Igual que Canarias o el Pirineo, la costa de Cádiz está llena de búnkers, que ahora está catalogando la Junta de Andalucía. La gente suele relacionarlos con la guerra civil, pero son de la segunda guerra mundial. En Cádiz, igual que en Canarias, se construyeron en previsión de una más que hipotética invasión aliada.
Dicha invasión pendió de un hilo en 1942 porque los aliados necesitaban la inactividad española para lanzar la operación Torch, el desembarco en el norte de África, que sustraería Marruecos y Argelia al control de la Francia de Vichy, cogiendo a los ejércitos alemán e italiano entre dos fuegos, ya que la flota de invasión de Argelia debía concentrarse en aguas de Gibraltar, al alcance de las baterías de costa españolas.
En noviembre de 1942, Franco, en la práctica, cambió de bando, que tonto no era; pero la gente no lo sabía y el régimen continuó con su parafernalia habitual.
Ya había tenido la idea en el año 2001, en la batería de costa de Bolonia, pero dormía el sueño de los justos hasta que hace año y pico, paseando por las playas de Conil, encontré un búnker que me gustó y decidí inventarme su historia. Primero, de acuerdo con mi natural neurótico, comencé a documentarme compulsivamente sobre las defensas costeras de Cádiz durante la SGM, enredándome de mala manera en el asunto, hasta que un amigo que estaba al tanto me dijo una noche en la B.F.I.: “Joder, Pcbcarp, que es un cuento, ¿no?”
Mágico: Pasé de documentarme y me puse a escribir una historia que, aunque falsa y llena de licencias literarias, fuera verosímil.
Es ésta:
El Búnker de Conil
1
El verano del cuarenta y dos se iba acabando mientras el cabo Expósito miraba el mar. En la playa, su pelotón chapoteaba en pelotas partiéndose de risa. Bueno –se dijo- por lo menos en este destino de mierda te puedes bañar si te gusta. Lo malo es que al cabo Expósito no le gustaba bañarse. Era más bien de la Meseta y el mar le daba mucho respeto: no sabía nadar.
A cambio, sabía leer y escribir; por eso lo habían hecho cabo. Ser cabo está bien. Tiene sus responsabilidades, ojo, pero te libras de las imaginarias y de las guardias de garita. Además, seguro que dentro de poco lo proponían para cabo primero y, en otro año (o menos), sargento regimental. En los tiempos que corrían en España, ser sargento significaba no tener que preocuparse de la manduca. Además –otra ventaja de no tener padres conocidos- no tendría que mandar dinero a casa.
Entregado a tan filosóficos pensamientos, no oyó llegar al sargento hasta que lo tuvo al lado. No importó, porque como el cabo Expósito tenía los gemelos en la mano y la mirada perdida en el horizonte, el sargento pensó: “Hay que ver este chico, lo en serio que se toma las cosas. Los pistolos bañándose y el aquí vigilando. El año que viene lo propongo para cabo primero.”
No era mal tío el sargento Cano: cuando te podía dar cuartelillo, te daba cuartelillo. Eso sí, tenía sus cosas y, si te pillaba cagándola, en seguida te soltaba un par de hostias regimentales; pero lo normal era que no pasara de ahí y todo el mundo prefiere un par de hostias a un mes de calabozo, dónde va a parar. Además, se preocupaba por su gente. Una vez que pilló a Expósito cagándola con el capitán cerca, le echó una mirada de las que parten las piedras y disimuló con el capitán. Eso sí, luego lo corrió a hostias por toda la compañía. Expósito le estaba la mar de agradecido, porque le libró de tres meses de calabozo y de no ascender a cabo.
Lo único, que el sargento Cano se tomaba la mili muy en serio. La verdad es que debía llevar en la mili toda la vida. De vez en cuando, que estaban solos, le contaba alguna historia de la guerra nuestra: de la batalla del Ebro, de Brunete, de un montón de sitios que el cabo Expósito sólo conocía de oídas, por la cosa de las batallas sobre todo. Además, el sargento Cano había estado en Rusia, y estaba la mar de orgulloso de su Cruz de Hierro. Una vez que estaba un poco chispa, le invitó a coñac y le contó una batalla en un sitio que se llamaba Posad o algo así, con los rusos, que fue donde le dieron la Cruz de Hierro, el general Muñoz Grandes y otro general alemán que por lo visto era muy famoso y salía en el Signal. Y siempre acababa diciéndole que diera gracias de estar en Cádiz, en la playa, que no veas lo bien que se vive con este sol y no como en Rusia, que por lo visto se te congela el coñac en la cantimplora.
-- Sus órdenes, mi sargento. Sin novedad.
-- Descanso, chaval. Qué, ¿no has visto nada?
-- Nada, mi sargento. Un par de pesqueros.
-- Ojo con los pesqueros, que pueden ser de reconocimiento camuflados. Oye, me he agenciado un par de cajas de munición para las máquinas, así que llámate a un par de bañistas, que se vengan conmigo a por ellas y luego tiramos un rato, que hay que estar preparados.
Esa era otra de las cosas del sargento Cano. Siempre había que estar preparados. Les decía que el soldado que suda no sangra, lo que quería decir que había que entrenarse para no cagarla cuando vinieran los tiros de verdad. Por eso siempre que conseguía munición los tenía practicando con las máquinas, que era como llamaban los entendidos a las ametralladoras.
Así que el cabo Expósito cogió el máuser, salió del búnker y bajó a la playa. Se llevó dos dedos a la boca y pegó un silbido que debió de oírse al otro lado del Estrecho. Los bañistas se quedaron quietos y le miraron.
-- A ver, tú y tí, Galindo y Felisardo. Vestiros que os vais con el sargento.
-- No jodas, cabo.
-- Venga –señaló con el pulgar hacia su espalda, dando a entender que el sargento miraba- ¡arreando!
Eso es todo mentira. En la época franquista todos los militares comían entrañas de niño
ResponderEliminarHola Folken, no sólo entrañas, los mandos comían los muslitos.
ResponderEliminar¿Y el resto?
ResponderEliminarEs que me he enganchao :(
Huy, perdón. Que no me había dado cuenta del (I), jejeje.
ResponderEliminar:S
Tranquila, MJ, mañana, más.
ResponderEliminarJoer, hermano. Eres la caña, yo tambien me he enganchado.
ResponderEliminarQue personaje tan carismatico ese tal Cano.
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