cuatro por ciento por vuelo; así que, en la misión veinticinco tenías un cero por ciento de probabilidades de volver. Claro, que Wodehouse había sido derribado una vez (sobre el Canal) y otra había conocido un aterrizaje forzoso con dos muertos y un herido grave a bordo. Por lo tanto, creía que había vuelto a empezar la cuenta desde el principio dos veces. Este tipo de cálculos era muy popular en los barracones de la base.
El cabo primero Wodehouse era, pues, –como decimos- un veterano. No siempre había sido ametrallador de cola. Antes había sido artillero de babor. Es un puesto táctico muy molesto, porque eres el único que lleva la ventana abierta y se pasa un frío tremendo a pesar del traje con calefacción. Como no era muy alto, estuvo a punto de acabar en la torreta ventral; pero era bastante reticente, con todas esas historias de aviones aterrizando de panza y aplastando al pobre artillero ventral en su burbuja bloqueada. Finalmente logró ser recolocado y ocuparse de la torreta de cola.

Rápidamente descubrió el error que había cometido. Su nuevo puesto tenía múltiples inconvenientes: se pasaba menos frío, de acuerdo, pero tenías que estar de rodillas para manejar las ametralladoras. No tuvo problema con la mira y –al fin y al cabo- una Browning del 50 es siempre una Browning del 50 (ahora tenía dos); pero cuando pasas demasiado tiempo de rodillas, te duele todo: las piernas se te quedan dormidas o te dan calambres, de manera que estás la mar de jodido justo cuando más falta te hace concentrarte, es decir, cuando tienes el morro amarillo de un FW 190 justo enfrente y ves venir sus trazadoras. Otro inconveniente es que estás lejos y al lado del water: una fortaleza volante tiene una tripulación de diez hombres, una misión dura varias horas (Inglaterra-Alemania y volver) y se pasa mucho miedo.
Pero lo peor, el verdadero inconveniente, es que vas mirando hacia atrás. No es que te marees (hay mucha gente que se marea si va sentada en sentido contrario a la marcha) al menos, no más que de costumbre. Es que eres el único miembro de la tripulación que ve lo que tú y tus colegas acabáis de hacer.

Nunca se le habría ocurrido, pero el puesto de ametrallador de cola estaba teniendo implicaciones desastrosas para su moral. El único que podía ver algo parecido a lo que él veía, era el artillero ventral; pero solía estar demasiado ocupado en dar vueltas con su burbuja como para fijarse y, además, viajaba en una especie de posición fetal muy poco acorde con la introspección y la reflexión moral. En cambio, como queda dicho y para colmo de males, el ametrallador de cola vuela de rodillas.

Esa actitud orante, y el aislamiento del resto de la tripulación durante las horas de vuelo, llevaron de un modo natural a Wodehouse a interrogarse sobre el sentido de la vida. Rudimentariamente, pero se interrogaba. La guerra, ni que decir tiene, era algo que se daba por supuesto. No se planteaba lo justo o injusto de la misma, ni sus motivos: había que acabar con los nazis y eso era todo. De modo que, al volver de su segunda misión como ametrallador de cola, el cabo primero Wodehouse descendió del bombardero –tras realizar mecánicamente las tareas pertinentes- con las manos en los bolsillos y la mirada baja.

En esta misión habían probado las nuevas bombas de fósforo blanco que, tal como había predicho jocosamente el capitán Coolwater en el briefing previo al despegue, convertirían las ciudades alemanas en cenizas y lograrían lo impensable: que el pavo que Mrs. Coolwater (su esposa, no –obviamente- su madre) carbonizaba ritualmente el día de acción de gracias pareciese comestible, al lado de lo que iba a quedar de sus teutónicos habitantes.El resultado no había desmerecido. Desde su puesto privilegiado en la cola del avión, había visto caer las bombas y cómo lo que quedaba de ciudad se convertía en un horno. Por primera vez, se le pasó por la cabeza la existencia de habitantes, como pavos que el contribuía a carbonizar hasta resultar peores que el de Mrs. Coolwater. Mientras se alejaba, pensó de un modo sorprendentemente gráfico en sus padres, su novia y sus hermanos pequeños quemándose vivos. Le estaba ocurriendo lo peor que puede pasarle a un tripulante de bombardero: estaba empezando a considerar a sus enemigos como gente.

