13/11/09

El búnker de Conil (X)

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10
El sargento Cano saltó del catre y echó mano al naranjero. Justo a tiempo de oír , ya en pie, al imaginaria vociferando:

-- ¡Generala, generala!

Arriba, en la Compañía, se oía la corneta tocando generala. No se oía muy fuerte, pero el ta tatá tatá tatararataratatá había bastado para hacerle saltar.

-- ¡Arriba todos, me cago en el puto Dios! ¡A las máquinas!

Todos los fusileros se lanzaron al piso de abajo con las botas a medio poner y las trinchas colgando mientras sonaba el teléfono con timbrazos histéricos.

Montoya, asomado a una tronera, miraba el mar que amanecía:

-- Mi sargento…

Cano se acercó, cogió los gemelos y miró.

-- La madre de Dios…

El mar estaba lleno de barcos.




Hizo un gesto a Montoya, que le acercó el teléfono.

-- Lo estoy viendo, mi teniente. La hostia.

La voz del teniente le llegó, levemente temblorosa.

-- Ya. Oye, Cano, que bajan dos de morteros a poner los jalones, que nos los acaba de traer una camioneta, no les vayáis a pegar un tiro.

-- No se preocupe, mi teniente. ¿Manda alguna cosa más?

-- No. Suerte.

Colgó.

Cano volvió a mirar al mar. En el horizonte había cientos de barcos. Un huevo de transportes. Destructores, cruceros… Joder, joder…

-- ¡Expósito!

-- ¡Sus órdenes, mi sargento! –La voz del cabo llegó desde abajo.

-- Revista de armas. Ya.

-- ¡Sus órdenes, mi sargento! ¡A ver, revista de armas!

Cano bajó al piso inferior. Los fusileros le presentaron los mosquetones en plan ordenanzas. Hasta Montoya.

Las armas estaban impecables. Se suponía que los servidores de las ametralladoras llevaban pistola, pero como no había pistolas, seguían con sus máusers. Cano se alegraba. Otra cosa habría sido acarrear las máquinas por el monte, pero ahí, en el búnker el peso no importaba, Y dónde va a parar una pipa con un máuser.

Revisó las ametralladoras. Todo perfecto. Asintió con gesto satisfecho. Sacó el machete y abrió una caja de granadas.

-- Fijaros bien.

Cogió un saco pequeño que había dejado al lado de la caja de granadas: estaba lleno de puntas de tapicero. Sacó también un rollo de esparadrapo, cortó un trozo más o menos largo y lo llenó de puntas. Luego, enrolló el esparadrapo alrededor de la granada.

-- ¿Habéis visto? esta mierda de granadas ofensivas no valen para nada, pero con los clavos joden mucho más. ¿Visto?

-- Sí, mi sargento.

-- Pues hala. Tú, Ascanio, y tú, López, a forrarlas todas.

Cogió el naranjero y salió del búnker, a la luz del sol que asomaba. Quería respirar antes de encerrarse ahí dentro y acabar asfixiado de olor a pólvora y ruido. Por el camino del acantilado bajaban dos guripas tambaleándose con unos haces de palos a la espalda, como de dos metros, pintados de rojo y blanco, que les iban dando en el casco –clon, clon- a cada paso. Salió a su encuentro.

-- ¿Sabéis dónde tenéis que ponerlos?

-- Sus órdenes mi sargento. No, mi sargento.

-- Venid conmigo. – Caminaron hacia la playa- Mirad: ¿Veis esos montones de piedras? –señaló tres líneas de hitos hechos de piedras, a intervalos regulares, que se adentraban en el mar- Pues un palo en cada montón. Pero quitaros las botas, que os las vais a joder más con el agua. Daros prisa.

-- Sus órdenes.

Cano miró, con las manos apoyadas en el subfusil colgado del cuello, cómo iban plantando los jalones que servirían para graduar el tiro de los morteros sobre la supuesta zona de desembarco. Miró al horizonte, todos esos barcos. Parecía que estaban de turismo. Ni disparaban, ni se daban prisa. Ni nada de lanchas de desembarco. Cogió los prismáticos, se echó el casco para atrás y observó la flota aliada. No había visto tantos barcos juntos en su puta vida. Pronto estarían al alcance de los treinta y ocho con uno. Aunque sabía que tenían acorazados con cañones del cuarenta y tantos que podían borrar Conil del mapa en un pis pas, no vio ninguno de esos. Estarían más lejos, mar adentro, con los portaaviones. Oyó pisadas a su espalda y se volvió. Venían el capitán y el teniente Ortiz, el que habría desembarcado por Huelva, que mandaba la sección de armas.

-- A sus órdenes, mi capitán.

El capitán le hizo seña de que bajara la mano. El teniente Ortiz se acercó a sus hombres para asegurarse de que los jalones los ponían en su sitio y que los plantaban de forma que no se los llevara el mar.

-- Ya está liada, Carlitos.

El capitán sólo le llamaba Carlitos cuando la cosa andaba jodida.

-- Eso parece, mi capitán.

El capitán le tendió la mano.

-- No sé qué va a pasar a partir de ahora, pero…

Cano estrechó la mano que le tendían.

-- Ya, ya, mi capitán.

El capitán se dio la vuelta bruscamente y tomó el camino del acantilado, ajustándose el casco. Cano no le había visto con el casco en la cabeza desde Rusia. Se volvió al búnker. Los chavales estarían acojonados y no era cosa de dejarlos solos tanto tiempo.

-- Expósito.

-- Sus órdenes, mi sargento.

-- Coge los gemelos y mira que los jalones estén en su sitio. Los nuestros, ¿eh?

El cabo Expósito se puso a comprobar que las pequeñas estacas clavadas en la playa para estimar la distancia de tiro de las ametralladoras estaban todas. Se trataba de que estuvieran ocupados.

--López y López bis.

-- Sus órdenes, mi sargento.

-- ¿Está encintada toda la munición?

-- Toda la que cabe en las cintas, mi sargento.

-- Repasadla. No quiero interrupciones en medio del follón. 

 Montoya, llama a la compañía y que nos manden unos rojos con agua para rellenar el bidón, que parece que se les ha olvidado.

-- Sus órdenes, mi sargento. ¿Les pido vino también, mi sargento?

-- Déjate de cachondeos… bueno, sí, qué coño, a ver si cuela.

Y así a todos. Antes de la batalla lo peor es tener tiempo de pensar.

Cano se subió al techo del búnker para ver mejor y enfocó otra vez los prismáticos hacia la flota. Se estaban moviendo hacia el Estrecho. Había tantos barcos que pensó que era un efecto óptico. Pero no, es que venían más. Se oyó ruido de aviones.

-- ¡Dos Heinkel-51, mi sargento!

El cabo Expósito.

-- Ahora no, Expósito, hombre.

En efecto, dos He-51, biplanos que ya estaban anticuados al empezar la guerra civil. Iban hacia la flota. Cano los enfocó. Pensó que volaban demasiado bajo; pero, al fin y al cabo, tampoco se les podía pedir mucho. Se fueron acercando a los barcos con su bordoneo habitual. Cano miró más abajo. De pronto, vio a través de los gemelos una sucesión de fogonazos en varios de los barcos. Se formaron unas nubecitas en el cielo, cerca de los aviones, que rompieron la formación. Entonces le llegó, lejano, el estampido de los cañonazos. Los aviones continuaron revoloteando ante la flota enemiga y otros barcos se unieron al concierto antiaéreo, llenando el cielo de más nubecitas, hasta que ambos aparatos se dieron la vuelta y se volvieron por donde habían venido.

Cuando dejó los prismáticos, Cano se dio cuenta de que en la rampa del búnker estaba el Ingeniero, con otro rojo, mirando también los aviones.

-- ¿Qué coño haces tú aquí?

-- A sus órdenes, mi sargento. El agua. –Señaló un bidón grande cortado por arriba, lleno.

Al sargento le dio la impresión de que el Ingeniero estaba contento. No sonreía, pero se le notaban las ganas. Bajó a la rampa.

-- Ahí los tienes. – El Ingeniero asintió, tratando de no mostrar ninguna emoción- Y ahora, ¿qué?

-- No sé, mi sargento.

Venga, se acabó el circo. Meted eso en el búnker y largaros.

3 comentarios:

  1. ¿Sabe V., dilecto Hauptmann, que cada día aparezco por aquí, puntual como un ordenanza wehrmachtiano, a comprobar si hay nuevo capítulo?
    Qué precisión en la descripción. Como siempre, me ha picado la cosa y me he ido a mirar aeródromos desde los que habrían podido despegar y luego tomar los He-51 (que por cierto, tenía pinta de 'ajadillo' a esas alturas, pero no mucho más que un Swordfish, por ejemplo).
    Muy sutil lo del 'tuneado' de las granadas, btw.

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  2. Maestro, usted me adula.

    Yo ya me dediqué, como dije, a buscar información detallada, no ya de cómo podría haber sido la cosa, sino de cómo fue. Hasta que decidí dejarlo y tirar por la calle de en medio. Como sabes, en Marruecos hubo poco después sus encontronazos entre He-51 y Lightining P-38 (según creo, corrígeme si me equivoco)

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  3. Está muy bien.
    Lo de las granadas que no lo sepan en Ginebra, ¿eh?

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