Alguien debiera haberse percatado de todo esto. Tanto más cuanto que Wodehouse, con la gorra ladeada, las manos en los bolsillos de su mono de vuelo y la mirada taciturna, vagaba por la base pateando minuciosamente cuantos objetos de pequeño e incluso regular tamaño encontraba a su paso. De vez en cuando, miraba distraído alrededor, hasta que sus pasos le condujeron a la capilla de la base.

Allí encontró al padre O'Malley. En realidad, el buscaba al capellán protestante; pero –se dijo- al fin y al cabo, daba igual: tan capellán era uno como otro y, desde su punto de vista, la única diferencia entre un protestante y un católico es que éstos acostumbraban ser irlandeses.

El padre O'Malley, como su apellido indicaba, era irlandés y el vivo retrato de Spencer Tracy, aunque algo más corpulento y vestido de uniforme. Llevaba una estola morada al cuello y, en la mano, una Biblia y un pequeño neceser que (Wodehouse no podía identificarlo, pues pertenecía a la Iglesia Presbiteriana) contenía los santos óleos. Lamentablemente, se daba la circunstancia de que –precisamente- el padre O'Malley venía de administrar la extremaunción a los restos torrefactos del artillero de estribor de otro B-17 que había conseguido a duras penas regresar con un aparatoso incendio a bordo. También era mala suerte que el artillero carbonizado se llamara Kowalsky y, por consiguiente, hubiera sido católico.

El padre O'Malley estaba –todo hay que decirlo- ligeramente transtornado, pues su alma irlandesa no había encallecido por completo a pesar del cotidiano ejercicio del sagrado ministerio. Por otra parte, por mero reflejo, malinterpretó el acercamiento de Wodehouse, imaginando en su celo pastoral que tenía ante sí una posible conversión. Así pues, antes de nada, interrogó al artillero en demanda de una eventual ascendencia irlandesa. El hecho de que lo más parecido fuese un tío por parte de madre que había vivido en Hell's Kitchen, Nueva York, sólo le indujo a considerar más meritoria su tarea.
Hora y media después, el padre O'Malley y el cabo primero Wodehouse (en la habitación de aquél) abrían muy amigablemente otra botella de un formidable whiskey que sólo circulaba a la sazón entre el gremio de capellanes católicos de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. El padre O'Malley había ya olvidado por completo cualquier intento de atraer al artillero al seno de la verdadera Iglesia y se disponía a describirle con todo lujo de detalles el estado de su decimosexto aviador achicharrado cuando le tocó extremaungirle.

- "Y, fíjate, hijo: luego resultó que estaban tan irreconocibles que al que yo le administré los santos sacramentos era el bombardero, que se llamaba Goldstein y el rabino se ocupó del mío, que era un tal Flanagan, artillero ventral. En fin, vaya lo uno por lo otro: al fin y al cabo, todos somos hijos de Dios…"

- "¿Todos, padre?" -Wody (así le llamaban cariñosamente) se animó un poco- "¿Los alemanes también?"

- "Pues… Si, hijo, también. Un poco hijoputas, pero (¡hips!) también son hijos de Dios"

- "Y, padre, (¡hips!) los alemanes, ¿tienen familia?; ya sabe, madre y todo eso…"

- "Hombre, pues claro (aquí se detuvo a estudiar a Wodehouse, pero en seguida se distrajo) ¿Cómo crees que nacen los alemanes? Bueno, los nazis, cualquiera sabe. Fíjate la pobre madre de Hitler… En fin, hijo, bebe. Esta guerra es una puta mierda y algún día se acabará".

- "Padre, entonces… ¿todos los alemanes no son nazis?"

- "Psá… me imagino que no… Anda, no pienses tanto que es malo y bebe un poco más".

Luego resultó que, el día anterior, el capellán católico de la RAF estaba con gripe y el padre O'Malley había tenido que sustituirle para atender al navegante de un Lancaster británico cuya tripulación se había negado a bombardear más civiles indefensos. Tras un consejo de guerra sumarísimo, la tripulación al completo había sido fusilada por cobardía ante el enemigo. Una vez más, los ingleses y sus excentricidades.

No quedó muy claro si la excentricidad consistía en tener reparos de conciencia relativos al asesinato masivo de civiles o en fusilar a la gente. Pero a Wodehouse el asunto le llegó adentro. Una vez constatado este extremo, se cayó de espaldas con silla y todo, quedándose dormido allí mismo. El padre O'Malley lo observó, mientras tendía la mano ad cautelam hacia su neceser; pero, comprobando que aún respiraba, murmuró: "No… seguro que irlandés no es…" dicho lo cual, se sirvió otro vaso con sonrisa apacible y perdió el conocimiento.

………………………………

14 de febrero de 1945. El Lily Langtry, en compañía de otros 310 B-17 y unos 100 Mustang P-51, llega a Dresde. El cabo primero Wodehouse lo ignora, pero la ciudad lleva siendo bombardeada ininterrumpidamente por los ingleses desde el día anterior. Desde su puesto aún no puede ver la humareda ni el crepitar del fuego. Ya no es necesario marcar los objetivos. Ahí adelante, el bombardero está inclinado sobre su mira, listo para largar. El humo llega hasta la formación y, por un momento, nuestro hombre se aferra al disparador de sus dos ametralladoras. De repente, ante sus ojos, se extiende un panorama de desolación: no alcanza a distinguir los detalles, pero aún en pleno día se perciben los incendios.

- "Wody, ¿qué tal por ahí atrás?" –Es la voz rutinaria del capitán Coolwater.

- "Todo Ok, mi capitán".- Y escudriña el cielo. Lejos, unas cuantas explosiones de 88 que no dan a nadie.

El cabo primero Wodehouse siente, por primera vez desde sus primeros vuelos, ganas de vomitar; pero , aunque la fortaleza volante se encabrita por las turbulencias del incendio, no es el mareo.

- "¿Algo por ahí, Wody?"

Va a responder, cuando, de pronto, un Focke Wulf 190 se descuelga justo ante sus ojos. Viene directo hacia él. Comienza a disparar. Oye por los cascos las voces de sus compañeros: Kamen, el artillero dorsal dice "¡uno a las seis en punto!" y dispara. Wayne –estribor- "¡No lo veo, no lo veo!". Pete –ventral- "¿Dónde está?".

- "Wody, ¿lo tienes?".- Pero Wody no hace nada. Ha soltado el disparador y observa las trazadoras, como si el tiempo se estirase. El piloto alemán se acerca de modo suicida: puede ver su cara.

- "¡¡Wody!! ¿Qué cojones pasa? ¡Dispara!…¡¡Dí algo, hostia!!"

- "Le han dado".

- "¡No le llego, está justo a las seis!"

Todos disparan por instinto, por sentir que hacen algo por sobrevivir. El caza está apenas a unos metros y abre fuego con el cañón de 20 mm.

No ha dado a Wodehouse, porque tira a los motores. Wodehouse se admira de su fría desesperación. Piensa: ese alemán sabe que no va a salir vivo de ésta. Acaricia el disparador; pero, muy despacio, toma una decisión definitiva. Ahí abajo, el Elba brilla al sol como una cinta de acero. Es bonito. Junta las manos y –sin cerrar los ojos- observa fascinado las trazadoras mientras reza. Mientras caen en barrena, sigue rezando. No sabe a quién, pero, quien sea, no le escucha.

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